Diario El Heraldo

Hablemos de honestidad e integridad

Se necesitan seres humanos con una unidad entre pensamient­o, acción y fuerza moral para no caer en la corrupción

- Nueva Acrópolis

La honestidad quizá sea uno de los valores más básicos y universale­s, imprescind­ible para poder construir la convivenci­a humana y establecer una buena relación entre las personas, gobiernos, institucio­nes, etc.

La marcha de la humanidad, ya sea a gran escala o en pequeñas comunidade­s, depende del grado de honestidad de quienes la integran, una honestidad que debería impregnar todas las esferas que involucran la actividad humana.

Como muchas virtudes, se le valora más cuanto más se ausenta de nuestra sociedad, apreciándo­la tarde, cuando se resquebraj­a el edificio de lo social y sufrimos las consecuenc­ias.

El mundo necesita que los seres humanos vivamos con honestidad, con coherencia con nuestros propios principios y nuestro sentido del Bien y la Justicia. Es decir, con una cierta unidad entre pensamient­o, sentimient­o y acción que se manifieste en sinceridad y fortaleza moral para no dejarse arrastrar por las oportunida­des de corrupción que se nos presenten

Honestidad y honradez van de la mano y se refieren hoy en día a lo mismo. En general, se trata de actuar coherentem­ente con nuestros valores, pensamient­os y sentimient­os.

El hombre o la mujer honrados son fieles a sí mismos y coherentes con sus propios principios. No albergan ocultas intencione­s. Pero la coherencia solo no bastaría para reconocer la honradez.

La honradez nos habla no solo de coherencia, sino de rectitud de ánimo e intención, es decir, que haya una buena voluntad en nuestros pensamient­os y actos, lo que supone que nuestra intención está guiada por el deseo de hacer el bien, de hacer lo correcto. Por lo tanto, para ser honrado hay que tener valores con los que identifica­rnos.

Para que haya honradez tiene que haber conciencia del bien y un impulso de desarrollo personal, afirmado en lo mejor de nosotros mismos, que fortalezca el altruismo, la bondad y el respeto por los demás. Es una expresión de nuestra fortaleza moral (como nos recordaría Platón), de nuestra capacidad de mantenerno­s firmes en nuestros principios más allá de la adversidad. Se trata de un acto de fidelidad a nosotros mismos. Por ese motivo se convierte en la medida de nuestra valía, de nuestro valor.

Unidad e integridad personal. El gobierno de uno mismo

Como vemos, la honestidad nos habla de la coherencia que necesita el ser humano entre lo que piensa, siente y hace, para el logro de una cierta felicidad y convivenci­a. Cuando hay honestidad, nuestros actos hablan de nuestras intencione­s y estas son buenas. Pero toda unidad, toda armonía necesita une eje que equilibre, y este ha de estar constituid­o por lo mejor de nuestra naturaleza humana. La honestidad nos transforma en individuos (el individuo platónico que se diferencia del hombre-masa), en seres humanos que han logrado una básica armonía interior, desarrolla­ndo un gobierno de sí mismos desde una conciencia elevada, desde el propio discernimi­ento, amor y sentido de la justicia.

Nos hace libres y autónomos, pues nos permite movernos guiados por nuestra voluntad iluminada por los valores, y no por las circunstan­cias y los impulsos caprichoso­s de nuestra personalid­ad cambiante.

Es, pues, una muestra de la fidelidad hacia nosotros mismos. Pero ¿a qué aspecto de nosotros mismos, consideran­do los muchos impulsos e inclinacio­nes que conviven y se manifiesta­n en cada uno constantem­ente? A aquello que nos hace humanos, más allá de nuestros impulsos. Es decir, que busca la propia identidad en nuestra capacidad de discernir, de percibir la belleza y desarrolla­r la bondad… cada uno en su medida.

La base de la dignidad

En cierto modo, podemos decir que la honestidad es atributo de nuestra dignidad y la medida de nuestra valía.

Sin olvidar que todos los seres humanos, somos dignos y, por lo tanto, objeto de respeto, tenemos que aceptar la natural aspiración a desarrolla­r y desplegar el maravillos­o potencial que como seres humanos tenemos y que aún no se ha puesto de manifiesto.

Todos necesitamo­s un poco de autoestima y de aceptación, de valoración por parte de los demás, pero no son los honores y reconocimi­entos sociales lo que nos dignifica, sino

HonestieAe y honrAeeu vAn ee lA mAno y se refieren A lo mismo.

Cl muneo necesitA que los seres humAnos vivAmos con honestieAe.

nuestra integridad personal expresada en nuestros actos y los valores que los mueven.

Quien tiene en estima su propia honradez es porque valora su dignidad, y está la considera la mejor carta de presentaci­ón de sí mismo. No valora más lo que dicen los demás que su propia conciencia, y en su relación con el mundo, estima más sus principios que sus bienes.

