Evaluación y desempeño docente
La configuración, desarrollo y consolidación de los sistemas educativos ha ocasionado que el tema de la formación y desempeño docente esté en la agenda central. Poco a poco, nuestros sistemas educativos necesitaron profesionales de la docencia que asumieran la compleja tarea de enseñar las cosas que el Estado había seleccionado que la población debería aprender.
Los sistemas educativos requieren de especialistas que enseñan los conocimientos científicos que en la sociedad se producen. Esos especialistas son los docentes. Por esta razón, los países inteligentes cuidan a sus docentes. Les dan un trato especial y, al mismo tiempo, establecen ciertas exigencias. Pero los docentes nunca pueden verse como un sector de menor nivel del promedio de la sociedad. No existe sociedad que tenga un mayor conocimiento que sus docentes. De ser así, no tendrían docentes. Los docentes deben saber más cosas que los alumnos. Al mismo tiempo, deben saber enseñar ese conocimiento.
Por esta razón, creo que es necesario analizar algunas variables que nos pueden permitir comprender los resultados del concurso docente para no caer en la tentación de culpabilizar a las víctimas: los docentes. Aunque se reconozca que el proceso de construcción de las pruebas de evaluación para el concurso docente es un proceso complejo, nadie puede negar que es ante todo un proceso más político que técnico. La decisión de seleccionar un ítem y no otro es una decisión política y no técnica. Sin embargo, hay que reconocer que, independientemente de las decisiones que se tomen, siempre los procesos de evaluación de conocimientos docentes será un medio y nunca un fin. No se trata de pensar que, si hoy contratamos docentes con alto perfil en las pruebas, mañana obtendremos mejores resultados. Digamos que esta prueba de evaluación de conocimientos -en el mejor de los casos-, puede posibilitar la identificación de núcleos problemáticos de la formación docente que es necesario mejorar. Esos aspectos deben ser analizados, concertados y consensuados como parte de un proceso de construcción de un nuevo currículo de formación docente. En este proceso, la UPNFM tiene un liderazgo importante.
Por esta razón, hay varios aspectos que requieren una reflexión profunda: un primer aspecto es que el proceso de construcción de las pruebas de evaluación de conocimientos de los docentes deben tener como propósito clarificar la naturaleza y sentido de las mismas. Se requiere una buena comunicación, explicando bien a los docentes para qué sirve y qué se quiere lograr. Hay que establecer con claridad que la prueba no pretende criminalizar a los docentes. Pero eso no solamente hay que decirlo, sino, demostrarlo.
Un segundo aspecto es clarificar que el sistema de oposiciones docentes es muy problemático. Por su naturaleza, no asegura la coherencia entre lo que demandan los centros educativos y las competencias que posee el docente. Este no es un tema único de la profesión docente. En otras palabras, este concurso no garantiza una buena práctica docente.
Un tercer aspecto es reconocer que con el respeto académico que tengo con los colegas que elaboraron la estrategia metodológica para la elaboración de los instrumentos de evaluación, hay varios tópicos que considero importante plantear: Lo primero que hay que aceptar es la coherencia y consistencia metodológica en la construcción de las pruebas. Podemos sostener que la estrategia fue impecable. El problema es que el proceso metodológico automáticamente no genera buenos resultados; lo segundo, no hay ninguna referencia clara sobre la calidad académica de las personas que elaboraron esos ítems. Que sean egresados de la UPNFM o de la UNAH y que tengan 20 años o más de experiencia laboral no es garantía de nada. Hay que ver su formación y cuánta vinculación tienen tanto en el campo de la investigación como en el concreto campo del desempeño laboral en los niveles prebásico, básico y medio; lo tercero, hay que ver qué criterios utilizaron para seleccionar aquellos ítems que conformaron las pruebas. Por qué seleccionaron unos ítems y no otros. Qué elementos utilizaron para priorizar unas cosas por sobre otras. Este es otro elemento que hay que analizar. Un cuarto aspecto está relacionado con los porcentajes asignados a cada componente de cada una de las pruebas. Pensar que una buena alternativa es establecer un 60% para la formación específica, un 20% para la formación pedagógica y, un 20% para la cultura general, es un grave error. Primero, que lo que define a un docente y le da su identidad profesional es la formación pedagógica, por ello, nunca debe igualarse a la cultura general de un docente. Afirmar eso es desconocer el ABC de la formación y el desempeño docente. Pensar que a un docente le vamos asignar similar importancia a su formación pedagógica y su cultura general es una ofensa a la profesión docente, a la cultura docente y a la formación docente. Al mismo tiempo, refleja una ignorancia sobre la naturaleza del trabajo docente. Un quinto aspecto tiene que ver con la relevancia y significatividad de cada uno de los ítems que componen las pruebas. Revisar este proceso, analizar su alcance y su impacto en la imagen que la sociedad tenga de sus docentes es un desafío de política educativa. Ese desafío requiere reconocer que algunas veces las personas que evalúan requieren ser evaluadas. De eso se trata el proceso educativo: de reflexionar y transformar la práctica educativa cotidiana, de repensar nuestras políticas educativas
Los sistemas educativos requieren de especialistas que enseñan los conocimientos científicos que en la sociedad se producen. Esos especialistas son los docentes”.