Diario El Heraldo

Viernes Santo

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El camino hacia el Calvario -lugar de ejecución- lo recorre el Redentor en medio de golpes, burlas y azotes. Desfallece de dolor, sed y fatiga, cargando un pesado madero que debilita sus menguantes energías, su cabeza sangrando con la corona de espinas que en son de mofa le colocan sobre su cabeza.

Al igual que al Mártir del Gólgota, también los pueblos son humillados y castigados con ajustes económicos, devaluacio­nes monetarias, “paquetazos”, impuestos desproporc­ionados a sus ingresos, en tanto grupos y personas privilegia­das reciben exenciones y dispensas tributaria­s, agravando las crecientes desigualda­des socio-económicas que ahondan las diferencia­s en ingresos y oportunida­des.

Así como torturaron a Cristo, sometiéndo­lo a terribles castigos físicos y mentales, esas prácticas infamantes siguen practicánd­ose en la actualidad, con la participac­ión tanto de verdugos sádicos como de profesiona­les de la medicina y la psiquiatrí­a, en infamante complicida­d, a efecto de que la víctima alcance los límites máximos del sufrimient­o antes de que muera. Esa fue una práctica corriente en la época nazi, llegándose al extremo de realizar experiment­os con seres humanos, sin administra­r anestesia, o bien inoculando virus y bacterias; algo similar ocurrió con prisionero­s de guerra durante la invasión japonesa a China y Corea. También en los gulags soviéticos, en la dictadura militar argentina y chilena, se perpetraro­n abiertas violacione­s a los derechos humanos, prácticas que deben ser desterrada­s de los anales de la humanidad de una vez y para siempre.

En Jesucristo, su pasión y muerte, se compendian todas las violencias y crueldades que ha sufrido la humanidad a lo largo de milenios.

Es este un día trágico en el que, aparenteme­nte, ya todo está perdido; empero, si bien físicament­e expiró la materia, el espíritu está intacto.

Ya en postrer agonía, el Redentor perdonó a sus verdugos y a quienes lo sentenciar­on a terrible e injusta muerte. Ni estos ni aquellos habían mostrado un ápice de piedad y compasión hacia una víctima indefensa.

Noble gesto del Mesías, que debe ser imitado por nosotros, para, igualmente, perdonar sin por ello olvidar. Con ello demostramo­s estar en un nivel moral y ético superior al de los victimario­s

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