Diario El Heraldo

Grandes Crímenes: Una rosa muy cándida

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Carmilla Wyler Este relato narra un caso real. Se han cambiado algunos nombres.

R esumen ¿Qué había pasado con Cándida Rosa? ¿Por qué se lamentaban tanto aquellas personas que la conocieron? ¿A dónde la había llevado su amor por el pastor? ¿Por qué aquellas mujeres se referían a esto con tanto dolor y tristeza? ¿Cuál era el misterio que envolvía esta historia?

Ayuda

Estaba claro que Cándida Rosa necesitaba ayuda y doña Marina, en un arranque de compasión, se acercó a ella para decirle que conocía su secreto y que deseaba ayudarla. “Él se va a casar conmigo” –le contestó la muchacha.

“Pero él ya está casado” –replicó doña Marina.

“Él no es feliz con ella…Vamos a tener un hijo y él me va a cumplir”. Era inútil insistir. “Fue la última vez que la vi –dice la señora–; no volvió a la iglesia y empezamos a preocuparn­os por ella”.

Cándida Rosa había desapareci­do. Una madrugada salió de su casa solo con lo que llevaba puesto y no volvió. Le dijo a una amiga de confianza que iba a hacer un viaje importante con el pastor y que no se lo dijera a nadie. Por supuesto, la amiga no pudo guardar el secreto por mucho tiempo y menos cuando pasaban los días y Cándida Rosa no aparecía.

Pastor

Se llamaba Clovis Norales, era de natural apacible, agradable y un hombre de Dios. Predicaba como un apóstol y para algunas fanáticas solo le faltaban las alas y el poder para hacer milagros. Por eso, cuando él les dijo que Cándida Rosa había aceptado servir en un retiro espiritual en Danlí, todos le creyeron.

“Pastor –le habían dicho–, Cándida dijo que iba a un viaje con usted… ¿Dónde está ella?”

“No hay de qué preocupars­e, hermana –respondió el ángel–, ella sirve al Señor en este momento. Regresa en un par de días”.

Aunque la respuesta convenció a toda la congregaci­ón, en la familia de la muchacha había muchas dudas. Cándida era sencilla y buena, una doncella de la iglesia y respetuosa de las reglas de su casa. Jamás se hubiera ido sin comunicárs­elo a nadie libremente. ¿Qué era realmente lo que pasaba con Cándida? ¿Ocultaba algún secreto? ¿Estaba diciendo la verdad el pastor? “Mañana voy a hablar con él en serio”. En la casa de la muchacha la angustia, el miedo y la desconfian­za iban de mal en peor, pero nada iba a mitigar esto; al día siguiente, el pastor Clovis desapareci­ó.

SALIDA. “Tuvo que hacer un viaje de emergencia a Estados Unidos –dijo un amigo cercano–; no tuvo tiempo de informárse­lo a la iglesia porque tiene que estar en Guatemala unos días y lo invitaron a predicar en México. Él volverá lleno de bendicione­s…” “¿Y Cándida Rosa? ¿Dónde está ella?” Ahora la desesperac­ión y el terror dominaban en la familia de la muchacha. El pastor había dicho que regresaría pronto de un retiro y el tiempo ya se había cumplido, además, ningún retiro espiritual duraba tanto tiempo. Lo peor era que ya nadie podía preguntarl­e nada al pastor.

TELEGRAMA. Dicen que no hay mal que dure cien años y la angustia de la familia de Cándida Rosa pronto llegó a su fin.

Una tarde, un empleado del telégrafo llevó a la casa un telegrama. Había sido despachado de Ciudad de Guatemala. El telegrama decía: “Por favor no preocupars­e. Estoy bien. Voy con Clovis para Estados Unidos”. Y lo firmaba Cándida Rosa.

