La invención de un pueblo
Hoy comentamos “Para callar los perros”, doce cuentos de Felipe Rivera Burgos, escritor hondureño radicado en Suiza
Once relatos sobre relaciones difíciles en medio de una atmósfera opresiva y rural, con personajes cuyas acciones están marcadas por la violencia y la derrota, y la brevísima historia de un hombre que lo pierde todo. Eso nos ofrece Felipe Rivera Burgos en su primer libro, “Para callar los perros” (2004).
Este libro es interesante porque, por un lado, se nota el arduo trabajo estilístico para escribir oraciones largas cuidadosamente hilvanadas, pero donde muchas veces el lenguaje popular se une a excesos retóricos que desembocan en frases huecas o lugares comunes. Por otro lado, algunos descuidos elementales afean el texto. En la página 53, por ejemplo, encontramos un extraño intento de innovación poética –“el anoche plena”– y en la 15 aparecen unas singulares “piedras que parecían murmurar bajos sus pasos”.
El pueblo del escritor
Como Onetti, Faulkner y García Márquez, Burgos esboza un pueblo, Ilotares, donde los personajes entran y salen entre un calor infernal y una especie de embotamiento solo interrumpido por actos brutales e irracionales. En “Johnny va a morir al bar” (un mosaico en que las piezas encajan con gran inteligencia, a imitación del boom latinoamericano), unos hombres “aindiados” salen de Ilotares para matar a una prostituta. Por motivos que nadie se toma el trabajo explicar, Johnny, que acaba de conocer a la víctima, decide vengarla matando a los asesinos. Burgos “da unidad” al libro haciendo que los personajes de los demás cuentos tengan también motivaciones indefinidas o nada convincentes.
Esta falta de motivaciones es la piedra angular de “La piel cansada de la tarde gris”. En un extraño “hotelillo” donde la camarera entra a las habitaciones cada vez que se aburre, el huésped (que espera a una mujer que no llega) termina durmiendo con ella. Un modesto filme erótico podría tener más lógica narrativa que el desenlace de este cuento.
Aborto y ecos árabes
“Una visita”, el primer relato del libro, desentona con el resto de la colección por su argumento, tono y lenguaje radicalmente diferentes. Bien escrito y preciso, resuelve la historia en pocas líneas: cuatro enviados del imperio llegan a casa de un hombre y le quitan todo lo que posee. Su parecido a una parábola enriquece de significados el texto, a la manera de ciertos relatos árabes, pero la frialdad del narrador y la ausencia de detalles evitan que el lector se identifique con lo que se cuenta. “El aborto” y “El torrefactor” tienen el mismo tema: un aborto. Quizá sean los mejores relatos del libro. En el primero, una mujer empieza fingiendo un embarazo y termina muriendo durante un aborto; en el segundo, un muchacho bondadoso aunque aburrido embaraza a su criada y se prepara para hacerla abortar con ayuda de una especie de veterinario. Aunque Burgos enmaraña innecesariamente la trama, es posible reconstruir las anécdotas de estos cuentos e impresionarse con ellas. Menos logrado es “El sopor del estío”. El desenlace es decepcionante y, a pesar de que tiene escenas interesantes, algunos elementos del relato están tan inútilmente escondidos que casi resulta angustioso leer y tratar de adivinar lo que está pasando.
A pesar de estos problemas, “Para callar los perros” es un intento interesante de construir una narrativa original que vale la pena leer
Felipe Rivera publicó en 2006 un poemario titulado “Ese verde esplendor”. Actualmente escribe una novela y tiene dos libros de poesía inéditos.