EntrE ParéntEsis La universidad y la otredad
explicaron porqué se necesitaba de un reglamento para las elecciones estudiantiles. La arenga, seria y justificada, no era la razón de mi sonrisa, sino el uso del tiempo para hacerlo. Le pregunté a uno de ellos -barbado y con boina sesentera- con la familiaridad que regala una década de docencia, a qué se debía el “telegrafiado” reclamo. “¡Fácil, maestro!” -me dijo, guiñándome un ojo- “¡No queremos que nos acusen de interrumpir clases!”.
La anécdota ocurrió hace más de cuatro años, meses más, meses menos. Pocos estudiantes acompañaban al grupo de “protestantes”, quienes por cierto se quejaban de la indiferencia de sus congéneres. Sin embargo, los ocurrentes manifestantes, en un lapso relativamente corto de tiempo, decidieron cambiar de métodos para hacer notar sus argumentos y acudieron al viejo (y a veces efectivo, pero también cuestionable) recurso de bloquear el acceso a las instalaciones, no una sino varias veces. La respuesta de las autoridades fue contundente: no solo intervinieron las fuerzas de orden público para restablecer el funcionamiento de la casa de estudios, sino que se expulsó a aquellos identificados como principales instigadores de la extrema acción, que también se repitió en la zona norte (sin seguir el debido proceso como oportunamente expresó la inefable sala constitucional, a la que apelaron los jóvenes sancionados, con más dudas que certezas). Lamentablemente, no se identificaron las señales tempranas (ni sesudas soluciones) de un reclamo real y se hizo algo que es común por acá: no centrarse en el mensaje, sino en el mensajero (y su forma de transmitir aquello).
Esta no pretende ser una crónica panegírica de los inicios del hoy robusto movimiento estudiantil que tiene en jaque a la más alta jerarquía de nuestra universidad pública más importante (ya habrá quién cuente su historia, ojalá sin detalles superlativos), ni una crítica irracional, oportunista y delirante a los alcances positivos de la etapa actual de la cuarta reforma, que tiene más de un ideólogo y un almirante responsable de sus muchos aciertos (y también fallas). No llegará siquiera a análisis de causas y consecuencias del nudo gordiano que capta miradas y hace salivar a más de uno.
Solo nos concentraremos en la gran lección que deja el conflicto universitario actual y que podría servirnos en el futuro cercano para prevenir y atender oportunamente crisis en otros ámbitos: la innegable evidencia de que “el otro existe”, aunque no nos agrade su tamaño ni su forma de opinar y actuar. Bien diga verdades amargas o medias verdades, está ahí y debe ser escuchado. Porque si no, después de despertar del sueño de la autocomplacencia, quizás descubriremos que el problema sigue ahí, presto a devorarnos y borrarnos de la historia
Lamentablemente, no se identificaron las señales tempranas (ni sesudas soluciones) de un reclamo real y se hizo algo que es común por acá: no centrarse en el mensaje, sino en el mensajero”.