¿TIENEN SENTIDO NUESTRAS HISTORIAS?
La filosofía existencialista sostiene que la historia no tiene sentido, ni principio ni fin, solo existen sucesos sin conexión y sin significado. Esto sugiere A. Camus en su libro La Peste, donde los habitantes de una ciudad luchan por controlar una plaga de ratas, después de eliminarla, uno de los que habían intervenido expresa: es cuestión de tiempo, las ratas volverán.
Contrariamente al fatalismo existencialista, la Biblia establece que nuestras historias personales, sociales y políticas sí tienen sentido, se dirigen a un lugar específico y son el resultado del cumplimiento de promesas anunciadas por Dios en el pasado. Tanto la historia bíblica como nuestras historias se encuentran bajo el control de Dios, a pesar de que muchas veces no las entendemos, sobre todo cuando interpretamos que estas no nos favorecen.
Así como observamos a Dios interviniendo en las historias bíblicas dirigiendo los reinos, inclinando el corazón de los reyes y conduciendo la historia para llevarla donde lo ha determinado; asimismo, interviene en nuestras vidas para conducirnos donde Él lo ha decidido. Más aún, se nos da a conocer por medio de los sucesos de nuestra vida y utiliza aun la maldad para cumplir sus propósitos. La historia de José en Egipto lo evidencia: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien...” (Ge.50.20).
La prueba más convincente de que Dios interviene en nuestras historias es su encarnación, es decir, su participación directa en la historia humana por medio de Jesús de Nazaret. Este suceso histórico marca el inicio y el fin de todas las historias; además, constituye el hecho central de la historia cristiana y es el parámetro de la historia universal. Por medio de su encarnación, Dios pone su Reino a disposición de todos nosotros, manifestando con ello su misericordia y su oferta de redención para toda su creación.
Con Cristo se inicia una nueva etapa que marca una diferencia importante en relación con la etapa anterior, esto se evidencia con la enseñanza de Jesús sobre Juan el
Bautista a quien consideraba hombre de valor, pero, a pesar de eso, afirma que el más pequeño del Reino de Dios sería mayor que Juan. Esto significa que fuimos liberados del poder de las tinieblas que prevalecía antes de Cristo.
El hecho de que no todos estén disfrutando de esta posibilidad no anula su existencia. Toda persona, aunque no lo comprenda, tiene el potencial de ser liberada de las tinieblas: “...nos ha librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al Reino de su amado hijo” (Col.1.13).
La finalización de esta nueva etapa está preparada para el final de los tiempos; mientras tanto, para ser efectivos en el establecimiento de su Reino en la Tierra, debemos considerar que el proyecto transformador de Dios trasciende al ser humano e involucra a todo lo creado, ya que, si el pecado afectó a toda la creación, el objetivo es hacer que toda ella regrese bajo el gobierno de Dios. Así lo interpretó Pablo: “porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (Rom.8.21).
Urge aprender a reconocer a Dios en todas nuestras historias, a pesar de que algunas de ellas no se desarrollen como pensamos. De esta forma, viviremos fortalecidos porque sabremos que Dios nos conduce a un buen lugar que fue determinado previamente: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito” (Rom.8.28).
La prueba más convincente de que Dios interviene en nuestras historias es su encarnación, es decir, su participación directa en la historia humana por medio de Jesús de Nazaret.