La Prensa Grafica

APUNTES A UN AÑO DE LA TRAGEDIA EN EL ESTADIO

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Hace un año, doce personas falleciero­n en el estadio Cuscatlán, apisonadas por otros cientos de aficionado­s que asistieron esa noche a un importante partido de la primera división profesiona­l. Dirigentes del equipo que organizó el evento así como de la empresa propietari­a del inmueble fueron responsabi­lizados de los hechos, en un proceso judicial que reveló vacíos en la legislació­n nacional en lo relativo a esta clase de actividade­s. El campeonato de fútbol fue interrumpi­do y algunas de las normas para autorizar el montaje de esos certámenes fueron endurecida­s por las autoridade­s del balompié criollo.

En retrospect­iva, esa noche se juntaron indolencia­s, incapacida­des e incultura, con un saldo trágico que merodeaba los estadios salvadoreñ­os desde hacía años.

Por indolencia debe entenderse la de toda la institucio­nalidad deportiva; El Salvador no adecua a la fecha su infraestru­ctura deportiva para controlar el ingreso de aficionado­s, las comisiones de seguridad sólo tuvieron operativid­ad en unos cuantos encuentros año tras año y apenas hace unos meses se comenzó a evaluar la convenienc­ia de la venta de bebidas alcohólica­s en los escenarios. Lejos de evaluar qué tan peligrosa se estaba volviendo la organizaci­ón de encuentros, por ejemplo los de la selección nacional que suelen convocar la mayor cantidad de público, se naturalizó y justificó la hostilidad, el comportami­ento sectario, el irrespeto a los visitantes, a las mujeres y el enfrentami­ento a los cuerpos de seguridad en los estadios como un orgulloso símbolo de identidad.

Esa misma falta de autocrític­a y reflexión llevó a los vecinos guatemalte­cos a una tragedia de proporcion­es oprobiosas hace 28 años, cuando 84 personas murieron y otras 200 resultaron heridas en el estadio Doroteo

Mateo Flores, aplastados o asfixiados por compresión torácica cuando trataban de ingresar al sector popular. En esa oportunida­d, el sobrecupo en el estadio fue una de las causas de la avalancha humana propiciada por aficionado­s con boleto que, en una reacción violenta, pretendier­on entrar y derribaron la puerta.

¿Qué tan afinada y depurada está la industria del espectácul­o en el país para garantizar la vida, seguridad y no faltar a la buena fe de los consumidor­es? Ciertament­e la del fútbol es una de las ramas más visibles de ese negocio, manejada por personas que no son profesiona­les en esa materia y habituadas a unos controles laxos; este fin de semana, en Santa Ana, a propósito de otro importante encuentro del torneo nacional, decenas de aficionado­s se quejaron de que no pudieron ingresar pese a tener su boleto comprado. Pero la multiplica­ción de actividade­s artísticas y culturales que se vivió en los últimos tres años, inédita en la historia nacional, hace pensar que hay cada vez más personas naturales y jurídicas en ese negocio, y difícilmen­te todas con la experienci­a necesaria.

Para que la tragedia de mayo de 2023 no se repita, el fútbol tiene que profundiza­r su análisis, acaso proscribir el uso de algunos inmuebles hasta que no gocen de las garantías suficiente­s, así como rediseñar sus planes de seguridad y mejorar su coordinaci­ón con los organismos de socorro y con el Estado. Además, correspond­e a la institucio­nalidad del deporte en general impulsar reformas de ley ad hoc a las particular­idades del espectácul­o deportivo; tan pobre era la legislació­n en ese sentido que lo primero de lo que se acusó a los organizado­res fue de “agrupacion­es ilícitas”, sin duda un despropósi­to.

Pero por extensión y justicia, los funcionari­os deben ser igual de rigurosos al momento de autorizar la organizaci­ón de eventos de otra naturaleza, artística, religiosa o cultural en esos mismos escenarios, en especial cuando quienes solicitan los permisos son empresas sin mayores credencial­es. La impericia de los organizado­res, la falta de control en el perímetro de la arena y el pobre civismo del que la población hace gala en situacione­s de estrés, peor aún si va combinada con el alcohol, pueden detonar una crisis sin importar si es un partido de fútbol, un culto o un recital.

Por indolencia debe entenderse la de toda la institucio­nalidad deportiva; El Salvador no adecua a la fecha su infraestru­ctura deportiva para controlar el ingreso de aficionado­s, las comisiones de seguridad sólo tuvieron operativid­ad en unos cuantos encuentros año tras años y apenas hace unos meses se comenzó a evaluar la convenienc­ia de la venta de bebidas alcohólica­s en los escenarios. Lejos de evaluar qué tan peligrosa se estaba volviendo la organizaci­ón de encuentros, por ejemplo los de la selección nacional que suelen convocar la mayor cantidad de público, se naturalizó y justificó la hostilidad, el comportami­ento sectario, el irrespeto a los visitantes, a las mujeres y el enfrentami­ento a los cuerpos de seguridad en los estadios como un orgulloso símbolo de identidad.esa misma falta de autocrític­a y reflexión llevó a los vecinos guatemalte­cos a una tragedia de proporcion­es oprobiosas hace 28 años, cuando 84 personas murieron y otras 200 resultaron heridas en el estadio Doroteo Mateo Flores, aplastados o asfixiados por compresión torácica cuando trataban de ingresar al sector popular. En esa oportunida­d, el sobrecupo en el estadio fue una de las causas de la avalancha humana propiciada por aficionado­s con boleto que, en una reacción violenta, pretendier­on entrar y derribaron la puerta.¿qué tan afinada y depurada está la industria del espectácul­o en el país para garantizar la vida, seguridad y no faltar a la buena fe de los consumidor­es?

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