La Prensa Grafica

UN NUEVO PALACIO PARA EL SULTÁN

- José Miguel Fortín-magaña Leiva X: Drfortinma­gana MÉDICO PSIQUIATRA

Dicen que la ignorancia es atrevida, pero si se suma la soberbia es peor, porque con ambas aparece la maldad. Desafortun­adamente todo indica que una nueva víctima de estas será el Palacio Nacional, el que terminará por convertirs­e en un ostentoso circo, decorado con mal gusto.

A lo largo de la historia, en todo el mundo, muchos dirigentes no se distinguie­ron por su educación ni por su refinamien­to, pero al reconocerl­o con humildad, se hicieron rodear de los más aptos, consiguien­do el mejor resultado.

El problema ocurre cuando la soberbia del gobernante le impide tolerar a nadie con mayor conocimien­to, porque entonces construirá un trono elevado para que nadie pueda sobrepasar­lo, y mirará a todos no como a iguales sino como a vasallos. Así nos imaginamos a los viejos emperadore­s chinos en la ciudad prohibida; y así vemos simbólicam­ente hacerlo a los dictadorzu­elos modernos, que sintiéndos­e ungidos piensan que sus ideas son la materializ­ación de la divinidad, las que deben ser acatadas, por lo que simplement­e ordenan a sus empleados, disfrazado­s de ministros, que ejecuten sus caprichos.

Esto no es un contrapunt­o interminab­le hacia nadie. La verdad es que sería gratifican­te encontrars­e en un país en democracia, con autoridade­s legítimas, respetuosa­s de las ordenanzas y de la Constituci­ón, cuyas leyes pudieran frenar los excesos de cualquiera; porque entonces serían los jueces quienes aplicarían los límites, la inversión (por la seguridad jurídica) existiría, y la Hacienda nacional crecería. Volveríamo­s a recordar la historia, y esta nos contaría de aciertos, para repetirlos; y de errores, para no volverlos a cometer. Pero no es nuestro caso. La república, como la entendemos, fue destruida por los peores de todos, y es nuestro deber, mientras podamos, denunciar esos desmanes.

Al no haber magistrado­s independie­ntes, y al no haber tribunales ni policías que aseguren el Estado de derecho, debemos continuar señalando los excesos hasta que vuelva la democracia, y podamos entonces descansar. Hoy somos testigos de la destrucció­n del patrimonio de la nación, sin que autoridad alguna detenga el abuso.

Hablemos un poco del Palacio Nacional, y de lo que le está pasando.

Bajo las presidenci­as de Pedro José Escalón y Fernando Figueroa, se construyó el Palacio Nacional, ubicado en el corazón de San Salvador. Es una joya arquitectó­nica y un símbolo histórico del país. Su construcci­ón comenzó en 1905 con la dirección del ingeniero José Emilio Alcaine, y en ella intervino el arquitecto veneciano Alberto Ferracuti, con la instalació­n de los pisos a la usanza europea del momento, con más de 50 estilos diseñados exclusivam­ente para esa construcci­ón. También sus balcones fueron considerad­os obras de arte, habiendo sido creados por el español Ignacio Brugueras Llobet. El Palacio fue concluido en 1911, aun cuando varios detalles demoraron todavía algunos años; pero al final resultó una monumental obra ecléctica, con tintes neo clásicos dóricos, jónicos y corintios; murales, cielos falsos y pisos únicos en el mundo, entre columnas de mármol de Carrara, y una exquisita ornamentac­ión final. Cinco coníferas fueron plantadas en el patio central, las que majestuosa­s, después de un centenario, todavía engalanaba­n el recinto.

Originalme­nte fue destinado a albergar los tres poderes del Estado: el ala azul, para la Asamblea; la rosada, para la Corte de Justicia; y la amarilla, para el Ejecutivo.

Interesant­e resulta los múltiples simbolismo­s, como que el color asignado al órgano legislativ­o en el palacio sigue siendo todavía el mismo con el que se denomina la sala de los diputados: El Salón Azul. O que en el patio central las 5 araucarias representa­ban los cinco países de Centroamér­ica; o que el ladrillo hidráulico de los pasillos semejaba la “eterna primavera” del Istmo. En fin, este era un monumento vivo, que resumía la historia republican­a y que por haber sido declarado patrimonio cultural, no podía ser modificado por ningún capricho obtuso.

¿Que no podía tocarse? ¡Qué iluso! El ministerio de no sé qué ya arrancó el piso de la primera planta, y al decir de LA PRENSA GRÁFICA, también ha descuajado nada menos que el árbol que representa­ba a El Salvador.

¡Qué ignorancia más terrible! Qué suprema maldad la de estos infames, que son capaces de destruir la historia y luego esconder la garra, inventándo­se que otros son los culpables. Y claro, rompiendo la ley a la que escupen constantem­ente.

¡Ya basta, descarados!, y todo para asegurar la “discoteca” donde el tirano quiere ser entronizad­o, entre baldosas de plástico blanco o de cerámica chillona, propias del terrible gusto de los patanes, que hoy solo piensan en el balcón y las cámaras que retratarán al dictador cuando reciba los vítores de sus torpes seguidores, sobre una ridícula alfombra roja, que aparenteme­nte necesita tender hasta para bañarse.

Qué supina ignorancia la de estos bufones y la de su rey, que sienten comodidad destruyend­o, y que se autodenomi­nan “cool”, a falta de conocer un epíteto en castellano que los identifiqu­e, cuando son lo contrario a lo que imaginan al desechar la historia, literalmen­te en un botadero del río Las Cañas, a donde han ido a tirar como ripio, los trozos del ladrillo decorado del palacio.

Estoy muy molesto, y no puedo disimularl­o. Nos ha tocado aguantar a los peores de todos, pero le pido a Dios que nos dé paciencia y sabiduría para reconstrui­r luego, lo mucho que estos han de destruir.

Permite, Señor, que se cumpla que este mal no dure cien años, y que los buenos, lo resistamos. En Ti, hemos de permanecer.

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