Gente de a pie
Fueron quienes hicieron la revolución del orbe: los chuña y patas peladas, cuyas polvosas huellas esculpieron y grabaron la biografía del mundo, desde las Termópilas a las obscenas Cruzadas, la revolución francesa, la de Octubre en Rusia y la de Mao, y más tarde las victoriosas gestas de Morazán a lo ancho del istmo centroamericano. Son los que fecundan con sus talones la tierra, cuyos empeines redoblan en el tambor de la humanidad y, simultáneamente, los que parten al desfiladero de la historia, donde se despeñan hasta desaparecer sobre el borde de las páginas de los vencedores, cuando nadie más los recuerda. Son héroes de la resistencia perpetua en que existe Centroamérica, la callada lucha del trabajo contra el capital que expolia, de la libertad contra la explotación y de lo digno contra la injusticia y la inequidad. Próceres diarios que ocupan, con suerte, una llamada al pie en el presuntuoso libro de las academias pero que no por ello dejan de constituirse en preclaro orgullo de la memoria colectiva.
Es fácil describir cuanto ocurre en Honduras, pero complejo de analizar. El neoliberalismo arrancó, como práctica estatal, con el mandato de Rafael Callejas y allí mismo, puede decirse, cerrose el ciclo de la crisis histórica que Honduras venía arrastrando desde fines del siglo XIX, cuando nacen las facciones partidarias y los gremios políticos, para entonces ya incapaces de concretar la alta misión republicana del bienestar social. Se entró entonces a una crisis económica que aún no encuentra fin y a la que particularizan ineludiblemente dos cifras casi impertérritas, las de estadísticas de pobreza (63%) y de miseria (46%) nacionales, inamovibles a pesar de todas las inversiones reales y capciosas hechas para modificarlas.
Posteriormente caímos en la peor crisis política de todos los tiempos, la del golpe de Estado (2009) y la subsecuente toma del poder por la derecha insensible, retrógrada y reaccionaria, coronada con reelección ilegal y fraude. Y ahora asistimos a la insólita crisis migratoria, con millares de hondureños prestos a abandonar una nación inhábil para prestar los elementales rendimientos sociales a que la obliga el principio constitucional y doctrinal:
Son héroes de la resistencia perpetua en que existe Centroamérica, la callada lucha del trabajo contra el capital que expolia, de la libertad contra la explotación y de lo digno contra la injusticia y la inequidad”.
educación y salud, vivienda, trabajo y seguridad.
Quienes integran las caravanas del desamparo parten sin volver la vista: cuanto dejan atrás son ceniza y escombros del país que soñaron y ambicionaron, extraviada quizás la esperanza de su resurrección como ente justo y democrático, cosa que procuraron en los dos últimos comicios celebrados. Y ello es peligroso pues cuando le matan a la persona la esperanza, cuando le asfixian la ilusión, su única respuesta viable es la violencia cruda e irrefrenable, pronta a aparecer con motivación política (ya no civil) y sin necesidad de explicación. Ay de aquellos que la cultivan, causan y provocan, pues habitarán reinos de venganza.
Los he visto detenerse al amparo de la carretera para ondear otra vez el pendón de cinco estrellas y luego entonar, con emoción agitados, el himno que se les inculcó de niños cual síntesis de identidad, pues es lo único que les queda y a lo que se aferran casi con desesperanza: la noción del ser hondureño y de proseguir resistiendo más allá de cualquier sacrificio necesario, de la traición y el engaño, de las crisis cíclicas y sucesivas con que aprendieron a vivir y que pugnan por erradicar para siempre.
Honduras implosiona, es moderno fenómeno popular latinoamericano, y uno se contiene, dolido, preguntando si estas lágrimas que amenazan salir ante tanta injusticia son de piedad, de ira o por ambas