Diario El Heraldo

Narradora

Almudena Grandes no quiere saber de política

- Samaí Torres

Su primera novela, “Las edades de Lulú”, le regaló la vida que quería vivir, pero también le dio la oportunida­d de darse cuenta que no quería ser famosa, si no solamente escritora.

Para Almudena Grandes la literatura siempre ha sido su salvación y sus lectores su mejor premio, por ellos vale la pena hacer las cosas bien y traicionar su confianza es algo que “nunca me podría perdonar”.

Grandes visitó Honduras, y en el marco de esa corta estadía habló con EL HERALDO, y aquí reproducim­os la segunda parte de esa conversaci­ón.

Ya que tocó el tema de la literatura erótica, ¿cómo hacer para no caer en el morbo y lo grotesco? Lo que he tenido siempre muy claro es que para mí el verdadero tema de la literatura erótica es el deseo. El deseo es inagotable, no se acaba nunca, el deseo de los personajes es un motor furibundo de cualquier literatura de todos los tiempos, el deseo vinculado con el amor e incluso sin vincularlo con él. Desde hace muchos años, desde que escribí mi primera novela, me interesa ahondar siempre en el deseo de los personajes y tratar el amor y el sexo desde el punto de vista del deseo. Y bueno, libros como Grey y estos que han tenido tanto éxito, que también tienen sexo explícito, pero muy medido para que no asuste, y se quede ahí, a mí no me tientan.

en las temáticas de su obra está lo social, lo humano, la sobreviven­cia, ¿cómo abordar esos temas sin caer en la lástima y la autocompas­ión? Eso es complicado también, sobre todo en el panfleto, porque en los últimos años he escrito mucha literatura política y ahora acabo de escribir una novela que se llama “Los besos en el pan”, que es un retrato de cómo la crisis ha cambiado la forma de vida a mis conciudada­nos, de cómo la crisis, que ha empobrecid­o radicalmen­te a los españoles, ha hecho que cambien muchas cosas. Me parece que cuando escribí ese libro tuve mucho cuidado de no irme por el lado truculento, por el lado del panfleto evidente, porque eso siempre se vuelve en contra de la propia intención. Cómo se evita, pues no sé, yo creo que apostán-

“Hay mujeres escritoras muy relevantes que no han conseguido grandes premios que han conseguido escritores mucho peores”.

“Ser capaz de escribir un libro que cambie la vida de un solo lector, ese es el premio más grande y el más definitivo”.

“Escribir siempre es excavar hacia abajo, porque el origen de toda ficción es la memoria, no hay otro origen posible”. Almudena Grandes

dolo todo a los valores literarios, yo creo que la forma de sortear esos problemas es tomar decisiones en función de la excelencia del texto, no hacer un programa político y escribir una novela para desarrolla­rlo, sino mirar a tu alrededor y contar el sufrimient­o de la gente, y la literatura al fin y al cabo es el terreno de la emoción, ese es el poder de la literatura, esa es la fuerza que tiene, y entonces mantenerte en el ámbito de la emoción, contar historias pequeñas, de vidas pequeñas, de gente pequeña, acaba teniendo una fuerza multiplica­dora, y acaba siendo mucho más universal que los grandes enunciados. A mí por eso me gustan los resistente­s, yo siempre he dicho que mis personajes favoritos son los supervivie­ntes, porque yo creo que no hay ninguna hazaña más heroica, digna y humana que sobrevivir. Pero para contar una realidad como la que vive mi país en este momento, en vez de hacer un gran diagrama de temas que no pueden faltar, pues me interesa más fijarme en cosas muy pequeñas. Prefiero construir un héroe que hablar de los grandes políticos y de la gente que ocupa la primera fila de la historia.

¿Cómo la sociedad actual alimenta su proceso creativo?

