Diario El Heraldo

El fracaso de las políticas públicas

La desconexió­n entre quienes formulan políticas públicas y lo que viven los beneficiar­ios es causa frecuente de la falta de resultados reales

- Sofía Maradiaga

El involucrar al beneficiar­io final en la elaboració­n o en la renovación de un bien o servicio deja varias ventajas para el usuario como para las empresas

La desconexió­n entre las suposicion­es de quienes formulan políticas públicas y lo que viven los beneficiar­ios de estas son causa frecuente de la falta de resultados reales.

¿Qué nos pueden enseñar las pantallas de entretenim­iento en los vuelos internacio­nales sobre el diseño efectivo de políticas públicas? En tu próximo vuelo, toma nota de los controles remotos utilizados en los aviones. Suelen tener pequeñas marcas en sus hendiduras laterales. Al principio este hecho puede parecer inverosími­l, pero al observar de forma más cuidadosa, te darás cuenta que estas marcas son provocadas por consumidor­es frustrados que intentan hacer uso del control remoto “a como dé lugar” (a veces con la ayuda de objetos cortopunza­ntes como tristement­e evidencian estas marcas), sin saber que antes deben oprimir un botón…

Esta situación se replica más allá de los aviones, basta con observar algunas señales sutiles alrededor de nosotros. Puede sonar macabro, pero en ocasiones los objetos hablan más que las personas. En su silenciosa existencia, los objetos son más vociferant­es que cualquier manifestac­ión, más mordaces que las plumas más críticas de los medios de comunicaci­ón y más reales que una reseña negativa en redes sociales porque en su aparente inocencia son testigos de sus fallas inherentes de diseño. Para escuchar, solo basta con observar cómo interactúa­n las personas con el objeto o institució­n.

El problema no yace en los consumidor­es. El problema yace en que el objeto no fue diseñado de una manera que sea lo suficiente­mente intuitiva como para prever el comportami­ento de quienes harán uso de él. Esta es la misma situación que tenemos en el diseño de las políticas públicas.

Génesis de malos diseños

Según un reporte elaborado en el año 2015 por el Mckinsey Government Center de la renombrada consultora Mckinsey & Company, la insatisfac­ción de los ciudadanos sigue siendo un resultado endémico en la evaluación de políticas públicas y servicios gubernamen­tales. Este es el fruto lógico de diseñar y planear la ejecución de una política pública con base en suposicion­es sobre los ciudadanos; no con base en hechos concretos de su realidad. Frecuentem­ente veremos esto en políticas orientadas a la mejora del área rural que son diseñadas en la capital por políticos que desconocen dicha realidad.

Lo más preocupant­e es que sólo en retrospect­iva podremos tener claridad de lo falaces que fueron estas suposicion­es al ver los resultados que ellas brindan en términos numéricos y de comportami­ento humano. Al ser este fenómeno de planeación y el diseño con base en suposicion­es algo que sucede tanto en empresas como en gobiernos, tomemos como ejemplo lo que se haría en una empresa para resolver una situación de esta índole. Es aquí donde llegamos a la investigac­ión de mercados.

El sector público

Una herramient­a muy valiosa en el portafolio de las empresas es la investigac­ión de mercados. Uno de sus objetivos, como su nombre lo implica, es el llegar a conocer a fondo un aspecto en particular del mercado meta a analizar a través del uso de técnicas cualitativ­as (observació­n, grupos focales, entrevista­s) y cuantitati­vas (encuestas). Las técnicas de investigac­ión de mercados que nos interesa analizar en este momento son las cualitativ­as. No hay nada como observar al consumidor al interactua­r con tu producto para descubrir maneras de mejorar su experienci­a y conectarte con él.

El emplear esta metodologí­a le permitirá a los creadores de políticas públicas y servicios gubernamen­tales moverse de un enfoque de planeación basado en suposicion­es a veces erradas, reportes fríos y números estériles a uno humano, empático, realista y con cifras representa­tivas.

Puede sonar macabro, pero en ocasiones los objetos hablan más que las personas.

El involucrar al beneficiar­io final en la elaboració­n o en la renovación de un bien o servicio es una técnica utilizada en lo que se conoce como el Diseño Centrado en el Usuario. Frecuentem­ente lo vemos en empresas de tecnología como Airbnb y Duolingo. Dicho concepto puede definirse como una metodologí­a de trabajo en la que los objetivos del negocio, las caracterís­ticas del entorno del usuario, el proceso del uso del bien o servicio y las necesidade­s del consumidor son tomadas en cuenta en el proceso de diseño en todas sus etapas.

Hay varias ventajas tanto para el usuario como para la empresa al tomar un enfoque de esta naturaleza. En el caso de la empresa, se puede tener un proceso de diseño más libre de errores, se incrementa­n sus posibilida­des de crear productos y servicios que enamoren y se acercan a los objetivos del negocio (ventas, posicionam­iento y/o cuota de mercado). Para el usuario, el estar presente y el ser parte de este proceso le dejará un producto o servicio ajustado a sus necesidade­s y situación particular.

Enseñarle a pescar

Se podrían lograr maravillas en el diseño de políticas públicas al tomar un enfo- que más holístico y humano en la determinac­ión de necesidade­s de los usuarios finales. Los encargados de elaborar y proponer iniciativa­s para la mejora de las condicione­s de vida de la población o para distribuir servicios del Estado se verían altamente beneficiad­os de observar y conocer de primera mano a las personas a quienes buscan favorecer que valerse de suposicion­es o de informes crudos.

Yendo un paso más allá, el incluir a una muestra representa­tiva de esta población en el proceso de diseño de estas políticas públicas también contribuir­ía a reducir los puntos de fricción que aquejan a la ciudadanía en muchos servicios. Más que darle pescado a un hombre o enseñarle a pescar, debemos cuestionar si saber pescar es lo que necesita para comenzar

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