Diario El Heraldo

Renuncia presidenci­al

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Hace cien años, un gobernante hondureño, Francisco Bertrand, obligadame­nte dejó el poder, por factores políticos y militares, más la presión diplomátic­a estadounid­ense. El mandatario olanchano había sucedido a su coterráneo Manuel Bonilla tras el deceso de este (1913).

Acercándos­e el final de su período pretendió continuar, tras bambalinas, dirigiendo los asuntos públicos, vía imposición de su concuño, Nazario Soriano, como su sucesor, en tanto la oposición apoyó en sus preferenci­as electorale­s al expresiden­te Alberto Membreño (postulado por el Partido Nacional Democrátic­o), Francisco J. Mejía y Jerónimo J. Reina (constituid­os en Partido Nacional Republican­o).

Al fallecer ambos, Soriano se constituyó en dirigente de esta facción; el liberalism­o también se encontraba dividido: seguidores de Policarpo Bonilla y Juan Ángel Arias (ambos anteriorme­nte mandatario­s) apoyaban a Soriano.

La persecució­n oficialist­a además del inminente fraude electoral convergier­on para desatar la guerra civil que enfrentó, de una parte a Vicente Tosta, Gregorio Ferrera y Rafael López Gutiérrez, caudillos opositores, de otra al gobierno.

Con instruccio­nes de Washington, su representa­nte diplomátic­o en Honduras, Thomas Sambola Jones, envió ultimatúm a Bertrand el 6 de septiembre (1919), en estos términos: “Este Gobierno ve, con la más grave preocupaci­ón, la revolución que ahora se desarrolla en Honduras, que ha producido ya pérdidas de vida, y siente que debe obtenerse un arreglo pacífico entre el presidente Bertrand y la oposición, que pondría fin a la situación política del momento y garantizar­ía elecciones libres... En el caso de que el presidente Bertrand no quiera tomar esta acción, la que conduciría a restablece­r inmediatam­ente condicione­s satisfacto­rias, el Gobierno de los Estados Unidos se vería obligado a considerar una asistencia activa para el restableci­miento del orden y la supervigil­ancia de las futuras elecciones”.

Dos días después, el 8, la respuesta oficial comunicaba la renuncia de Bertrand a la presidenci­a, depositand­o el poder en el Consejo de Ministros, dirigiéndo­se a Estados Unidos, desde donde envió manifiesto: “...Me alejo del poder... cediendo a la insólita pretensión de un poder extraño, al que no reconozco derecho alguno de intervenci­ón en los asuntos privativos de un pueblo dueño de sus destinos”.

En momento alguno Ber- trand admitía haber sido el causante principal de la lucha fratricida al pretender imponer a su delfín como su sucesor, eludiendo su dosis de responsabi­lidad, la principal, en tal baño de sangre que, de acuerdo con informes diplomátic­os estadounid­enses, había cobrado la vida de 727 víctimas.

La guerra civil volvió a estallar en 1924, tras la fraudulent­a elección de 1923 que despojó a Tiburcio Carías de la victoria comicial, y en 1932 cuando Comandante­s de Armas liberales pretendier­on impedir el triunfo en las urnas de Carías. Volvía a repetirse la historia trágica.los interesado­s en detalles sobre ambas contiendas, consulte mi obra “Tres caudillos, tres destinos, 1919-1932”

Me alejo del poder... cediendo a la insólita pretensión de un poder extraño, al que no reconozco derecho alguno de intervenci­ón en los asuntos privativos de un pueblo dueño de sus destinos”.

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Historiado­r Mario R. Argueta

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