¿Para quién se construye una ciudad?
Un paseo, llamémosle así por simple cortesía, por las calles del centro histórico de Tegucigalpa delata una ciudad que fue diseñada inicialmente para personas y, por mucho, para coches de la época que para estas tierras fuera colonial. Los autos y motocicletas se cuelan con esmero y dificultad entre una y otra calle, entre una y otra avenida del centro, y las personas también, y aunque no se reflexione sobre el tema, es de sentido común saber que donde cabe uno no cabe el otro. Porque es evidente que los automóviles no le calzan bien al centro de Tegucigalpa, como las personas no encajan en las demás zonas de la ciudad. El resto de la urbe parece estar hecha (aunque siempre he pensado que la capital de Honduras es más azar que planificación) para motores y no para pulmones, y no me refiero a la gruesa capa de humo que cuando falta la lluvia cubre nuestro cielo, me refiero a una ciudad que se esfuerza por brindar facilidad a los ciudadanos que conducen un automóvil, pero no a los peatones.
Es a simple vista una urbe desprovista de puentes peatonales, una contradicción en sí misma pues donde hay tantos vehículos es necesa- rio proteger a quienes no se conducen en uno. Lo mismo se puede decir de los pasos de cebra y el respectivo policía que ayuda a cruzar la calle. Las aceras, en muchos puntos, además de estrechas han sido usadas como estacionamiento, lo que obliga al ciudadano de a pie (valga el doble sentido de la expresión) a pisar los bulevares, donde lógicamente hay mayor exposición.
Lo anterior sería más o menos tolerable si todos los conductores fueran respetuosos y todos los peatones fuesen cuidadosos. En otras palabras, si existiera educación vial para todas las personas, porque al final de cuentas es inevitable transitar de una manera o de otra por las calles de esta improvisada capital.
Es necesario en las escuelas educar a cada ciudadano sobre cómo comportarse en las calles, frente a un automóvil o dentro de él. La calle no puede seguir siendo un riesgo, ya suficiente tiene Honduras con otros problemas de diversa índole. Hemos venido cobrando vidas, y los culpables no son otros más que la suma de los factores que he venido enumerando desde el principio. No se debe caer en la trampa de las estadísticas, que comparan una ciudad o un país con otro y conformarnos con no estar en los primeros lugares. Un hueso roto, es un hueso roto, y una vida es una vida. Simplemente se debe procurar que no suceda, y claro que eventualmente sucederá, pero el trabajo es reducir el riesgo al mínimo. La alcaldía de Tegucigalpa debe reconsiderar su política vial, y ser más amable con los ciudadanos que no cuentan con un medio de transporte propio. Las opciones son múltiples: puentes peatonales, túneles, pasos de cebra, policía, semáforos, aceras amplias, estacionamientos para que las aceras no sean usadas como lo que no son. Por ahí, hace muchos años se debió comenzar. No pueden los ciudadanos seguir sorteando su integridad física en cada cruce de calle, en cada mandado que hacen.
Imagine amable lector lo complicado que resulta para un hondureño de tierra adentro pasar de un sitio construido para personas a otro que parece diseñado para máquinas. Lo complejo que debe ser enfrentar aquella avalancha de ruedas, aceite y motores, y no saber por donde cruzar al otro lado. Si ya lo es para un oriundo. ¿Para quién está construida esta ciudad? La pregunta genera múltiples dudas, y no debería. Puede ser que sea como una selva, que está diseñada para el más fuerte, para el más veloz. ¿Para todos? ¿Para algunos? ¿Para nadie?
Es necesario en las escuelas educar a cada ciudadano sobre cómo comportarse en las calles, frente a un automóvil o dentro de él”.