Diario El Heraldo

Carmilla Wyler

Selección de Grandes Crímenes: El mensajito

- CARMILLA WYLER

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

El mensaje Eran las nueve de la noche cuando Evelyn recibió un mensaje en su celular. Era de su jefe, el dueño de una pupusería que le pedía que regresara al trabajo porque tenían demasiados clientes esa noche y una de las cocineras se había enfermado de repente. “¿Vas a ir?” –le preguntó Javier, su esposo, que también acababa de llegar de su trabajo como guardia de seguridad en la Universida­d Nacional Autónoma. “Dice mi patrón que me va a pagar doble la noche y que me va a mandar a dejar”. “¿Te va a mandar a traer?” “No, allá me va a pagar el taxi”. Antes de las diez de la noche, Evelyn salió de su casa, vestida con el uniforme blanco y negro de la pupusería. Fue la última vez que la vieron con vida. La encontraro­n tres días después, desnuda, amarrada de pies y manos y con señales de haber sido torturada. El forense dijo que la habían violado y que la causa de muerte fue asfixia por estrangula­ción. Estaba tirada en una hondonada antes de llegar a Santa Lucía.

La DNIC

Se trataba de una mujer joven, no mayor de veintiocho años, trigueña, de regular estatura, delgada y bonita; era madre de dos hijos y estaba casada con Javier desde hacía nueve años. Vino a la capital desde un pueblo de Comayagua y como no pudo seguir estudiando, se dedicó a trabajar para sobrevivir. Era buena cocinera y desde hacía cinco años trabajaba en la pupusería de don Armando, un hombre emprendedo­r que llegó a estimarla mucho, y a confiar mucho en ella. La noche en que desapareci­ó, salió de su trabajo a las cinco de la tarde, pero el mensajito de su jefe hizo que regresara después de las nueve. Su esposo se quedó en el cuarto cuidando los niños. Ella volvería antes del amanecer. Pero no regresó nunca. “¿Usted se quedó en la casa cuidando los niños?”. “Así es, señor” –contestó Javier, un hombre de treinta y seis años, alto, delgado y con tipo de militar–; ella se fue después de que recibió el mensajito. Dijo que el patrón le iba a pagar el taxi y que la iba a mandar a dejar en la madrugada”. “¿Pasaba eso con frecuencia?” –preguntó el detective. “¿Qué cosa?” “Eso, que el patrón de su esposa la llamara después de salir ella del trabajo y que ella se fuera a hacer horas extras…” “En el último mes, dos veces”. “¿Antes?” “No… ella tenía turnos, a veces en el día y a veces en la noche, lo normal, pero en este mes le tocó regresar a trabajar dos veces…” “¿Sabe usted si tenía enemigos su esposa?” “No, señor; nosotros somos gente que no nos metemos con nadie”. “¿Sabe si alguien tenía motivos para asesinar a su esposa?” “No, señor”. “Dígame una cosa, ¿qué hizo usted cuando vio que su esposa no regresó en la madrugada, como le había prometido?”. “Me preocupé, pero me imaginé que estaban cargados de trabajo… y como ese día tenía libre, me quedé en la casa esperándol­a, pero no llegó nunca… En la tarde fui a buscarla al trabajo y pregunté por ella…”. “¿Qué le dijeron?”. “Que no había llegado, o sea, que no había regresado a trabajar…”. “¿Usted habló con el patrón?”. “No. Me dijeron que no estaba… Yo le dije a la administra­dora del negocio que iba a esperarlo porque él la noche anterior llamó a mi esposa por mensajito para que regresara a trabajar porque estaban llenos de clientes y se había enfermado una de las cocineras…”. “Y, ¿qué le dijeron?”. “Que eso no podía ser porque el patrón tenía una semana de estar en El Salvador y no venía ahorita”. “Entonces –dijo el detective de homicidios–, ¿no fue el patrón la persona que llamó por mensajito a su esposa?”. “Pues, yo no sé…”. “¿Usted vio el mensajito?”. “No, yo nunca desconfié de mi esposa”. “Pero sí recibió un mensajito, ¿verdad?”. “Pues, eso fue lo que ella me dijo… Y se arregló y se fue…”. “Deme el número de teléfono de su esposa”. Javier dio el número hablando despacio y el detective concluyó, luego de escribirlo en su libreta de notas: “Bien –dijo–, muchas gracias. Si necesitamo­s hablar con usted otra vez, lo vamos a llamar o vamos a venir a visitarlo”. “Está bien”.

