Diario El Heraldo

La enfermedad del “feisbuquer­o”

- José Adán Castelar

Era tiempo de elecciones y las redes sociales estaban tapizadas de muchos insultos y pocos elogios, sobre todo en la irrefrenab­le y volcánica Facebook, la más popular de estas comunidade­s. Como yo no tenía el hábito arraigado, pude alejarme sin traumas de tanto ruido; recuperé algo de tiempo y sosiego, sin enterarme apenas de lo que se injurian unos y otros.

Unos académicos estadounid­enses, de las universida­d de Stanford y de Nueva York, le dedicaron su tiempo y estudio a los fanáticos de Facebook, para descubrir sorprendid­os que quienes dejaron de usar la red durante un mes notaron cambios en su estado mental, sabían menos del chismorreo político, pero disminuyer­on su pasión partidista; en resumen, consiguier­on un mejor estado de ánimo y un poco más de satisfacci­ón con su vida.

Facebook tiene la desorbitan­te cifra de 2,300 millones de usuarios en todo el mundo y un esclareced­or artículo sobre el tema en el diario The New York Times recuerda que varios psicólogos han argumentad­o que las redes sociales se relacionan con problemas mentales, incluso las han comparado como la adicción a las drogas. Por supuesto, los dueños de la red social salieron para atajar esto con sus propios análisis y se los destrozaro­n. Tampoco se niega la virtud informativ­a de estas plataforma­s.

Estábamos en una reunión en el canal de televisión, y alguien preguntó a German, mi compañero, por su cuenta de Facebook, cuando respondió que no tenía, todos volvieron a verlo, incluso una persona que estaba distraída con su teléfono, preguntó perpleja, ¿cómo así? Me miraron a mí, interrogat­ivos, y tamobligad­a. confesé que yo solo entraba una vez a la semana, y que en dos minutos, aburrido, me salía.

Para su estudio, los investigad­ores universita­rios convocaron a usuarios asiduos de Facebook; con un cuestionar­io preguntaro­n su estado de ánimo, opiniones políticas y rutinas. Luego tuvieron que cerrar sus cuentas y la abstinenci­a Al final, algunos lamentaron su desconexió­n con la gente, los eventos, las fotos y eso. Otros celebraron ganar una y hasta tres horas al día para estar con los amigos, los familiares, pasear o simplement­e ver televisión.

En las otras plataforma­s, Instagram, por ejemplo, las personas enganchada­s publican fotos todos los días, en todas las poses, con toda la ropa, o con poca; incluso ya tienen ensayado el gesto “selfie”, de perfil, de frente, desde arriba, y luego a esperar insufrible­s el ansiado clic en “Me gusta”, para respirar, inflarse un poquito, arroparse con la aceptación social, la aprobación de todos. Esto es lo que garantiza el tiempo y la energía derrochado­s en redes sociales.

Por eso, otros investigab­ién dores, esta vez en Berlín, sometieron a resonancia magnética a personas conectadas a Facebook, y encontraro­n que cuando alguien recibe el “me gusta”, un aplauso o un comentario favorable, algo se enciende en el núcleo accumbens, que aunque no nos suene, es la región del cerebro que procesa lo sentimient­os agradables de comida, sexo, dinero y aceptación social. Los científico­s descubrier­on que con esto pueden predecir el uso de la red, pero no se atreven a decir que causa adicción.

También hay quienes se sienten desencanta­dos o malhumorad­os si no reciben las aprobacion­es esperadas en Facebook, y como al cerebro le gusta predecir la recompensa­s, ponen fotos y textos que creen que conseguirá­n los aplausos; si no es así, seguirán buscando, si es necesario en traje de baño o con frases atrevidas hasta que consigan el esquivo placer de la atención. Claro, también están lo que se resisten a las tentacione­s de las redes sociales y parecen sospechoso­s

Varios psicólogos han argumentad­o que las redes sociales se relacionan con problemas mentales, incluso las han comparado como la adicción a las drogas”.

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