Su honestidad no se refleja únicamente en puntuales actos, sentimient­os o ideas, sino en una constante y honesta trayectori­a en aras del bien.

El valor de la palabra

La palabra, como vehículo de comunicaci­ón, revela nuestras ideas e intencione­s –o debería hacerlo–, establece vínculos y crea puentes de conocimien­to mutuo y del mundo.

Si la palabra es sincera, es decir, expresa nuestras ideas e intencione­s y compromete nuestros actos, entonces es constructi­va y tiene valor. La palabra se convierte en un instrument­o de poder, capaz de generar entendimie­nto, confianza y, por ende, convivenci­a.

Solo cuando la palabra tiene verdadero valor puede, a través del diálogo sincero, resolver los conflictos y sustituir a las armas de guerra.

Pero cuando la palabra es un instrument­o de engaño, un arma demagógica, cuando la palabra de un ser humano ya no vale nada, entonces es muy probable que sea reemplazad­a por la violencia y las armas. ¿Qué es lo que devuelve entonces el valor a la palabra? Aquello que se lo dio: el ejemplo. Solo el ejemplo da valor a la palabra.

La falsedad, la mentira, destruyen y corrompen, como también lo hace el que faltemos a nuestros compromiso­s adquiridos, a nuestra palabra dada. En el antiguo Egipto, había una expresión para aquel que sabía medir sus palabras, ser veraz y honrado en sus compromiso­s: ser Justode-voz.

La sombra de la honestidad: la corrupción

La vida nos ha enseñado que, para conocer la calidad de algo, su autenticid­ad y nobleza, hay que verlo sometido a pruebas que lo lleven al límite de su naturaleza (como las pruebas de resistenci­a de materiales o de calidad de los productos). Solo entonces sabemos la pureza y calidad con que está hecho.

Y, efectivame­nte, son las situacione­s difíciles las que compromete­n nuestra calidad humana, y es en ellas donde se forja nuestra honestidad, nuestro auténtico valor. El sentido de la honestidad se construye sobre los sólidos pilares de nuestros principios, pero se desenvuelv­e sobre lo que las situacione­s de la vida nos presentan y, si bien la vida exige flexibilid­ad y adaptación, no podemos disfrazar la corrupción con adaptación a la realidad.

Si por honestidad entendemos únicamente actuar tal y como se piensa, los fanáticos y los malhechore­s lo serían, pues actuarían en muchos casos en consecuenc­ia con lo que sus enfermizas mentes o impulsos instintivo­s les dictan. Sin embargo, al hablar de honestidad reconocemo­s que la primera integridad que necesitamo­s es para con nuestra naturaleza humana. Nadie puede permanecer ajeno al compromiso con la propia vida y con el bien común.

¿Existe un deber propio del ser humano? Es difícil responder en un tiempo en el que solo hablamos de derechos, pero si reconocemo­s unos derechos humanos es porque intrínseca­mente aceptamos unos deberes humanos que, como los derechos, forman parte de nuestra naturaleza, y nuestra integridad debe medirse con respecto a ese deber ser, a ese deber ser humano. En Oriente se nos hablaba de la recta conciencia, el reconocer el Dharma y ajustarnos a él, siendo el Dharma, en este caso, aquello que conduce hacia el buen desarrollo de lo mejor de nuestra condición humana. En el Noble Óctuple Sendero, Buda recomienda elegir unos rectos medios de vida que no traicionen el deber natural que nos correspond­e como seres humanos.

Platón nos insta a aspirar a ser guiados en nuestra vida por el mayor bien y sabiduría. Esa es la mejor aspiración a la que puede llevar el valor de la honestidad.

Quien es honesto es confiable

La honestidad genera confianza, y la primera confianza que necesitamo­s es en nosotros mismos.

De la misma forma que el ejemplo que recibimos de alguien nos permite realmente confiar en él, la confianza en nosotros mismos nace del ejemplo que nos damos, más allá de si nos ven o no; nace de la honestidad que tengamos para con nosotros mismos, para reconocer nuestras debilidade­s, pero también nuestras fortalezas.

Hoy más que nunca, cuando vemos cómo se derrumba la confianza en nuestros representa­ntes políticos y agentes sociales, y con ese derrumbe vemos tambalears­e el equilibrio social y la convivenci­a, se pone de manifiesto que la honestidad es la base de la confianza y que esta pasa inexorable­mente por dar ejemplo

 ??  ??
 ??  ?? La marcha de la humanidad depende del grado de honestidad de quienes la integran, una integridad que impregne todo el planeta. La honestidad habla de la coherencia que necesita el ser humano entre lo que piensa, siente y hace. La honestidad nos...
La marcha de la humanidad depende del grado de honestidad de quienes la integran, una integridad que impregne todo el planeta. La honestidad habla de la coherencia que necesita el ser humano entre lo que piensa, siente y hace. La honestidad nos...

Newspapers in Spanish

Newspapers from Honduras