El misterio

Estaba claro que alguien había llamado a Evelyn esa noche, a eso de las nueve, y los detectives comprobaro­n que el jefe, el dueño de la pupusería, estaba fuera del país, por lo tanto, no fue él quien envió el mensajito. Javier, el esposo, decía que fue un mensaje, no una llamada, porque él estaba con ella cuando sonó el teléfono. Pero estaba claro, también, que la mujer mentía y que usó aquel pretexto para salir en la noche. “Era miércoles –les dijo una de las compañeras de Evelyn a los detectives–, y ese día no hay mucho movimiento, y nadie se enfermó esa noche en el negocio”. Entonces, Evelyn le mintió a su esposo. Pero, ¿por qué? ¿Para salir de su casa sin problemas y verse con alguien? ¿Tenía Evelyn un amante? ¿Por qué había salido tan de repente aquella noche? Algo que inquietaba a los detectives, además del misterio del mensajito, era el motivo de muerte. ¿Por qué la habían asesinado? ¿Por qué torturarla antes de quitarle la vida? El forense dijo que la habían violado. ¿Quién tenía motivos para hacerle tanto daño a una mujer sencilla que vivía de su trabajo y que no se metía con nadie? “Vamos a ver qué nos dice el vaciado del teléfono” –dijo uno de los detectives. “El mensajito llegó a eso de las nueve de la noche…”. “Sí, así dice el marido”. “Esperemos hasta saber de qué número lo enviaron”. El vaciado tardó un mes. Los detectives se llevaron una sorpresa. “El número pertenece a don Armando, el jefe de Evelyn”, –dijo uno de los detectives. “¿Cómo es posible, si este señor estaba en El Salvador?”. “Hay que confirmar este detalle con Migración”. Dos días después, los detectives confirmaba­n la salida de don Armando por la frontera de “El Amatillo”, y su regreso por la misma frontera, una semana después del crimen. “Él no pudo mandar el mensajito”, –dijo un detective. “Pero el mensajito fue enviado de su teléfono”. “A las nueve y siete segundos de la noche de la desaparici­ón de la muchacha”. “Pero ella nunca llegó a la pupusería”. “Veamos desde donde enviaron el mensajito”. “Fue enviado desde la colonia El Sitio… Ahora, veamos las llamadas que salieron del teléfono de Evelyn a este número. La primera llamada que ella hizo fue a las nueve y veintinuev­e y diecisiete segundos, y la transmitió la torre de El Carrizal… O sea que llamó casi al salir de su casa. La llamada duró veintisiet­e segundos. Esto significa que ella se entendía con alguien y que quedó de verse con ese alguien en alguna parte… El problema es que el restaurant­e donde ella trabajaba no está ubicado en la colonia El Sitio, entonces, ¿qué hacía el teléfono del patrón de Evelyn en esa colonia a las nueve de la noche? ¿Quién lo tenía? ¿Quién lo estaba usando?”.

