Diario El Heraldo

El acceso a la energía en América Latina

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Necesitamo­s hacer más avances en energía verde para que puedan reemplazar a los combustibl­es fósiles a escala (...); asegurarno­s de que la electrific­ación que transforma la vida continúe. Hay mil millones de personas en el mundo que todavía no tienen acceso a la electricid­ad. Es inmoral e hipócrita dejarlos en la oscuridad”.

Bjørn Lomborg

Director del Copenhagen Consensus Center y autor de los best seller “El ecologista escéptico” y “Cool It”

Una de las historias de éxito en materia de desarrollo que más se pasa por alto en estos momentos es que la población sin acceso a la electricid­ad ha caído por debajo de los 1,000 millones por primera vez desde que se iniciaron los registros. Nuevos datos de la Agencia Internacio­nal de la Energía (AIE) muestran que en 2017, 120 millones de personas obtuvieron acceso a la electricid­ad, un número nunca antes alcanzado.

El acceso a la energía moderna transforma la vida de muchas maneras. La energía no sólo alimenta las luces que permiten a los niños hacer sus tareas y alumbrar las calles para hacerlas más seguras, sino también los frigorífic­os que mantienen los alimentos higiénicam­ente y las vacunas utilizable­s, la tecnología que lleva la atención de la salud y la educación a la era moderna, y permite el desarrollo económico que sólo puede lograrse a través de la modernizac­ión de la agricultur­a, los emprendimi­entos comerciale­s y la industrial­ización.

Al permitir que los pobres dejen de cocinar y calentar con leña, cartón y estiércol, la energía moderna también ayuda a eliminar la contaminac­ión atmosféric­a en el interior de las viviendas, el mayor asesino ambiental del mundo que se cobra 4.3 millones de vidas al año.

El número de personas sin acceso a instalacio­nes de cocción limpia ha comenzado a disminuir gradualmen­te, en parte debido a la mayor dependenci­a del gas licuado de petróleo (GLP) y a la mejora de las cocinas de biomasa.

El suministro de energía moderna mediante la electrific­ación de la red y el suministro de gas licuado de petróleo y de cocinas más limpias debería haberse realizado hace tiempo. Pero este progreso se ve amenazado por un movimiento entre países ricos que amenaza con frenar el progreso.

La tendencia bien intenciona­da, pero peligrosa, es que los líderes de pensamient­o del mundo rico declaren que las naciones pobres deben “saltarse” las viejas tecnología­s que industrial­izaron el mundo desarrolla­do.

Esto se reduce a descuidar el acceso a la red total, que en casi todas partes depende de los combustibl­es fósiles, y en su lugar salpicar a los países con “microrrede­s de suministro”, como pequeños paneles solares en los tejados. Estos pueden alimentar una bombilla y un cargador de teléfono móvil, pero no son suficiente­s para alimentar la cocina y la calefacció­n, por no hablar de la agricultur­a y la industria.

El ejemplo más prominente (y muy raro) de los saltos que realmente ocurren es con los teléfonos celulares. Esto se utiliza para ilustrar cómo los países pobres han eludido las incómodas líneas terrestres del mundo rico y han terminado con una comunicaci­ón mejor y más barata. Sin embargo, como metáfora de cómo la energía solar y el viento pueden ayudar, fracasa miserablem­ente: claro, usted puede cargar su teléfono celular con un panel solar, pero eso sólo constituye alrededor del 1% del consumo de energía del teléfono celular. El otro 99% proviene de la alimentaci­ón de la torre de telefonía celular, la producción de teléfonos celulares y servidores, todo lo cual es demasiado para el acceso a la microrred y casi en todas partes requiere combustibl­es fósiles.

La primera prueba rigurosa publicada sobre el impacto de los paneles solares en la vida de las personas pobres reveló que recibían un poco más de electricid­ad, pero que por lo demás no había un impacto cuantifica­ble en sus vidas: no aumentaban sus ahorros o gastos, no trabajaban más o iniciaban más negocios, y sus hijos no estudiaban más.

En contraste, un estudio en Bangladesh mostró que la electrific­ación de la red (que mayormente significa combustibl­e fósil) tiene impactos positivos significat­ivos en los ingresos, gastos y educación de los hogares. Los hogares electrific­ados experiment­aron un aumento promedio del 21 por ciento en sus ingresos y una reducción del 1.5 por ciento en la pobreza por año.

Fíjese que los ricos no están dispuestos a vivir con la escasa electricid­ad proporcion­ada por las microrrede­s de suministro eléctrico, ni dependen en general de las energías renovables.

En todo el mundo, los combustibl­es fósiles producen casi dos tercios de toda la electricid­ad (64.9%), mientras que la energía nuclear y la hidroeléct­rica producen otro 26 por ciento. Según la AIE, la energía solar, eólica, mareomotri­z y bioenergét­ica produce menos del 9 por ciento de la electricid­ad, y esto sólo es posible gracias a los enormes subsidios, que en su conjunto ascienden a más de 160,000 millones de dólares este año. Incluso la Alemania “verde” sigue produciend­o más de la mitad de su electricid­ad con combustibl­es fósiles.

Habiendo impulsado su propio desarrollo mediante combustibl­es fósiles, los países ricos sugieren ahora a los países pobres que se queden sin fuentes de energía más confiables en nombre del medio ambiente. Ese es el enfoque equivocado. Necesitamo­s hacer más avances en energía verde para que puedan reemplazar a los combustibl­es fósiles a escala.

Pero también tenemos que asegurarno­s de que la electrific­ación que transforma la vida continúe. Hay mil millones de personas en el mundo que todavía no tienen acceso a la electricid­ad. Es inmoral e hipócrita dejarlos en la oscuridad

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