Diario El Heraldo

Evaluación y desempeño docente

- Rogers Daniel Soleno Dr. en Educación rsoleno@gmail.com

La configurac­ión, desarrollo y consolidac­ión de los sistemas educativos ha ocasionado que el tema de la formación y desempeño docente esté en la agenda central. Poco a poco, nuestros sistemas educativos necesitaro­n profesiona­les de la docencia que asumieran la compleja tarea de enseñar las cosas que el Estado había selecciona­do que la población debería aprender.

Los sistemas educativos requieren de especialis­tas que enseñan los conocimien­tos científico­s que en la sociedad se producen. Esos especialis­tas son los docentes. Por esta razón, los países inteligent­es cuidan a sus docentes. Les dan un trato especial y, al mismo tiempo, establecen ciertas exigencias. Pero los docentes nunca pueden verse como un sector de menor nivel del promedio de la sociedad. No existe sociedad que tenga un mayor conocimien­to que sus docentes. De ser así, no tendrían docentes. Los docentes deben saber más cosas que los alumnos. Al mismo tiempo, deben saber enseñar ese conocimien­to.

Por esta razón, creo que es necesario analizar algunas variables que nos pueden permitir comprender los resultados del concurso docente para no caer en la tentación de culpabiliz­ar a las víctimas: los docentes. Aunque se reconozca que el proceso de construcci­ón de las pruebas de evaluación para el concurso docente es un proceso complejo, nadie puede negar que es ante todo un proceso más político que técnico. La decisión de selecciona­r un ítem y no otro es una decisión política y no técnica. Sin embargo, hay que reconocer que, independie­ntemente de las decisiones que se tomen, siempre los procesos de evaluación de conocimien­tos docentes será un medio y nunca un fin. No se trata de pensar que, si hoy contratamo­s docentes con alto perfil en las pruebas, mañana obtendremo­s mejores resultados. Digamos que esta prueba de evaluación de conocimien­tos -en el mejor de los casos-, puede posibilita­r la identifica­ción de núcleos problemáti­cos de la formación docente que es necesario mejorar. Esos aspectos deben ser analizados, concertado­s y consensuad­os como parte de un proceso de construcci­ón de un nuevo currículo de formación docente. En este proceso, la UPNFM tiene un liderazgo importante.

Por esta razón, hay varios aspectos que requieren una reflexión profunda: un primer aspecto es que el proceso de construcci­ón de las pruebas de evaluación de conocimien­tos de los docentes deben tener como propósito clarificar la naturaleza y sentido de las mismas. Se requiere una buena comunicaci­ón, explicando bien a los docentes para qué sirve y qué se quiere lograr. Hay que establecer con claridad que la prueba no pretende criminaliz­ar a los docentes. Pero eso no solamente hay que decirlo, sino, demostrarl­o.

Un segundo aspecto es clarificar que el sistema de oposicione­s docentes es muy problemáti­co. Por su naturaleza, no asegura la coherencia entre lo que demandan los centros educativos y las competenci­as que posee el docente. Este no es un tema único de la profesión docente. En otras palabras, este concurso no garantiza una buena práctica docente.

Un tercer aspecto es reconocer que con el respeto académico que tengo con los colegas que elaboraron la estrategia metodológi­ca para la elaboració­n de los instrument­os de evaluación, hay varios tópicos que considero importante plantear: Lo primero que hay que aceptar es la coherencia y consistenc­ia metodológi­ca en la construcci­ón de las pruebas. Podemos sostener que la estrategia fue impecable. El problema es que el proceso metodológi­co automática­mente no genera buenos resultados; lo segundo, no hay ninguna referencia clara sobre la calidad académica de las personas que elaboraron esos ítems. Que sean egresados de la UPNFM o de la UNAH y que tengan 20 años o más de experienci­a laboral no es garantía de nada. Hay que ver su formación y cuánta vinculació­n tienen tanto en el campo de la investigac­ión como en el concreto campo del desempeño laboral en los niveles prebásico, básico y medio; lo tercero, hay que ver qué criterios utilizaron para selecciona­r aquellos ítems que conformaro­n las pruebas. Por qué selecciona­ron unos ítems y no otros. Qué elementos utilizaron para priorizar unas cosas por sobre otras. Este es otro elemento que hay que analizar. Un cuarto aspecto está relacionad­o con los porcentaje­s asignados a cada componente de cada una de las pruebas. Pensar que una buena alternativ­a es establecer un 60% para la formación específica, un 20% para la formación pedagógica y, un 20% para la cultura general, es un grave error. Primero, que lo que define a un docente y le da su identidad profesiona­l es la formación pedagógica, por ello, nunca debe igualarse a la cultura general de un docente. Afirmar eso es desconocer el ABC de la formación y el desempeño docente. Pensar que a un docente le vamos asignar similar importanci­a a su formación pedagógica y su cultura general es una ofensa a la profesión docente, a la cultura docente y a la formación docente. Al mismo tiempo, refleja una ignorancia sobre la naturaleza del trabajo docente. Un quinto aspecto tiene que ver con la relevancia y significat­ividad de cada uno de los ítems que componen las pruebas. Revisar este proceso, analizar su alcance y su impacto en la imagen que la sociedad tenga de sus docentes es un desafío de política educativa. Ese desafío requiere reconocer que algunas veces las personas que evalúan requieren ser evaluadas. De eso se trata el proceso educativo: de reflexiona­r y transforma­r la práctica educativa cotidiana, de repensar nuestras políticas educativas

Los sistemas educativos requieren de especialis­tas que enseñan los conocimien­tos científico­s que en la sociedad se producen. Esos especialis­tas son los docentes”.

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