Aquello tranquiliz­ó a su familia, sin embargo, pronto surgieron algunas dudas. ¿En qué momento la muchacha regresó del retiro? ¿Por qué se había ido a Estados Unidos sin decirle nada a nadie? ¿Por qué el pastor no le informó a la familia que Cándida se iría con él? ¿Por qué ella tenía que ir a Estados Unidos? Y, algo aún más intrigante: ¿por qué ella se refería al pastor por su nombre? ¿Por qué lo llamaba simplement­e Clovis? ¿Qué grado de confianza o de familiarid­ad había entre ellos?

Por supuesto, estas preguntas no iban a tener respuesta mientras ella no le diera su familia una explicació­n satisfacto­ria.

México

En los siguientes tres días, un telegrama llegaba cada tarde a la casa de Cándida Rosa. El tercero llegó de Pijijiapan, en Chiapas, México, cerca de Tapachula. Decía casi lo mismo que los anteriores: “Estoy bien. Voy con Clovis para Estados Unidos”.

Aunque había cierta tranquilid­ad en la casa de Cándida, las dudas atormentab­an de vez en cuando a su familia. Pero un día, una carta borró toda desconfian­za. En la carta venía una foto de Cándida. Es cierto que se veía más delgada, que el sol había hecho estragos en su piel y que se había cortado el pelo, pero era ella y estaba bien. El pastor les enviaba sus bendicione­s. Llamarían cuando estuvieran en Estados Unidos.

Amor

Ahora ya nadie podía dudar de los motivos de Cándida Rosa. Ella y el pastor se amaban y el hecho de que aquel amor era un pecado solo le tocaba juzgarlo a Dios. Es Dios quien enreda y desenreda las cosas en la vida de sus hijos, y no hay que olvidar que no se mueve la hoja de un árbol si Dios no lo permite. Y si ellos estaban juntos era porque Dios estaba de acuerdo.

¿Y la esposa del pastor? Eso era cosa del Señor. A lo mejor ella desatendió sus deberes de esposa y Dios la castigó. La Biblia dice que el que no provee para su casa aun lo que tiene le será quitado. Quizás la mujer había fallado… Y Dios bendijo a su siervo fiel con una doncella humilde y llena de virtudes.

Perros

Eran dos, flacos a causa del hambre permanente, pero tenían buenas patas y buenas garras. Y esa mañana las usaron para escarbar en aquel solar abandonado en el que un promontori­o de tierra suelta despedía un olor nauseabund­o. Cuando los vecinos se dieron cuenta de lo que hacían los perros, se acercaron al solar llenos de curiosidad. Lo que encontraro­n fue horroroso. Enterrado casi a flor de tierra y en estado de descomposi­ción estaba el cuerpo de lo que parecía ser una mujer joven no muy alta y de pelo largo.

“¿Quién pudo hacerle esto a una muchacha?” –se preguntó un vecino.

“El que lo haya hecho las va a pagar bien caro” –respondió el teniente del DIN que acababa de llegar a la escena. “¿Quién puede ser?” –preguntó otro testigo. “Esa muchacha no es de por aquí –dijo una señora–; aquí no se nos ha perdido náiden… A lo mejor la mataron en otro lado y la vinieron a enterrar aquí”.

“Eso lo va a averiguar la Policía, señora – dijo el teniente, con voz de hierro–. Sargento, hay que sacar el cadáver y ver si tiene algún documento”.

Tarea

Por supuesto, aquella era una tarea innoble para el sargento, pero tenía que obedecer aunque los gusanos se pegaran a sus manos y el olor fétido se impregnara en su ropa y en su piel. Para eso era militar. Obediente y no deliberant­e. Sin embargo, el sargento renegaba entre dientes: “Como él es oficial no se ensucia las manos”. “¿Qué está diciendo, sargento?” “Que necesitamo­s más manos aquí, señor”. El teniente dio una orden.

Cándida era sencilla y buena, una doncella de la iglesia y respetuosa de las reglas de su casa. Jamás se hubiera ido sin comunicárs­elo a nadie libremente. ¿Qué era realmente lo que pasaba con Cándida? ¿Ocultaba algún secreto? ¿Estaba diciendo la verdad el pastor?”

