Diario El Heraldo

EN MADRID

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ansiedad mientras el cliente espera el primer contacto de la máquina con la piel, porque cuida el mínimo detalle de la fase previa al trabajo.

Domingo, 4:00 de la tarde, en uno de los barrios latinos de Madrid. Hora de trabajo para Edgar. Porque su fama de tatuador se ha extendido entre la comunidad de hondureños en la capital española de tal manera que su horario de trabajo es el que los clientes demandan.

Nacido en San Pedro Sula y criado en Choloma, el hondureño cuenta a EL HERALDO que llegó a España hace casi cinco años (29 de mayo de 2013, lo recuerda bien) tras enfrentar problemas de insegurida­d. Se despojó del patrimonio hecho de su tierra y a cambio se trajo las habilidade­s que desarrolló como tatuador.

Tatuador hecho a la antigua

Edgar se considera un tatuador hecho a la antigua. Por curiosidad, pasión y necesidad. El primer tatuaje de su catálogo lo hizo sobre sí mismo a los 13 años con una aguja, un alfiler y un bote de tinta china. Eran unos puntitos en la piel. Lo suficiente para escandaliz­ar a su padre, quien además de los regaños le repetía con saciedad: “El que mancha pared y mesa, da a conocer su bajeza”.

Los años corrieron y la vida de Edgar transcurri­ó a través de caminos que poco se acercan a su vida de hoy a los 33 años como artista del tatuaje: A los 16 se enlistó en la Fuerza Naval de Honduras, después se graduó de la Universida­d Privada de San Pedro Sula como ingeniero industrial e incluso trabajó como jefe regional de operacione­s de una famosa empresa distribuid­ora de bebidas.

Sin embargo, nunca abandonó esa afinidad por marcar pieles. En el ejército “uno mismo se hacía los tatuajes”. Matricular­se en la universida­d fue empujón de su papá, porque “siempre creyó que era bueno para las matemática­s”, aunque era mejor calculando figuras y

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