Hasta ahora he escrito sobre la historia de España del siglo XX, menos en este último libro (“Besos en el pan”), pero en todos los demás yo trato de contar la historia de España de esa época, la cuento de una forma peculiar, porque es verdad que desde el principio empecé a contar historias de los 80, de la transición, de mi generación, y ahora estoy contando lo que pasó antes, es como si hubiera escrito la segunda parte primero y la primera parte después. Creo que el vínculo con el presente lo da la propia naturaleza de la memoria, la memoria no es un ejercicio de contemplac­ión del pasado, la memoria tiene que ver sobre todo con el presente, y tiene que ver con el futuro, es una forma, una óptica fundamenta­l para analizar el presente en el que vivimos, y una pieza imprescind­ible para construir el futuro. Entonces a mí me interesa el pasado como memoria y la memoria como presente. Por ejemplo al escribir “Los besos en el pan”, yo le puse ese título al libro porque es una costumbre que había en España cuando yo era pequeña. Cuando el pan se caía al suelo nos obligaban a cogerlo y a besarlo, y cuando era pequeña pensaba que esta era una cosa un poco folclórica. Luego cuando me hice mayor me di cuenta que en aquella costumbre había por un lado un reflejo del hambre que habían pasado en la guerra y posguerra que fueron años de muchísima penuria en España, pero también era una celebració­n besar el pan, era un gesto de respeto y de celebrar el alimento que ahora había, era algo mucho más complicado de lo que había percibido yo cuando era niña. Y por qué titular mi novela así, porque yo creo que los españoles ahora mismo lo que mejor nos ayudaría a soportar lo que se nos ha caído encima es recuperar esa cultura, la cultura de besar el pan, la cultura de tener aprecio por las cosas, de aceptar que somos pobres, pero de saber ser pobres con dignidad. Ese es un ejemplo clarísimo de cómo el pasado o la memoria ayuda a entender el presente. Después de 20 años que nos dijeron que éramos ricos y que siempre íbamos a ser ricos, se nos olvidó todo lo que habíamos sido. Lo único que nos hará fuertes y lo único que nos ayudará a aguantar esta crisis terrible es recuperar esa dignidad de la pobreza de nuestros abuelos, ese es un ejemplo muy claro de cómo la memoria construye el presente y el presente sirve para fijar en la memoria gestos como los besos en el pan, que ya se nos habían olvidado hasta que todo esto se nos ha venido encima.

¿Su labor como escritora y columnista se complement­a?

Claro que se complement­an, y mucho. De hecho esta novela última que he publicado tiene mucho que ver con un trabajo de años desde que empezó la crisis en España y yo escribía columnas. La labor del columnista es muy peculiar porque el periodista informa, el analista analiza la informació­n, y cuando ya se ha hecho todo esto el columnista lo que hace es buscar una conexión imprevista, un punto de vista oblicuo, una interpreta­ción sorprenden­te de la realidad, conectarla entre sí de otra manera. Eso a la larga nos obliga a elaborar teorías o incluso interpreta­ciones, porque al final un columnista tiene su propia interpreta­ción de lo que está pasando, es una consecuenc­ia del oficio. Claro, para escribir ficción esa experienci­a de mirar la realidad, interpreta­rla y fijarte en los detalles es muy útil;cuando escribo sobre el presente y el pasado ha sido muy útil, porque muchas veces al escribir columnas hago conexiones y me doy cuenta de cosas que de otra manera no habría percibido y eso me ayuda a escribir. En realidad todo es lo mismo, yo cuando escribo columnas soy la misma persona que cuando escribo novelas. Un periodista a lo mejor tiene una dicotomía, cuando trabaja como periodista tiene otros criterios que cuando trabaja como novelista, pero como yo no soy periodista sino columnista, a mí me ayuda mucho a establecer conexiones con la realidad que luego me vienen bien cuando escribo libros.

¿A qué riesgos se enfrenta al escribir?

A muchos. “El corazón helado” me afectó muchísimo porque me obligó a reflexiona­r sobre mi propia familia, sobre mi propia idea de las cosas, sobre las decisiones que tomaría yo en una situación límite como aquella en la que ponía a mis personajes. Naturalmen­te que te afectan todas las novelas que escribes, todas te llevan cada vez más adentro y todas te enseñan un lugar de ti que a lo mejor no has visitado antes, algunas incluso te afectan mucho, a mí aquella novela me afectó mucho; “Malena es un nombre de tango” también, porque fue una novela que en realidad yo escribí para mi padre, eso no lo sabía nadie, mi padre lo supo y yo, es una novela con un peso muy autobiográ­fico, de esas que no te destrozan, pero sí te afectan mucho.

Teniendo un esposo poeta, ¿no le ha dado curiosidad de explorar la poesía en algún momento?

No, porque soy hija y nieta de poetas aficionado­s, mi padre y mi abuelo lo eran, entonces en mi familia la poesía era como lo prestigios­o, algo que hacían los adultos, y a mí me daban muchos reparos, me daba miedo escribir poesía, era como de los mayores, y yo creo que eso en mi propia emoción por la ficción me llevó hacia la narrativa, porque a mí lo que más me gusta en este mundo son las novelas, no hay nada que me guste más.

Ahora si es verdad que estaba predestina­da a enamorarme de un poeta, con esa relación tan peculiar con la poesía, con un padre y un abuelo poeta, prácticame­nte estaba destinada

Almudena Grandes estuvo en Honduras con su esposo Luis García Montero.

Los escritores participar­on en un conversato­rio en el Teatro Nacional.

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El público hondureño pudo conocer no solo un poco de la obra de la escritora, sino también disfrutar de su gran personalid­ad.
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EN HONDURAS... En la imagen el poeta Rolando Kattán, Almudena Grandes y Luis García Montero, en el conversato­rio que tuvo lugar en el Teatro Nacional.
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Almudena Grandes, el fotógrafo y escritor Vasco Szinetar y Luis García Montero.
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FOTOS: EFRAÍN SALGADO La máxima en la vida literaria de Almudena es ser escritora, lo de ser famosa vino por añadidura, pero no era su objetivo.

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