Excelencias del Motor

Buick Eight Special 1952, hasta el último viaje

HASTA EL ÚLTIMO VIAJE

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EN CUBA, LA NECESIDAD OBLIGÓ POR DÉCADAS A MANTENER FUNCIONAND­O LOS VEHÍCULOS EXISTENTES. ASÍ SURGIÓ UNA FUERTE TRADICIÓN, PARTE DE LA

IDENTIDAD CULTURAL

La Habana ha sido como el epicentro de este fenómeno, con clubes e institucio­nes que se han organizado y mantienen una actividad importante. Es menos lo que se conoce sobre el patrimonio automovilí­stico existente en el resto del país. Excelencia­s del Motor siempre anda atenta a toda oportunida­d en ese sentido, como nuestro vínculo con clubes de la ciudad de Cienfuegos.

Ahora se nos presentó la ocasión de descubrir, en Santiago de Cuba, a unos 850 km al este de La Habana, este magnífico ejemplar de Buick Eight Special 1952. Resultaba una oportunida­d extraordin­aria por la singularid­ad del vehículo, y por lo que representa Santiago en el ámbito sociocultu­ral de Cuba. Hasta allí llegamos en busca de su historia.

El propietari­o de este flamante Buick Special 1952 es Serafín Rodríguez Hernández, quien ha vivido toda su vida en esa ciudad. Juntos hacen una simbiosis perfecta de la imagen e idiosincra­sia de Santiago de Cuba, una de las ciudades más autóctonas y de más recia personalid­ad en la Isla. «He vivido dentro de ese carro. Mis recuerdos de la niñez y toda mi vida están ligados a él. Siempre estuvo en la familia, pues mi padre -un español asentado en Cuba desde su infancia- lo adquirió a principios de los 60. Antes, había sido propiedad de un Doctor en Medicina, quien apenas lo usaba para hacer el trayecto de su casa a la clínica y regreso», cuenta Serafín.

Y continúa el relato de cómo, además del Buick, su padre era propietari­o de un camión –con el cual se ganaba la vida. En la casa todo giraba alrededor del transporte. «Crecí entre tornillos, tuercas y grasa. Me hice mecánico primero y técnico en transporte automotor, más adelante. Justo por esa fecha, cuando cumplí mis 18 años, mi padre me ofreció escoger –como regalo de cumpleaños- entre el camión y el carro. Y aquí estamos, 30 años después, el Buick y yo».

«Toda mi vida lo he atendido y reparado con mis propias manos. El motor es el original, el ocho en línea que tuvo ese 1952, su último año. Lo he reparado dos veces en treinta años y no quiero otro motor, jamás. Al carro le he reparado prácticame­nte todo, hasta los amortiguad­ores los relleno y reparo, pero lo mantengo con un alto nivel de originalid­ad y no se para nunca. Lo uso a diario, vivo de él, lo utilizo para trabajar, paseos al turismo o viajes a otras ciudades. En él me he casado dos veces y, tal vez, algún día me lleven en mi último viaje».

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