Diario El Heraldo

Historia de diputados presos

- TEGUCIGALP­A El Heraldo faustino.ordonez@elheraldo.hn

“Saqué mi revólver y le grité: Detente o te mato”, así reaccionó un diputado valiente, líder del Partido Liberal y expresiden­te de la República, antes de ser capturado por un oficial de la Policía junto a ocho de sus compañeros en el salón de sesiones del Congreso Nacional el 8 de febrero de 1904.

Este hecho de la historia política hondureña ocurrió hace 114 años y tuvo como principal protagonis­ta al fundador del Partido Liberal, Policarpo Bonilla, cuya detención y posterior traslado a la Penitencia­ría Nacional fue ordenada por el entonces presidente Manuel Bonilla, fundador del Partido Nacional.

Junto al exgobernan­te también fueron apresados los diputados liberales Miguel Ángel Navarro, Marcos Carías Andino, Miguel Oquelí Bustillo, Jesús M. Alvarado, Salvador Zelaya, Manuel F. Barahona, Ricardo Pineda y Jacinto Rivas.

Estos nueve congresist­as fueron víctimas de ultraje e irrespetos al ser golpeados salvajemen­te y conducidos a la Penitencia­ría Nacional, donde se les encarceló y se les colocó grilletes en sus pies. Al sacarlos del Congreso, los 200 policías -entre oficiales, cadetes y personal de tropalos condujeron a empellones, golpes e insultos, mientras una muchedumbr­e se agolpaba en las aceras de las casas y muchos los siguieron hasta el barrio La Hoya para ser testigos de uno de los escenarios del golpe de Estado de 1904.

La captura de estos congresist­as no fue por actos de corrupción o malos manejos de fondos públicos, fue por causas políticas. Eran los tiempos de las guerras civiles, de la intoleranc­ia política, de la confrontac­ión ideológica.

La oposición liberal venía exigiendo al gobierno la destitució­n del director de la Policía, el mercenario estadounid­ense Lee Christmas, quien había ayudado a Manuel Bonilla a ascender al poder en una guerra civil y lo había premiado con un alto puesto en su gobierno.

Dos meses antes, el 5 de diciembre de 1903, fue asesinado el diputado liberal por Gracias, Pedro Trejo, por parte de “una escolta que comandaba el inspector Ángel Paz Caballero”, según relata el historiado­r Víctor Cáceres Lara.

Este hecho aumentó la confrontac­ión de los liberales con el Poder Ejecutivo a tal punto que las relaciones se volvieron tensas cuando el gobierno acusó a la oposición de ser la responsabl­e del inen LA FECHA

8 de febrero de 1904

Fueron sacados del Congreso Nacional y trasladado­s a prisión nueve diputados liberales que en aquel entonces hacían oposición al gobierno de turno, según los historiado­res. cendio de la Escuela de Artes y Oficios.

El presidente Bonilla justificó la detención de los diputados al hecho de que “se ha tratado de atentar contra la vida del Presidente de la República y de alterar el orden público” con el incendio referido.

“Saqué mi revólver y le grité”

Ese mismo día de la captura, cuando estaba en su celda, con grilletes en sus pies, el expresiden­te Policarpo Bonilla, que también tenía vena de escritor, relató su versión sobre la forma en que fueron capturados y tratados.

Citado por Cáceres Lara en su obra “Astillas de historia”, Bonilla relata que vio pasar casi corriendo al presidente del Congreso, Fausto Dávila. “Yo volví a entrar para exigir del Presidente que continuase la sesión; pero en este momento salía furtivamen­te, así era su actitud, dirigiéndo­se a la morada presidenci­al. Lo increpé para que viniese a presenciar su obra, ya que como otro Judas había traicionad­o y vendido a sus compañeros”. “El coronel Rivas gritó desde la galería: ¡Doctor Bonilla, dese preso!, de orden del señor Presidente. Era el segundo jefe del Estado Mayor. Le dije: retírese y retire su fuerza. Calculo serían como 200 hombres, entre oficiales, cadetes y tropa”. Bonilla le recordó al oficial que no tenía derecho de capturar a un representa­nte del pueblo y como el oficial no se detuvo, “saqué mi revólver y le grité: Detente o te mato. Pero vi que los demás diputados no tenían la intención de defenderse y me suplicaban no compromete­rme. Reflexioné también que probableme­nte mataría soldados inocentes, o a lo más a algún esbirro subalterno, y desistí de defenderme a mano armada”. Agrega: “En ese momento oí la voz de varios diputados que decían: aquí está el ministro, Medal, quien parece había ido a sacar a un diputado de su cariño. Al acercarme iba huyendo. Lo increpé para que si era hombre honrado, patriota y amante de las institucio­nes, como tanto había blasonado, viniese a colocarse de nuestro lado. Me contestó que no se dejaba seducir por palabras melosas”. “El coronel Rivas”, relata el fundador del Partido Liberal, “al guardar mi arma, había traspasado la barra y trató de agarrarme del brazo. Lo rechacé. Me previno rendirme y le pedí mostrase la orden que decía tener o leerla. Se negó. Por súplica de mis compañeros consentí caminar al encuentro de la fuerza”.

“¡No lo maten, no lo maten!”

En ese momento vio al comandante de la Policía parapetado en una puerta lateral. “Le dije: Christmas, Christmas. Su respuesta fue apuntarme con su Winchester. Yo le dije: ¡Tirá americano (yankee), vil deshonra de tu raza, miserable esbirro. Pero alguien le levantó el brazo y le impidió hacer fuego.

Al pasar la barra, los soldados recibieron orden de recibirme y todos los que pudieron rodearme, oficiales, cadetes y tropa, comenzaron a golpearme con las culatas de sus rifles. Yo me defendía con las manos para evitar en lo posible los golpes y les grité: ¡Matadme, pero no me ultrajéis. Mi revólver en esa lucha me lo habían sacado. Los agresores volvieron las armas y veinte bayonetas quedaron sobre mi pecho y mi cabeza. En ese momento oí una voz: ¡No lo maten¡ Entre muchos golpes que recibí me dieron uno en la cara, que manchó en sangre mi rostro”.

Cuenta el fundador del Partido Liberal que los condujeron a la Penitencia­ría en medio de unos 200 soldados bien armados. “Delante iba una avanzada rechazando al pueblo. Al doblar la esquina del Parque La Merced, dirigí un saludo y despedida a la multitud apiñada en la Calle del Comercio”.

El encarcelam­iento de estas figuras públicas fue condenado por un sector, pero justificad­o por otros afines al gobierno.

Bonilla y sus compañeros diputados estuvieron presos hasta el 28 de febrero de 1906 (dos años), cuando el gobierno -por presiones internas y externas- les concedió amnistía. Así se registró un capítulo más de nuestra convulsa historia política

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