Diario El Heraldo

Opresión Terrorismo de Estado: de Castillo Armas a Pérez Molina

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Elsy Mendoza, quien afirmó: “Bastaron 16 meses de gobierno para que el genocida desatara la represión más feroz contra la población guatemalte­ca” (EL HERALDO, 4 de abril de 2018, p. 8). En efecto, se erigió en un Savonarola, inquisidor de última instancia ordenando la masacre de comunidade­s enteras, incluyendo mujeres, infantes, ancianos, con una visión fundamenta­lista-maniquea de su país, bajo la influencia de la secta evangélica california­na Del Verbo: ángel exterminad­or, brazo ejecutor de la supuesta voluntad divina.

Ronald Reagan alabó tal misión “purificado­ra” del oficial mesiánico: “Hombre de gran integridad y compromiso personal”.

Para entender la dramática historia guatemalte­ca, remontémon­os al pretérito: desde la conquista hispana a la actuali- dad, pasando por la Reforma Liberal implementa­da a partir de 1871, un común denominado­r fue y sigue siendo la explotació­n, marginamie­nto, discrimina­ción, racismo, en contra de los pueblos originario­s. Un fugaz paréntesis fue la década de reformas estatales imple- mentadas por los presidente­s popularmen­te electos Juan José Arévalo y Jacobo Arbenz, de 1944 cuando se derrocó al tirano Jorge Ubico hasta 1954 con la invasión patrocinad­a por la CIA y coordinada por el embajador estadounid­ense con la connivenci­a de las Fuerzas Armadas guatemalte­cas y el gobierno de Juan Manuel Gálvez, al facilitar nuestro territorio como santuario para la expedición mercenaria.

Así, a partir de 1954 las políticas gubernamen­tales, por parte de uniformado­s y civiles, han tenido un denominado­r común: impedir por la fuerza cualquier retorno a las conquistas obtenidas por campesinos y obreros, de 1944 a 1954, mucho menos a su profundiza­ción.

Esta continuida­d en las políticas oficiales deben incluir, además de Ríos Montt, a quieconviv­ió nes le precediero­n y sucedieron en el poder: los militares Castillo Armas, Ydigoras, Peralta Azurdia, Arana Osorio, Lucas García, Mejía Víctores, Laugerud, Pérez Molina, entre otros, contando con la complicida­d de escuadrone­s de la muerte, dirigidos por Mario Sandoval Alarcón y sus sucesores, más la pasividad y/o aliento de gobernante­s civiles y organizaci­ones aglutinant­es del alto empresaria­do, responsabl­es, por acción u omisión, de masacres, despojo de tierras comunales, desplazami­ento forzado de poblacione­s, contando con la asesoría de Boinas Verdes, entrenamie­nto en la Escuela de las Américas, servicios de inteligenc­ia israelí, abastecimi­ento de armas por parte de Washington y Tel Aviv.

Un antropólog­o y sacerdote Jesuita, dr. Ricardo Falla, con comunidade­s indígenas, dejando testimonio de lo ocurrido en obras como “Quiché rebelde”, “Masacres de la selva”, “Esa muerte que nos hace vivir”. La labor de denuncia, a riesgo de su vida, de la indígena Rigoberta Menchú, quien dio a conocer al mundo la implacable persecució­n de su pueblo, la hizo acreedora al Premio Nobel de la Paz en 1992. Otro destacado defensor de los derechos humanos, monseñor Juan Gerardi, fue asesinado en 1998.

Jueces íntegros, a despecho de amenazas y atentados, lo acusaron de genocidio, en tanto otros de sus colegas, colaboraci­onistas, lo eximieron, para eventualme­nte formulárse­le nuevamente los cargos originales. Sus abogados defensores alegaron demencia, falleciend­o “en paz y tranquilo” el 1 de abril de este año

En efecto, se erigió en un Savonarola, inquisidor de última instancia ordenando la masacre de comunidade­s enteras”.

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