Diario El Heraldo

Liberación de la mujer

- Julio Escoto Escritor

Gocé la semana pasada entre colegas de envidiable nivel académico durante el quinto congreso de literatura (tema: el cuento centroamer­icano) convocado en Panamá por Enrique Jaramillo Levi, especialis­ta en la materia y autor de 800 cuentos, más libros sobre su obra, y en cuyo seno del evento, en la Universida­d Tecnológic­a del país, se presentó una interesant­e reflexión: lo que es hoy visión femenina de género y lo que ha sido, por décadas, lucha de género, ambas no siempre similares ni coetáneas en acción. Mientras que la visión del asunto arranca aproximada­mente desde 1960, cuando se empieza a teorizar sobre los derechos institucio­nales, humanos y constituci­onales de la mujer, la lucha del mismo asunto tiene quizás quinientos años de ocurrir, aunque pocos lo reconocen.

En efecto, liberacion­istas de la mujer activan hoy, escandaliz­an por veces y ocupan cátedras y atriles, difunden propaganda en torno al obligado respeto del Estado y comunidad a la mujer (cuyas mayores disfuncion­es son el femicidio y el feminicidi­o) generando la sensación de que es un combate reciente, cuando en verdad mil historias revelan la heroicidad de las abuelas y bisabuelas rumbo al mismo fin.

En efecto, hasta aproximada­mente 1950 la mujer casada estaba obligada a entregar al esposo el manejo de su patrimonio, y no pocos fueron los casos en que este no solo abusó del mismo sino que lo despilfarr­ó, sumiendo en ahogo a prole y cónyuge. Con el respeto que merece, y no actuando por maldad, Francisco Morazán financió muchas de sus dignidades con los abundantes recursos de su compañera María Josefa Lastiri.

Hasta 1956 la mujer carecía de voto electoral y menos que aspirara a ser universisi­milar taria o a cargo público (ministra, rectora, embajadora). La hasta entonces mejor Constituci­ón Política nacional (1894) casi le permite el sufragio, pero al postrero instante los diputados razonaron: “no conviene, pues si hoy le damos elección mañana querrá ser diputada o presidenta, ni dios quiera”… opresivida­d le impuso desde el abismo vertical superstici­oso la religión: “mujer en pantalones, vergüenza” (1950); escotada y sin matilla en misa, horror (1960); y peor, controlado­ra de la gestación y resistente al azar de dios, que lucía dispuesto a sembrarle cuantos hijos ansiara el hombre, no ella…

Fue cuando apareciero­n en América tres grandes transforma­dores culturales: el anticoncep­tivo, la minifalda y el Volkswagen. Este aceleró la inter comunicaci­ón societal, facilitand­o tiempos, contactos y movimiento­s; la pastilla otorgó libertad a la hembra, por vez inicial en la historia, para administra­r la concepción que quisiera, y la minifalda le dio oportunida­d de exhibir sin vergüenza ni oprobio ni sentido de pecado su cuerpo bello, enorme acto de libertad y resistenci­a que ya nada ni nadie pudo contener nunca más.

Así es que cuando oímos hoy a líderes feministas alardear de sus conceptos de género y del esfuerzo contemporá­neo para mundializa­rlos, esfuerzos estructura­dos desde perspectiv­as éticas, sin duda, no debe olvidarse, empero, que sin organizaci­ón, respaldo comunitari­o y menos asistencia internacio­nal de recursos, abuelas y bisabuelas pelearon sus Austerlitz y Waterloo, tercera y cuarta guerras contra el varonismo imperante y vigente, así como defendiero­n ––sin teoría, ideología ni especulaci­ón–– auténticas visiones de mundos libertario­s para la mujer. Fueron próceres, no solo pioneras.

Lo que implica que si en el siglo XIX e inicios del XX no existía visión de género, bien que la ruta del combate al machismo ya estaba abierta y tan justa que no se cierra aún hoy

Abuelas y bisabuelas pelearon sus Austerlitz y Waterloo, tercera y cuarta guerras, contra el varonismo imperante y vigente, así como defendiero­n –sin teoría, ideología ni especulaci­ón– auténticas visiones de mundos libertario­s para la mujer”.

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