El diálogo más allá de la mesa
Aestas alturas, el diálogo, cualquiera que sea el apellido que se le dé, suena a una “bocanada de oxígeno” para Honduras, y estoy seguro de que si no todos, al menos la mayoría, lo ven con buenos ojos. No tendría por qué verse de otra manera para ser honesto, a pesar de lo complicado que ha sido la configuración de este. Lo que sí podría cuestionarse es que exista la necesidad de un diálogo. La palabra diálogo goza de muy buena reputación y hasta suena confortable.
Diría Cortázar, si se refiriera a esta palabra, que es algodonada y que, si se comiera, se haría acompañar de una tibia taza de té. Podría aventurarme a hacer una radiografía semántica y pragmática de la palabra y decir que se contrapone diametralmente a palabras de corte más agresivo, y que da esa sensación de tranquilidad solo porque significa un momento menos tenso al antes vivido.
Imaginemos lo que representa para cualquier sociedad la palabra diálogo cuando se viven momentos muy agitados. En todo conflicto se clama por el diálogo, suena muy sesudo, muy equilibrado y tiene aires de justicia. He aquí la primera reflexión: estamos en crisis, pero no desde 2017 ni desde 2013 ni desde 2009, estamos en crisis desde antes y por más razones que las supuestas y, por ende, sometidas a las mesas de diálogo. Pasa que, con los acontecimientos de los citados años, se vuelve más evidente el aprieto, pero no se puede pretender que la crisis de Honduras viene en bloques de cuatro años.
Hemos tenido la necesidad de instalar estas mesas de diálogo porque a través de los años en Honduras no hubo un verdadero intercambio de ideas, sentires, necesidades y anhelos, es decir, no hubo Diálogo (sí, este sí con mayúscula). La dialéctica, como recurso de construcción de la sociedad y de modo de gobernanza, no debe tener una fecha de caducidad ni un producto empapelado. El diálogo debió nacer con la patria misma o, en su defecto, aparecer en algún momento de su historia y nunca desaparecer.
Hay necesidad de hablar sobre los derechos humanos porque no nos hemos escuchado antes discutir ni la más mínima coma sobre ellos. En lo que respecta a derechos humanos no debería haber nada sobre lo que hablar; deberían respetarse, defenderse y hacerse respetar, y ahí habría de acabar todo. Con un diálogo permanente y estable la política electoral del país estaría construida sobre una base más sólida y se habría ganado el respeto de la comunidad electoral. Nos habríamos evitado la mitad del camino.
Es cierto que en la mesa de discusión hay temas precisos, producto de unos acontecimientos específicos, y es normal, y lo mejor, por supuesto, es que se resuelvan hablando, pero, insisto, incluso esos hechos específicos se habrían evitado si todos los sectores de la sociedad se hubieran escuchado antes
Me gustaría pensar que este diálogo es apenas un ensayo, una mínima pieza de un todo, una muestra concreta de algo mucho más grande”.