El jefe

“Yo nunca llevo ese teléfono cuando salgo de viaje –dijo don Armando a los investigad­ores–. Ese número lo uso para mi trabajo en Honduras y es el que me sirve para comunicarm­e con mis empleados…” “¿Dónde lo deja cuando está fuera de Honduras?”. “A veces en mi casa y a veces en la oficina…”. “¿Y esta vez?”. “Lo dejé en la oficina”. “Dígame una cosa, ¿tenía usted relaciones sexuales con la muchacha, con su empleada?”. “No, claro que no… ¿Por qué me hace esa pregunta?”. “Porque creemos que estamos ante un crimen

Antes de las diez de la noche, Evelyn salió de su casa, vestida con el uniforme blanco y negro de la pupusería. Fue la última vez que la vieron con vida. La encontraro­n tres días después, desnuda, amarrada de pies y manos y con señales de haber sido torturada”.

pasional. La torturaron para hacerla sufrir, lo que solo hace alguien que la odie, y creemos que se trata de una mujer despechada o de un hombre celoso… Queremos hablar con su esposa”. “Mi esposa viaja conmigo siempre… Ella también es salvadoreñ­a, y en este último viaje fue conmigo a San Salvador; pueden comprobarl­o en Migración”. “¿Sabe usted si ella tenía alguna relación romántica con algún compañero?”. “No, no lo sé”. “Dígame una cosa, ¿cuándo usted regresó a su oficina, encontró su teléfono donde lo dejó?”. “Sí, claro…”. “¿Dónde?”. “Pues… en mi escritorio… No recuerdo bien donde…”. “¿Quién más tiene acceso a su oficina? Alguien de su confianza, quiero decir…”. “La administra­dora de mis negocios… Son varias pupuserías…”. “¿Cómo se llama ella?” “Yolanda”. “Bien. Vamos a hablar con Yolanda”. “Está bien”. “Hay algo más… ¿Evelyn sabía que usted estaba de viaje?”. “Seguro, ella trabajaba en el restaurant­e principal y sabía que yo no estaría por quince días… Tenía varios años de trabajar conmigo”. “Bien”.

Yolanda

Es una mujer baja, de amplias caderas, de cuarenta y tres años, divorciada y con tres hijos adolescent­es. Trabajaba con don Armando desde que este inició su cadena de pupuserías en Honduras, y era de su total confianza. Les dijo a los detectives que no sabía quién había citado a Evelyn esa noche, que esa era noche de miércoles y que le extrañaba que ella le dijera eso a su marido porque era bien sabido de todo el mundo que es un día flojo y no hay mucho trabajo. “Pero el mensaje lo mandaron desde el celular de trabajo de su jefe, señora”. “¡Ah!, eso no lo sé yo…”. “¿Quién más, aparte de usted, tiene acceso a ese celular?”. “No sé… Yo no tengo por qué usarlo…”. “Pero alguien lo sacó de la oficina de su jefe y se lo llevó hasta la colonia El Sitio y desde allí mandó el mensajito”. La mujer se quedó en silencio. “¿Desde la colonia El Sitio?”, –preguntó. “Sí… Usted ¿dónde vive?”. “En Miraflores”. “¿Estuvo usted esa noche en el restaurant­e?”. “Sí, hasta las once de la noche… Allí está el registro, por si quieren verlo”.

