Impunidad atrincherada
La Unidad Investigativa de Diario EL HERALDO publicó en su momento una serie de reportajes relativos al asesinato de dos compatriotas íntegros, valientes y comprometidos con el combate al narcotráfico: el general Julián Arístides González Irías, titular de la Dirección de Lucha contra el Narcotráfico, y el ingeniero Alfredo Landaverde, exsecretario y asesor de la misma dependencia. Ambos perecieron en el cumplimiento del deber, convirtiéndose en mártires de la cruzada por impedir que Honduras se convirtiera en un narcoestado. Igual trágico destino ocurrió con Walter Iván Romero, investigador de la DNIC. Los tres sucumbieron por órdenes de capos al frente de redes dedicadas al envío de estupefacientes hacia los Estados Unidos; para eliminarlos físicamente contrataron a policías sobornados, cómplices en la protección y vigilancia en la circulación de narcóticos por el territorio nacional. Hace ya diez y ocho años, respectivamente, de la muerte de González y Landaverde; hasta hoy el Ministerio Público no ha ahondado en las investigaciones que permitan el castigo de todos aquellos involucrados, directa o indirectamente, en tales repudiables hechos. El impenetrable velo de la impunidad cubre completamente esta sórdida trama conspirativa que también involucra a operadores de justicia, políticos, empresarios y legisladores. Algunos han sido extraditados a solicitud de la justicia estadounidense, y hoy, tras haber sido vencidos en juicio, otorgándoseles el debido proceso y derecho a la defensa, guardan prisión, en tanto otros permanecen en el territorio nacional y continúan en actividades delictivas, acumulando fortunas mal habidas, a costa de la salud de miles de personas convertidas en adictas, muchas ya fallecidas por sobredosis. En tanto prevalezca la impunidad, el combate a la delincuencia en sus múltiples manifestaciones será muy limitado, con escasos resultados positivos y el país se insertará más y más en la espiral de la corrupción y la violencia, infectando y contaminando a la totalidad de las estructuras sociales, con la consiguiente irreversible pérdida de la ética y la moralidad