Mercantilización de la educación
¿Educación pública o privada? En la edición del lunes informábamos sobre el centenar de solicitudes para abrir colegios privados en Francisco Morazán que están a la espera de ser aprobadas en la Dirección Departamental de Educación. Solo esa oficina recibe cada año un promedio de 200 peticiones en los niveles preescolar, escolar y secundario.
No todos llenan los requisitos y muchos empiezan a funcionar sin el permiso respectivo. De hecho, en 2017 más de mil estudiantes no pudieron recibir el título como egresados de secundaria porque sus centros de estudio operaban ilegalmente.
Aunque la Constitución establece como una obligación del Estado “desarrollar la educación básica del pueblo”, la baja calidad de la enseñanza -que no responde a las necesidades actuales- y la inseguridad -que acecha a cada vez más centros educativos públicos-, entre otros factores, obligan a muchos padres de familia a matricular a sus hijos en institutos privados.
Así, la creciente mercantilización de la educación, un derecho humano universal, está marcando aún más las desigualdades en nuestros niños y jóvenes.
Aunque en teoría la privatización de la educación en Honduras -que han venido denunciando algunos sectores- no es una política de Estado, en la práctica parece lo contrario. La respuesta pasiva del Estado ante la demanda educativa, tanto en calidad, cobertura y seguridad, ha permitido la proliferación de centros de enseñanza privados que, por otro lado, deben ser mejor regulados ya que muchos ofrecen condiciones antipedagógicas y personal subcalificado.
La inversión educativa también resulta insuficiente: este año será equivalente al 5.38% del PIB, aunque el mínimo necesario, según la Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educación (Clade) es de 6%.
La gratuidad educativa en escuelas y colegios oficiales tampoco se cumple a cabalidad cuando los padres de familia deben aportar para el aseo, vigilancia, merienda, etc.
En general, la educación pública está muy lejos de cumplir su cometido y los efectos los vemos a diario en la pobreza y el subdesarrollo que parecen interminables