La capacidad del asombro
El escritor habla acerca de la forma y el alcance de la poesía, así como de las posibilidades de su construcción en tiempos de pandemia.
AWingston González no se le encuentra en Facebook, Twitter o Instagram. Hace poco decidió silenciarse en las redes sociales, y aunque eso supondría un riesgo en la era digital, para él es una suerte que pocos pueden tener: dejarse sorprender por una cortadura o la fiesta más colosal.
Nacido en Livingston y radicado en la capital comenzó a publicar en 2005, guiado desde pequeño por una vastedad lírica que encontró en textos clásicos, pero también en el rap y el reggae. A sus más de 30 años ha escrito en español, inglés y el consanguíneo garífuna que constituye su universo.
Desde la producción textual, González ha desplegado un centenar de poemas entre tópicos de amor, muerte, culpa y otras experiencias equivalentes a la vida. Sus textos han migrado de las páginas: también cobran vida en la danza, el teatro, las artes visuales y la performance; todas generadas por “la necesidad de hablar” de su autor.
¿Cómo llegó a la literatura?
Como en todas las familias, siempre hay alguien que sabe contar muy bien y hace algo maravilloso que consiste en transformar cualquier material en un relato interesante. Recuerdo que todas las mañanas, mi mamá y mi abuela se contaban sus sueños. Era lo primero que hacían. Ese fue el primer acercamiento a la idea de contar.
El segundo fue la biblioteca de Livingston, que estaba muy bien dotada. Me empecé a refugiar ahí y leí todo lo que pude. El tercer motivo fue un concurso de dibujo que gané, y el premio fue una caja de libros. Fue la primera que tuve.
¿Cuándo adquirió conciencia del valor de las historias?
Desde siempre. Creo que la lectura quita prejuicios, y dependiendo del
Winston González ha sido traducido al inglés y al alemán. Es miembro del colectivo-espectáculo literario La Retaguardia. En 2015 ganó el Premio Mesoamericano de Poesía Luis Cardoza y Aragón. Cuenta con más de 10 publicaciones.
momento en el que se lea un texto, eso representa algo. Cuando era adolescente leía mucha fantasía y poco a poco me adentré en otros textos que respondieron a necesidades precisas.
¿Por qué quiso escribir?
Al igual que muchos de mis compañeros de Livingston durante la adolescencia, queríamos ser raperos, cantantes de pop o de reggae. Ese último fue una entrada importante por la estructura lírica y por lo que decía; eran cosas muy cercanas a nosotros, a veces más cercanas que los textos que nos obligaban a leer en la escuela.
¿Incursionó en ello?
Estaba consciente de que desde pequeño era tartamudo y que probablemente no hubiera triunfado como cantante. Mi manera de expresarme, que también fue desde la timidez, comenzó escribiendo. Tenía unos 7 u 8 años cuando empecé a hacerlo, pero en el diversificado fue una vía de escape.
Me planteé hacer parte de ese escape a otras personas. Empecé a compartir mis textos en Internet, con amigos, y comencé a ir a un club de poesía en San Marcos cuando viví allá. En el club había una dinámica muy rica y rebelde; nos peleábamos con los poetas mayores.
¿Los poetas tradicionales sirvieron para se planteara una ruptura o son referentes de bases técnicas?
Un poco de ambas. Pero tampoco veo esa división entre poetas tradicionales y contemporáneos. Los poetas responden a su tiempo, y los viejos respondieron a su temporalidad.
¿Qué realidad ha querido abordar?
La experiencia personal. Creo que los escritores partimos de ahí y de cómo nos afectan los grandes temas: el amor, la muerte, la culpa, la alegría o el asombro, que es algo que me ha apasionado siempre.
¿La temática en sus textos apunta a un aspecto específico o es una revisión de la experiencia personal?
Los dos. Principalmente me interesa la pérdida de a poco de la capacidad de asombrarnos. Eso es el origen de toda creatividad para mí. La capacidad de asombrarnos es la que nos mantiene vivos, porque curiosamente estamos en la era en la que hay más información disponible. Ya ni la sangre, ni la alegría, ni las fiestas, ni los grandes y apoteósicos carnavales nos asombran.
Esa es una de las preguntas que me hago siempre: ¿por qué hemos dejado de asombrarnos y por qué ya no permitimos que el mundo nos afecte y nos dé ese impulso de una acción creativa? Creo que la poesía tiene ese poder. Cuando te enfrentas a un poema lo primero que haces es parar el mundo y dejar que las palabras
entren en ti.