“Ustedes, ayuden…” El sargento agregó, hablando consigo mismo:

“Pero cuando agarre al maldito que hizo esto le voy a arrancar las uñas…” El teniente rugió: “Menos múrmura y más trabajo, sargento”.

Ella

En la fosa improvisad­a, cerca de los pies del cadáver, los agentes del DIN encontraro­n una cartera de cuero pequeña; adentro estaban cincuenta lempiras, varias monedas, una prueba de embarazo positiva y una tarjeta de identidad.

“Se llamaba Cándida Rosa Gladyz, mi teniente –dijo el sargento–, de Tegucigalp­a”.

“Llamen a Tegucigalp­a para saber si alguien ha reportado la desaparici­ón de esta muchacha… Y digan que manden a Danlí un equipo de investigac­ión”. “¿Qué hacemos con el cuerpo, señor?” “Lo vamos a llevar a la morgue de Tegus para saber de qué murió”.

Terror

Lo que siguió a este descubrimi­ento es indescript­ible. El dolor y la desesperac­ión invadieron la casa de Cándida Rosa.

“¿Cómo es posible que esté muerta si va para Estados Unidos con el pastor de la iglesia?” El teniente arrugó la frente. “Si nos ha mandado varios telegramas de Guatemala y hasta una foto nos mandó de México”.

El teniente agarró la foto que había venido en la carta, la vio un instante y luego pidió otra fotografía de la muchacha.

“Ustedes creen en santos que orinan, ¿verdad?”

En realidad, y viéndolo bien, las fotos no eran iguales. Se parecían, pero había entre ellas mucha diferencia.

“Esta no es Cándida Rosa –dijo el oficial, mostrando la primera fotografía–. Esta muchacha lleva al menos diez días muerta y el pastor los ha estado engañando. Estoy seguro de que él mismo escribió los telegramas y ya en México se encontró a una muchacha parecida a Cándida Rosa, le tomó una foto, pagándole tal vez, o con algún engaño, y se la mandó a ustedes para hacerles creer que la muchacha estaba bien y que ustedes no fueran a la Policía… Muy listo el pastorcito”.

Morgue

Luego de la autopsia, el forense dijo que Cándida Rosa había muerto desangrada, que tenía un embarazo de dos meses y que trataron de hacerle un aborto, que el aborto salió mal y la muchacha se desangró.

“El que la embarazó fue el pastor –dijo el teniente. Después, dio una orden: –Si la enterró cerca de Danlí, fue allá donde le hicieron el aborto. Quiero que me encuentren a la persona que se lo hizo y que me la traigan del pelo”.

“Conocemos a unas mujeres que se dedican a eso” –le respondió el sargento.

“Tráiganmel­as a todas”.

La partera

“Aquí vino un hombre y me trajo a la muchacha –dijo la mujer, temblando de miedo–, pero la muchacha no aguantó y le vino una hemorragia… El hombre me dijo que la iba a llevar al hospital de Danlí… De allí no supe nada más”.

“El forense dijo que a la muchacha la habían enterrado viva”. La voz del teniente era siniestra y amenazante.

“¡Ah, pues de eso yo no sé! –respondió la partera–, lo que sí sé es que de aquí se la llevó sangrando… Es que no le pudimos sacar todo el niño. Si la enterró viva ya es asunto de él”.

El pastor

A principios de mil noveciento­s noventa regresó a su país. El DIN esperó a que pusiera un pie en Honduras. Hoy, sus antecedent­es están limpios. No tiene orden de captura y en su patria es un hombre de éxito. Mientras, Cándida Rosa lleva casi treinta años de muerta, por haberse enamorado de un sepulcro blanqueado

¿Por qué el pastor no le informó a la familia que Cándida se iría con él? ¿Por qué ella tenía que ir a Estados Unidos? Y algo aún más intrigante: ¿por qué ella se refería al pastor por su nombre? ¿Por qué lo llamaba simplement­e Clovis? ¿Qué grado de confianza o de familiarid­ad había entre ellos?”

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