HISTORIA E IDENTIDAD CULTURAL
La historia busca comprender la formación social, institucional y la identificación nacional examinando todo factor influyente en la evolución de un país; esto, basándose en la investigación y construcción de un entendimiento contextualizado del pasado. Toda esta información de costumbres, desarrollo artístico y arquitectónico, conocimientos científicos, astronómicos, industrial, legales, tejido social, etcétera, de cada época, orienta la identidad cultural, conocerlo fomenta un sentimiento de arraigo con lo nacional.
El sentido de pertenencia a un país es la conexión emocional, psicológica y cultural que una persona siente hacia la nación en la que nació y vive, se basa en el apego a las tradiciones, valores y símbolos compartidos por los miembros de esa sociedad. Esta conexión surge de compartir la historia, la geografía, la lengua, la cultura, las experiencias personales, familiares y colectivas. Así, la preservación de bienes culturales arquitectónicos que representan momentos importantes generalmente gloriosos es fundamental para conservar la historia, la identidad y el patrimonio de una sociedad.
La historia nos hace sentir parte de algo verdaderamente valioso, lamentablemente, las ideologías simplifican el abanico de momentos registrados rompiendo su sentido lógico. Sea cual sea el momento histórico en que nos ubiquemos, siempre habrá algo que pudo hacerse mejor o diferente, lo que no justifica el desprecio al entendimiento de algunos eventos, procesos, personas, etcétera, que conforman el desarrollo de nuestras naciones.
Todo pueblo como espectador de la historia tiene el derecho de aprender a apreciarla y respetarla. En una nación que busca la ruta del desarrollo, la música, la pintura, la poesía, la danza, el teatro, la arquitectura, etcétera, son el consuelo que alegra la vida y enorgullece al ciudadano.
No podemos caminar sin rumbo, debemos proteger el orgullo salvadoreño y aprender a convivir con nuestras diferencias, forjando un futuro alentador acompañado de los hechos que componen nuestra historia, sean o no de nuestro agrado o difieran de nuestro interés político. Lamentablemente, las viejas y nuevas ideologías utilizan la selección de sus propios mojones históricos y malinterpretando hechos, limitan el conocimiento bloqueando el desarrollo de la identidad colectiva.
Los responsables de administrar la cultura son los gobiernos, igualmente la educación a sus ciudadanos para valorarla sea esta precolombina, colonial o contemporánea. El patrimonio arquitectónico por su monumentalidad parece más atendido, su conservación y cuidado, reparaciones, limpieza y protección contra daños ambientales o humanos buscan volver el bien cultural arquitectónico a un estado anterior específico, garantizando su integridad física y significado histórico. Restaurar puede implicar la reconstrucción de elementos perdidos o dañados utilizando técnicas y materiales auténticos, atreverse a remplazar piezas o materiales sin criterio profesional o hacerlo por simple obediencia es inaceptable, sea el bien público o privado.
La valoración del patrimonio cultural reconoce y evalúa la importancia histórica y social de un bien arquitectónico, orienta las decisiones sobre qué bienes deben ser preservados, cómo deben ser tratados y quiénes tienen la capacidad y conocimiento para administrarlos e intervenir en su cuidado.
La alteración caprichosa de un bien patrimonial es como moldear la narrativa cultural, altera el rumbo de la educación, promueve la ignorancia y la indiferencia reduciendo la historia y la cultura del país a algo no divertido, concepto muy propio del tercer mundo. Manipular valores culturales ayuda a controlar a la población facilitando el efecto de aleccionamiento, en donde el monopolio cultural debilita las emociones nacionalistas de los pueblos.
La educación implica informar al público sobre la importancia de todo bien cultural, fomentar el respeto hacia ellos y promover prácticas de conservación sostenibles y apegadas a las normativas que los rigen.
Convivir con la ignorancia abre el camino hacia el agujero del oscurantismo.
Manipular valores culturales ayuda a controlar a la población facilitando el efecto de aleccionamiento, en donde el monopolio cultural debilita las emociones nacionalistas de los pueblos.