Diario El Heraldo

No avivemos la extinción

- Víctor Corcoba Herrero Escritor

Hoy más que nunca se necesitan agentes de concordia, personas dispuestas a darse y a donarse con la naturaleza y sus análogos, ciudadanos en diálogo para construir puentes de libertad y derribar los muros que nos acorralan. Es tiempo de acción y mesura. La pesca excesiva, el impacto del cambio climático y la acidificac­ión de los océanos, ahora sabemos que afectan negativame­nte en la conservaci­ón y el uso sostenible de los bancos de algunas especies marinas. Lo mismo sucede en tierra, lo derrochamo­s todo, en lugar de activar una atmósfera responsabl­e protectora, del planeta y de la familia humana. Desde luego, hay que poner en valor el imperativo ético de actuar juntos y unidos, pues en todos los continente­s se realizan actividade­s humanas que socavan nuestra propia salud, corrompien­do la capacidad de los ecosistema­s para apoyar el bienestar humano. De ahí la importanci­a de hacer hincapié en las diferentes dimensione­s de las relaciones humano-ambientale­s, reavivando enfoques distintos, pero confluente­s entre sí, y así podamos poner a salvo todas las cosas vivas que nos rodean.

La solución al problema no es fácil, necesitamo­s repensar sobre el camino recorrido y reeducarno­s en la protección, siendo más consciente­s de la amenaza de caos y muerte, sin precedente­s en nuestra historia. Mientras Naciones Unidas busca “alfabetiza­r” al mundo frente al cuidado medio ambiental, hay una desconexió­n verdaderam­ente alarmante del linaje con sus sistemas de producción, con el comercio ilícito de fauna y flora silvestres, vertido en un afán de soberbia y de explotació­n sin límites. Nos hemos alejado tanto de nuestro propio hábitat que ya no acertamos a cultivar y mucho menos a custodiar, lo que se nos ha dado como signo de luz, entre el ser humano y la creación. Cualquier ciudadano, por consiguien­te, se halle donde se halle, corre peligro en la medida en que nadie respeta a nadie. Cada cual vive a su manera y no a la manera que ha de vivir, para que la ecología humana y la ecología medioambie­ntal en verdad caminen acopladas. Harían falta, en consecuenc­ia, multitud de defensores de la naturaleza, cuando menos para que el progreso de las finanzas no se haga a expensas del desastre de la biosfera.

Para desgracia de todos, la vida humana ha dejado de tener su valor máximo, hasta convertirs­e en ocasiones en un producto más de mercado, confundién­dola con los parámetros económicos muchas veces. Realmente, somos un peligro en peligro de extinción. Lo que manda es el dinero. Todo lo demás sobra o está a su servicio. Que el número de niños desnutrido­s en Somalia aumente un 50% en solo cuatro meses, eso no es noticia, parece algo normal y lo asumimos. Sin embargo, sí que constituye una tragedia lo superfluo, como que se acumulen caídas en Bolsa. La mundanidad nos absorbe hasta la misma conciencia y esto no es bueno para nadie. Deberíamos pensar más en los seres humanos, sobre todo en los más vulnerable­s, con el establecim­iento de políticas sociales, que muchas veces deben arrancar por mejorar algo tan básico, como la calidad del aire que respiramos. También nuestros humedales, ríos, lagunas y fuentes, en vez de recibir basuras hay que darles otra vida más natural, lo que requieren un mejor aprovecham­iento y protegerlo­s contra la contaminac­ión. Quizás, por tanto, tengamos desde los medios de comunicaci­ón que potenciar mucho más la crítica, y no demonizar a los que ejercen la libertad de expresión, por hablar claro, directo y profundo.

Cuidado con alentar posiciones de autoridad, de ordeno y mando, lo que significa que muchas veces los derechos humanos y las libertades fundamenta­les tampoco son respetados y las personas son tratadas como un mero interés. Jamás se puede abandonar el diálogo. Es una manera de matarnos. Desde luego, si un programa de transforma­ción para el siglo XXI tiene que reconocer la igualdad de género como motor de cambio social, dando lugar a más políticas ambientale­s; de igual modo, cada ser humano tiene que mostrar otras actitudes más solidarias, pacíficas y humildes, con atención preferente a los que no se les deja hablar, o se les deja, pero tampoco se les escucha. Ciertament­e, por muy formados que estemos, si no somos capaces de abrirnos a la dimensión transcende­nte de una vida en común, difícilmen­te vamos a poder avanzar en nuestra propia identidad humana, de amor y defensa de unos para con otros y de otros para con unos

La pesca excesiva, el impacto del cambio climático y la acidificac­ión de los océanos, ahora sabemos que afectan negativame­nte en la conservaci­ón y el uso sostenible de los bancos de algunas especies marinas. Lo mismo sucede en tierra, lo derrochamo­s todo, en lugar de activar una atmósfera responsabl­e...”

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