Callejón

Los detectives comprobaro­n que la administra­dora estuvo hasta las once y seis minutos en el restaurant­e. A esa hora la grabaron las cámaras de seguridad del estacionam­iento subiendo a su vehículo. Había entrado desde las dos de la tarde. “¿Quién queda a cargo cuando usted no está?”. “La cajera”. “Hablemos con la cajera”. Esta dijo que se fue del restaurant­e a las dos de la mañana, y el chofer del busito que la lleva a su casa confirmó este hecho. “¿Dónde vive usted?” “En Villanueva”. “Bueno –dijo uno de los detectives–, ¿quién de sus empleados o empleadas vive en la colonia El Sitio?”. “Nadie, que yo sepa…”. ¿Qué más podían preguntar los investigad­ores? ¿Quién pudo llevarse el celular de don Armando hasta esa colonia y mandar el mensajito? Y, ¿por qué le hizo caso Evelyn si sabía que su jefe estaba de viaje? “Una pregunta” –dijo, casi a punto de rendirse, el detective. “Dígame”, –respondió la administra­dora. “¿Ustedes tienen servicio a domicilio?”. “Sí, claro”. “Veamos los pedidos a domicilio que hubieron esa noche de miércoles”. La lista era corta. A las ocho y minutos de la noche hubo un pedido desde la aldea El Chimbo. “¿Quién lo fue a entregar?”. “Una de las motos estaba entregando en la colonia Kennedy, la otra en la Villa Olímpica y la tercera estaba en el taller…”. “¿Quién fue a El Chimbo?”, –preguntó el detective. “Carlos” –dijo la administra­dora, revisando los documentos de esa noche–; él es el chofer de la empresa… El fue a dejar el pedido a El Chimbo”. “Y, ¿Carlos tiene acceso a la oficina de don Armando?”. “Pues, sí... Es de confianza”. “¿Sabe qué tipo de relación tenía Carlos con Evelyn?”. “No, no sé”. “¿A qué hora regresó Carlos de dejar el pedido?”. Tardaron varios minutos en tener la respuesta. “Se fue a las 8:37 de la noche y regresó… No tenemos registro del regreso”. “Y, ¿usted se fue a las once y minutos esa noche?” “Sí”. “Y, ¿no le extrañó que Carlos se tardara tanto en dejar un pedido, y más que iba en un carro liviano y rápido?”. “Pues, no, no me di cuenta… Como era una noche relajada”. “Ya… Carlos es de su completa confianza, ¿verdad?”. “Pues, es un empleado viejo”. “Ajá. Queremos hablar con él”. “Está de vacaciones”. “¿Puede localizarl­o?” “No sé… El se va para el sur cuando tiene vacaciones…”. “¿A qué parte del sur?”. “A Pespire… creo”. “Veamos, señora, si Carlos fue esa noche a dejar un pedido a El Chimbo, y suponemos que él se llevó el celular de su jefe y desde la colonia El Sitio mandó un mensajito que hizo que Evelyn saliera de su casa, ¿podemos creer que él fue la persona que citó a la muchacha? Recuerde que tenemos una llamada desde el celular de la víctima al de su jefe, y si usted no lo sacó esa noche, solo pudo ser Carlos… Entonces, podemos suponer que ella y Carlos se entendían y que Carlos tenía, además, otra mujer, que esta mujer era demasiado celosa y que quizás sabía que Carlos tenía esta aventura y odiaba a la muchacha… Entonces, de acuerdo con Carlos, hizo que la llamaran, ella salió a verse con él, como había hecho una vez antes, y Carlos la entretuvo en el carro hasta que llegó alguien que torturó y mató a Evelyn… Si mis suposicion­es son correctas, ¿quién podrá ser esta persona? Supongo que la mujer celosa que odia a Evelyn y que la mata después de torturarla y de ver que Carlos la viola… Es posible…”. Yolanda se quedó muda de repente. Cuando el detective terminó de hablar, sudaba a mares y estaba pálida. “Ayúdenos a localizar a Carlos”. Ella hizo una llamada. “La Policía quiere hablar con vos”. La llamada se cortó de inmediato. Todavía los ingenuos agentes de la vieja Dirección Nacional de Investigac­ión Criminal, DNIC, buscan a Carlos. El fiscal dice que no puede emitir un requerimie­nto en contra de Yolanda porque las investigac­iones tienen muchos vacíos. ¿Qué opina usted? ¿Quién mató a Evelyn? ¿Por qué?

Me preocupé, pero me imaginé que estaban cargados de trabajo… y como ese día tenía libre, me quedé en la casa esperándol­a, pero no llegó nunca… En la tarde fui a buscarla al trabajo y pregunté por ella…”. “¿Qué le dijeron?”. “Que no había llegado, o sea, que no había regresado a trabajar…”.

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Honduras