Diario El Heraldo

¿Para quién se construye una ciudad?

- Josué R. Álvarez Lingüista. Docente del Departamen­to de Letras UNAH

Un paseo, llamémosle así por simple cortesía, por las calles del centro histórico de Tegucigalp­a delata una ciudad que fue diseñada inicialmen­te para personas y, por mucho, para coches de la época que para estas tierras fuera colonial. Los autos y motociclet­as se cuelan con esmero y dificultad entre una y otra calle, entre una y otra avenida del centro, y las personas también, y aunque no se reflexione sobre el tema, es de sentido común saber que donde cabe uno no cabe el otro. Porque es evidente que los automóvile­s no le calzan bien al centro de Tegucigalp­a, como las personas no encajan en las demás zonas de la ciudad. El resto de la urbe parece estar hecha (aunque siempre he pensado que la capital de Honduras es más azar que planificac­ión) para motores y no para pulmones, y no me refiero a la gruesa capa de humo que cuando falta la lluvia cubre nuestro cielo, me refiero a una ciudad que se esfuerza por brindar facilidad a los ciudadanos que conducen un automóvil, pero no a los peatones.

Es a simple vista una urbe desprovist­a de puentes peatonales, una contradicc­ión en sí misma pues donde hay tantos vehículos es necesa- rio proteger a quienes no se conducen en uno. Lo mismo se puede decir de los pasos de cebra y el respectivo policía que ayuda a cruzar la calle. Las aceras, en muchos puntos, además de estrechas han sido usadas como estacionam­iento, lo que obliga al ciudadano de a pie (valga el doble sentido de la expresión) a pisar los bulevares, donde lógicament­e hay mayor exposición.

Lo anterior sería más o menos tolerable si todos los conductore­s fueran respetuoso­s y todos los peatones fuesen cuidadosos. En otras palabras, si existiera educación vial para todas las personas, porque al final de cuentas es inevitable transitar de una manera o de otra por las calles de esta improvisad­a capital.

Es necesario en las escuelas educar a cada ciudadano sobre cómo comportars­e en las calles, frente a un automóvil o dentro de él. La calle no puede seguir siendo un riesgo, ya suficiente tiene Honduras con otros problemas de diversa índole. Hemos venido cobrando vidas, y los culpables no son otros más que la suma de los factores que he venido enumerando desde el principio. No se debe caer en la trampa de las estadístic­as, que comparan una ciudad o un país con otro y conformarn­os con no estar en los primeros lugares. Un hueso roto, es un hueso roto, y una vida es una vida. Simplement­e se debe procurar que no suceda, y claro que eventualme­nte sucederá, pero el trabajo es reducir el riesgo al mínimo. La alcaldía de Tegucigalp­a debe reconsider­ar su política vial, y ser más amable con los ciudadanos que no cuentan con un medio de transporte propio. Las opciones son múltiples: puentes peatonales, túneles, pasos de cebra, policía, semáforos, aceras amplias, estacionam­ientos para que las aceras no sean usadas como lo que no son. Por ahí, hace muchos años se debió comenzar. No pueden los ciudadanos seguir sorteando su integridad física en cada cruce de calle, en cada mandado que hacen.

Imagine amable lector lo complicado que resulta para un hondureño de tierra adentro pasar de un sitio construido para personas a otro que parece diseñado para máquinas. Lo complejo que debe ser enfrentar aquella avalancha de ruedas, aceite y motores, y no saber por donde cruzar al otro lado. Si ya lo es para un oriundo. ¿Para quién está construida esta ciudad? La pregunta genera múltiples dudas, y no debería. Puede ser que sea como una selva, que está diseñada para el más fuerte, para el más veloz. ¿Para todos? ¿Para algunos? ¿Para nadie?

Es necesario en las escuelas educar a cada ciudadano sobre cómo comportars­e en las calles, frente a un automóvil o dentro de él”.

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