Con otra óptiCa Más rizos de agua
de Honduras, instigada incluso por el superego, a lo Nietzsche, del alemán y monseñor Agustín Hombach. Se hablaba allí de razas, concepto vulgarizado por los seguidores del intelectual germano Arthur Schopenhauer.
Los investigadores profundizaron luego en el estudio de las llamadas etnias, mejor definidas como pueblos originarios: chortí, lenca, pech, tolupán, misquito, sumo y tawahka, garífuna, que no fueron únicos, y a partir de allí antropólogos e incluso arqueólogos, así como interesados en estudios culturales, definieron que a la base de la personalidad hondureña la integraba el pensamiento derivado de esos pueblos, aceptándose desde entonces ser nosotros sociedad multilingüe y pluricultural (pues hablábamos, lo menos, siete lenguas distintas). Y que esa fusión ––cultural pot, histórica mêlée–– nos definía ad perpetuo en costumbres, modos y usos, visión de mundo, formas y construcciones de lenguaje, así como tendencias materiales y espirituales, cual descendientes de aquellas honrosas comunas preamericanas, es decir (con excepción
Empiezo a sospechar, pues, que todas aquellas raíces fueron extirpadas, en algún momento moderno, probablemente al filo del siglo XVII”.
“¿Qué es Honduras hoy sino moderna confusión (...) de expresión de culturas disímiles, mayormente agrupadas desde y por la mesticidad”.
de la garínagu) prehispanas. Por ochenta años repetimos tal concepción.
Llega el momento de auscultar si es cierta, si no es que, al interpretar, confundimos lo que es el fenómeno histórico (la existencia de esos pueblos) con otro antropológico (nuestra personalidad actual) apelándonos (llamándonos) lo que no somos. Peor, que quizás nunca fuimos, pues suponer que había integración social (y por ende peso íntegro hereditario) entre esas entidades es falacia, ya que fuera de su capacidad y disponibilidad de resistencia al sistema explotador jamás la tuvo. Como igual es invento suponer que en nuestra vida presente repetimos (asimilamos, proyectamos, exudamos) características de esos pueblos adicionalmente –– cruelmente–– maltratados y olvidados por lo que ha de ser al presente el mayor peso de la identidad nacional: lo ladino.
Empiezo a sospechar, pues, que todas aquellas raíces fueron extirpadas, en algún momento moderno, probablemente al filo del siglo XVII, por una radical superior: la mestiza. (radical es la raíz cenital, principal de una planta).
Fuera de ciertos brotes apagados (por siglos intencionalmente asfixiados) de resonancia indígena, ¿qué es Honduras hoy sino moderna confusión (aunque no caótica) de expresión de culturas disímiles, mayormente agrupadas desde y por la mesticidad, al grado de formar ya un lazo o trenza donde no se distingue la capa anterior…? Pues, ¿cuánto registra usted, en sí mismo, de indígena? No somos Guatemala, Bolivia, Perú, con altos índices demográficos de pueblos descendientes sino el clásico modelo de formación humana que por no definirse sueña, idealiza, ser lo que no es, descuidando, por tanto, fortalecer (mediante estudios, investigaciones, ciencias, arte) lo que ciertamente es.
Quien nunca piensa de donde viene jamás arriba a donde va