Ni rosa ni espina
Ayer entrada la tarde, leyendo los diarios me enteré del concierto de Luis Miguel en Costa Rica. Evoqué en mí a mi padre que en los años 70 escuchaba la música de Luisito Rey, el progenitor del sol de México. Aquellas canciones de la época sonaban en long play de vinilo, sobre un viejo tocadiscos. El domingo vi a mi padre en una ventana escuchando esas melodías en aquel longevo aparato que funcionó durante toda mi infancia e incluso se escuchan ahora de una vívida memoria.
Eran los tiempos del militarismo, de la manu militari, que estrujaba el escenario con miras a mantenerse en el poder con la bota sobre la oposición política, luego en los 80, el regreso a la democracia de las urnas, donde la burbuja electoral flotaba en los aires espinosos de la influencia castrense que sofocaba la frágil paz y libertad que todavía se estremecía en los vientos de la represión.
Llegaron los 90, otros aires y elementos del fracaso como postura social. El Estado de derecho parecía volver a sus fueros. También se levantaba una nueva nación, la nación de la sospecha: la cleptocracia, el robo administrativo, la delincuencia organizada con sus novedosas y arteras estructuras de poder, alimentadas por la máquina de nuevas formas de robar que empesar pezaban a gestarse en el país.
En el 2000 se plantó ya la crisis moral que veníamos padeciendo desde hace décadas y la corrupción política se destapó en todo su esplendor, a fin de dejar a la vista la paupérrima vida que arraso con la economía, despojando la educación y la salud de su presupuesto y donde cae en la calamidad de la ruindad administrativa.
Los políticos metían mano ya directamente, no se escondían ni usaban ya sus testaferros de siempre, ya su firma estaba estampada como un autógrafo en la historia infame de la miseria humana y corrupta.
Los “escándalos” ya no duraban tres días y las noticias ya alcanzaban la falta de ética pública, pues era una invención de la corrupción. No obstante, esos regímenes eran la única opción disponible para América Latina, y Honduras estaba sumida en el centro de la debacle.
Hoy se han dado grandes pasos en términos de transparencia y, a de ello, las altas cotas de corrupción no han disminuidos, sino al contrario. Sin embargo, al menos ahora, solo se exponen los temas y los corruptos frente a la ciudadanía, vía acceso a la información sobre los actos estatales, que es necesario, pero no suficiente para la lucha contra la corrupción, porque la transparencia por sí misma no garantiza la rendición de cuentas, se requiere más fuerza con el propósito de aplicar esas sanciones efectivas.
Desde luego que pensaba en esos períodos y en los actuales, oyendo el disco de Luisito Rey, mientras él cantaba con la voz a destajo, “Ni rosa, ni espina”: “Otro amor que ya se va/otra historia que termina,/otro sueño morirá,/ pero en ti no quedará/pero en ti no quedará,/ni rosas, ni espinas”. La canción se acabó, la corrupción no. Pensé en ese atardecer de recuerdos nostálgicos
Los políticos metían mano ya directamente, no se escondían ni usaban ya sus testaferros de siempre, ya su firma estaba estampada como un autógrafo en la historia infame de la miseria humana y corrupta”.