El vivo a señas...
Contaba mi padre que él y mi madre conversaban en la sala, cuando de repente me vieron pasar, caminando con peculiar determinación. Iba yo en dirección al comedor. A ella le pareció ver algo en mi manita, pero no pudo determinar qué era. Tenía yo unos tres años de edad.
No les di tiempo de reaccionar e indagar lo que ocurría, pues apenas medio minuto después me vieron correr en sentido contrario por el pasillo que conducía al otro extremo de la casa. Dicen que mi expresión era de susto, que traía los ojos abiertos y mi pelo lacio alborotado, casi parado. Ipso facto se dividieron tareas: mi madre fue tras de mí para auxiliarme y mi padre rumbo a la cocina. Ahí, en el suelo, había un destornillador, muy cerca del tomacorriente. Para él fue muy fácil deducir lo ocurrido: el travieso había introducido la herramienta en los agujeritos y ¡zas!, lo demás ya se puede uno imaginar.
Era inevitable. Dice mi madre que días antes, ni las amonestaciones parentales y miradas intimidatorias de ambos habían hecho mella alguna en mi curiosidad. Tuve suerte –supe muchos años después– de haberlo intentado con un destornillador bien aislado, pues la descarga pudo producir daños mayores e incluso mi muerte.
Con seis años repetí el “experimento” en casa un amigo de escuela. Nuevamente salvé el pellejo –debido a un rápido reflejo y mi buena estrella–, pero la pluma fuente de su padre quedó achicharrada. En descargo confieso que fue hasta entonces que mis viejos me contaron lo que había hecho años antes.
Estas anécdotas infantiles ratificaron para mí la sapiencia de las abuelas, que tenían un refrán para episodios como los narrados. “Al vivo a señas, al tonto a palos”, dirían ellas. Mi padre, noble de intenciones y diestro con las palabras, gustaba de recordarme esciendo tos incidentes cada vez que retaba sus consejos y terminaba ocurriendo lo que me había advertido. “Nadie aprende en cabeza ajena, hijo. Tú eres fiel practicante de este adagio”. Con el paso del tiempo, constaté también que la vocación de tropezar dos veces en la misma piedra no solo es connatural al género humano, sino que puede venir potenciada en los genes de algunos de nosotros.
Algunas naciones sufren de nueva cuenta algunas penurias, porque algunos de sus hijos reinciden en yerros de su pasado que bien pudieron evitar si lo conocieran mejor. Cicerón afirmaba que aquellos pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Sin ser exhaustivos, recono- diferencias de forma y similitudes de fondo, Honduras vivió importantes crisis políticas en 1902, 1923, 1954 y 2009, cada una con génesis muy parecidas: la insuficiencia de alternativas desde los liderazgos políticos, que permitieran lograr consensos para garantizar gobernabilidad y continuidad institucional.
Los actores políticos de hoy tienen una nueva oportunidad para demostrar que son conscientes de su responsabilidad ante el juicio de la historia. La disyuntiva es similar a las anteriores: dialogar y entenderse, buscando soluciones o reiterar fracasos y la crisis que les convoca. Su respuesta al desafío definirá cuál de los apelativos del refrán les corresponde
Los actores políticos de hoy tienen una nueva oportunidad para demostrar que son conscientes de su responsabilidad ante el juicio de la historia”.