Los devastadores efectos de la violencia
La escalada violenta que afecta a nuestro país desde hace varios años tiende a incrementarse, evidenciando que la represión estatal por sí sola no es suficiente para contenerla y, eventualmente, ponerle fin. Se requieren programas preventivos, educativos que la reemplacen por la convivencia pacífica, armoniosa, basada en la justicia económica y jurídica, en la igualdad de oportunidades, en el ejemplo fundamentado en la moralidad y la ética por parte de quienes controlan las fuentes del poder y la riqueza.
No solo provoca pérdida de vidas humanas, mutilaciones, daños a la propiedad, también traumas psicológicos y emocionales que difícilmente se superan, especialmente entre niños(as) y adolescentes, sin importar clases sociales, niveles educativos, afiliaciones étnicas.
La sensibilidad y solidaridad ante el dolor propio y ajeno se va diluyendo, reemplazadas por sus opuestos, llegándose a considerar que las acciones de fuerza son parte de la vida cotidiana.
El optimismo cede el paso al fatalismo, a la resignación e impotencia, concluyendo que es imposible remontar la degradación social y axiológica, desembocando en el inmovilismo.
Ante estas condiciones que atentan contra la esencia de la condición humana para relegarla a la del sálvese quien pueda, no es coincidencia que miles de compatriotas opten por abandonar su patria en búsqueda de paz y santuario en otras latitudes.
Aún hay tiempo de superar el actual ambiente de muerte, lo que implica un esfuerzo colectivo, por gobernantes y gobernados, sin temores ni claudicaciones para encontrar luz al final del túnel sombrío en que estamos inmersos.
Que el próximo fin de año e inicio de otro sea el punto de partida