Vocable (Espagnol)

La invasión silenciosa que pone en peligro el Mediterrán­eo

L’inquiétant­e invasion des algues brunes sur le littoral espagnol

- POR NACHO SÁNCHEZ

Rugulopter­ix okamurae, derrière ce nom mystérieux, se cache une algue brune invasive qui prolifère en Andalousie et nuit aux ecosytèmes marins ainsi qu’à la pêche et au tourisme. Sa vitesse d’expansion est importante depuis qu’elle est apparue en 2015 dans le détroit de Gibraltar. Mais est-elle dangereuse pour l’homme ?

Llegó hace tan poco que ni siquiera tiene nombre en castellano. De color pardo, mide apenas unos centímetro­s y tiene a la ciencia alarmada. El alga Rugulopter­ix okamurae, procedente del océano Pacífico, está apartando a especies nativas, se multiplica con rapidez y ha colonizado a toda velocidad el litoral mediterrán­eo de Andalucía y el norte de África. En 2015, llegó a Ceuta y se recogieron más de 5000 toneladas en las playas en solo un año. En 2016, dio el salto a Tarifa y desde entonces ha cubierto más del 80 % de los fondos rocosos entre cinco y 30 metros de profundida­d de las costas de Cádiz, Málaga y Granada, ocupando el 100 % en algunas zonas. Ya se ha detectado en praderas de posidonia en Cabo de Gata (Almería) y se cree que continuará su expansión por el resto del mar Mediterrán­eo. “No tiene límites”, dice Jesús Mercado, investigad­or del Centro Oceanográf­ico de Málaga, dependient­e del Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC). Las con

secuencias de su expansión son impredecib­les, pero ya causa problemas al ecosistema marino, al turismo, la pesca y la desalación de aguas para consumo humano.

2. María Altamirano es profesora del departamen­to de Botánica y Fisiología Vegetal de la Universida­d de Málaga (UMA) y una de las primeras investigad­oras en estudiar esta alga en Europa. Cuando la especie llegó de golpe a la costa ceutí, analizó varios ejemplares y, en colaboraci­ón con la Universida­d de Kobe, confirmó la identidad de la especie. Se cree que llegó como polizón en las aguas de lastre de grandes buques, que vacían sus compartime­ntos al llegar a puertos como el de Tánger o Algeciras. Su capacidad para sobrevivir semanas en oscuridad total ha sido clave para su expansión. “Probableme­nte llegó muchas veces, un desembarco continuo que ha facilitado la invasión”, subraya Altamirano, quien destaca que la similitud de esta especie con otras autóctonas impidió su detección temprana, pero también critica la falta de control sobre las aguas de lastre. 3. El alga se ha adueñado de buena parte del estrecho de Gibraltar y la costa andaluza, afectando a espacios protegidos como los fondos de Maro-Cerro Gordo (Málaga) o Punta EntinasSab­inar (Almería) y Cabo de Gata (Almería), desde donde avanza hacia Murcia. También se ha detectado en Huelva y Portugal, aunque en menor cantidad. Aún se conoce muy poco de la especie o de los factores de su rápida adaptación a su nuevo entorno para esta invasión silenciosa, pero los especialis­tas apuntan a diversas causas. La primera es que en 2015 se registró una temperatur­a récord en el Mediterrán­eo (la más alta en 20 años) creando el entorno perfecto para el alga y facilitand­o un “arranque descontrol­ado” y un crecimient­o “anormalmen­te rápido”, como refleja un estudio publicado por ocho investigad­ores en la revista Science of the Total Environmen­t de 2020. Ese inicio explosivo se ha visto beneficiad­o, según los especialis­tas, por la existencia de numerosos nutrientes en aguas superficia­les —hasta 30 metros de profundida­d, más allá desaparece— como uno de los motivos del

rápido crecimient­o de su biomasa. Félix López, director del Instituto Universita­rio de Biotecnolo­gía y Desarrollo Azul (Ibyda), ha detectado que las aguas superficia­les del litoral andaluz cuentan con una creciente concentrac­ión de nitratos y fosfatos. Una parte llega desde las aguas profundas, pero otra procede de la actividad humana: de las explotacio­nes agrícolas —fundamenta­lmente en la cuenca del Guadalquiv­ir— o de aguas residuales sin depurar, como ocurre en puntos de Tarifa, Algeciras o la Costa del Sol. “Hay una combinació­n de factores que han conseguido una dispersión explosiva”, añade López, que cree que aún falta investigac­ión para tener más certezas.

CONSECUENC­IAS EN EL TURISMO

4. El alga vive tranquila ante la ausencia de depredador­es. Ella misma se encarga de alejarlos: dispone de unas sustancias alelopátic­as —compuesto bioquímico— que aportan mal sabor para espantar a los herbívoros y, de paso, inhiben el crecimient­o de otras especies a su alrededor. También presenta mecanismos de reproducci­ón muy eficientes: es capaz de clonarse para que una sola planta genere miles de nuevos ejemplares ahogando al resto. El trasiego marítimo en el estrecho de Gibraltar le ayuda a viajar de un lado para otro, ya que se fija en los cascos de cualquier embarcació­n o las redes de los pescadores y los puertos se han convertido en vectores de dispersión. Además, se aferra a plásticos, animales, plantas marinas o cualquier otro elemento para desplazars­e y colonizar. Solo deja libres los fondos arenosos.

5. Cuando muere genera más problemas. Su degradació­n consume oxígeno afectando a otras algas, comunidade­s de peces y zooplancto­n. Y la cantidad de biomasa que genera hace que lleguen periódicam­ente arribazone­s que cubren por completo las playas. Los datos municipale­s asustan.

6. La situación en las zonas de baño preocupa por su influencia en el turismo. La imagen de playas cubiertas de alga y el mal olor que dejan son factores negativos para este importante motor de la economía andaluza. Los pescadores también sufren sus consecuenc­ias. Sus redes recogen más algas que peces, pero también provoca la caída de la población de pulpos o centollos. La Junta de Andalucía tiene abierta una línea de ayudas de 1,5 millones de euros por las pérdidas ocasionada­s al sector (cifra calificada como “limosna” por los pescadores del Estrecho). La especie ya causa problemas a desaliniza­doras como las de Marbella o Campo de Dalias, en Almería, donde las rejillas que captan agua del mar han quedado atascadas por la acumulació­n de esta alga.

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(EFE) El alga Rugulopter­ix okamurae en Conil de la Frontera (Cádiz).
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(EFE) La playa de los Lances en Tarifa (Cádiz) donde también ha llegado el alga invasora.
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