¿En qué momento consideró que el asombro estaba en riesgo?
La pregunta siempre he estado ahí. Tal vez me la planteo porque soy fácil de asombrar. Es como se dice en el español guatemalteco: soy muy shute, estoy papaloteando, y me pregunto por qué la gente no papalotea y no está con la boca abierta. La interrogación me ha acompañado toda la vida y lo seguirá haciendo.
¿Su poesía es un intento por darle sentido a la falta de asombro?
Creo que es el de provocar el pathos de las cosas. Que salga es otra cosa, pero sí es mi intención. Creo que también es la intención de cualquier persona que se dedique a escribir: la búsqueda de comunicarse con el otro y explicarle cómo ve al mundo. Yo lo veo de tal forma y es lo que ofrezco.
¿A qué se debe que en sus textos no haya localismos?
En el mundo que hemos crecido hay un montón de influencias. Todas las regiones presentan riquezas propias. A mí me encanta el español dialectal guatemalteco capitalino. Me fascina tanto como el occidental desde que viví diez años en San Marcos. Escuchaba modismos locales y los iba adquiriendo. Soy una persona que adquiere lenguaje de donde venga y quizá por eso no se note ese fenómeno.
¿Cómo decide escribir en español, inglés o garífuna?
El idioma es un recurso, pero cada texto responde a su propia necesidad. Creo que cada trabajo que hago reacciona y elige un lenguaje según las necesidades de ese momento. Con el tiempo uno agarra oficio, va sabiendo hacer las cosas y se van adquiriendo nuevas herramientas para hacer el trabajo.
¿Se siente cómodo escribiendo en algún idioma en particular?
En español, porque crecí hablándolo. Mi mamá y abuela hablaban garífuna, pero al ver que yo tenía que ir a la escuela se empeñaron en enseñarme el idioma de la escuela, que era el español.
El inglés es una herramienta. El garífuna es el universo en el que crecí, aunque no lo hable día a día. Pienso y comprendo sutilezas en ese idioma que no comprendería en inglés, por ejemplo.
Su obra ha oscilado de formato. ¿No es suficiente dejar la experiencia poética en un libro?
Tal vez eso se deba a esa vena un poco exhibicionista que tengo, pero también por la necesidad de hablar. La poesía no solo llega por medio del libro, sino que muchas veces hay que leerla en vivo y en voz alta.
Son procesos distintos: está el del lector en solitario y el de lo oral en espacios públicos donde la gente capta palabras y también se puede tener una interacción social que no se logra desde las sombras. El trabajo de escribir es muy solitario, pero leer es un trabajo que hacemos entre todos.
¿Qué peso ha tenido promulgar su poesía en Livingston o San Marcos?
Cuando estaba en San Marcos hacía muchas lecturas públicas y ahora que estoy en la capital, también. En cuestiones de distribución, marketing editorial o adquisición de espacios, no entiendo cómo funciona (risas). Desde mi espacio hago lo que puedo y hasta donde me es posible.
¿Cómo se divulgan o distribuyen sus obras sin redes sociales?
Tengo buenos amigos y saben muy bien acerca de temas de edición y distribución. He sido muy afortunado. Con mis amistades hemos creado redes de cariño y también de divulgación. La poesía encuentra su camino, por muy oculta que esté.
¿Considera posible el sostenimiento de una obra sin usar plataformas?
Yo recién me salí, pero hay otras formas: escribir en sitios de Internet, hacer fanzines; se pueden hacer estrategias, performances… Sí se puede, perfectamente.
¿Cómo permea la crisis del covid-19 su realización literaria?
Hace un año y medio salgo mucho menos. Me mantengo leyendo, dedicado a mi obra. La crisis que estamos sufriendo nos prepara para un nuevo mundo, pienso yo. Creo que es muy temprano para hacer especulaciones de qué manera nos va a afectar.
Afectará la forma en la que vamos a hacer literatura, en la manera en la que nos estamos comunicando, las formas de educación y, sobre todo, del espíritu humano. El planeta entero está encerrado y eso da un tiempo valiosísimo para pensar en nosotros, en nuestra esencia.
Y ahí cobra importancia la poesía…
Sí. Y cómo nos construimos.