Dos acontecimientos funestos
Cada 24 horas, el ambiente hondureño adquiere matices alarmantes que nos hacen pensar que, pronto, estaremos sufriendo un clima más borrascoso. Ha alarmado, a toda la sociedad, el doloroso acontecimiento del jueves, en El Progreso, donde un grupo de delincuentes, bien armados, bien uniformados y, aparentemente bien entrenados, pasando sobre los cadáveres de cuatro jóvenes policías, rescataron a un capo hondureño, “jefe de jefes”. Todo sucedió en segundos, mientras el detenido era conducido a los Tribunales de Justicia para rendir declaración. No es suficiente buscar responsables, ello no nos devolverá la vida de los jóvenes defensores de la ley; tampoco vamos arremeter contra el gobierno. Cuando resplandezca toda la verdad, quienes planearon con precisión dicho asalto, en connivencia o no, con personal informado dentro de la prisión o dentro del mismo Tribunal en que se sostendría la audiencia; cómo y quién pudo establecer la hora precisa de dicha audiencia, la debilidad defensiva de los custodios, el número de vehículos, la vestimenta y la calidad de armas; entonces tendremos una visión completa de los hechos. Y, tal vez, entonces podamos identificar responsables o coautores del asalto. Si los hubo.
Grandes lecciones deben surgir de este sangriento y doloroso evento. Para ello, nos hacemos muchos, estas preguntas: ¿Los guardias, enviados a cumplir una tarea tan peligrosa, estaban entrenados adecuadamente o fueron escogidos al azar? ¿Tenían entrenamiento especializado o solamente adiestramiento básico? El oficial encargado, ¿tenía la formación y experiencia para comandar un equipo capaz de repeler un ataque tan alevoso como este?, y la pregunta clave: ¿el cuerpo de seguridad era suficiente en número y equipamiento adecuado para enfrentarse a los atacantes? Los filmados nos indican que los pocos guardias asignados no estaban en posición de alerta; los masacraron, no les dieron tiempo para utilizar sus armas.
Esto no pasa si hubiese habido suficiente conciencia de lo delicado de la operación y se hubiese preparado un grupo capaz de enfrentar lo que viniera. Muchos creen que a veces son shows los operativos policiales, pero en estos casos, el despliegue de fuerzas y armamento es indispensable.
Vimos la captura, del general Euceda, un elemento de nuestra Policía que innegablemente supo cultivar amplia simpatía en la sociedad. Los testimonios de oficiales, de vecinos, de la Junta Depuradora, reflejan una manifiesta e inocultable sorpresa. bien, el destacamento asignado a su detención fue extraordinario; muchísimas patrullas, armas pesadas, chalecos antibalas, capuchas y también, por casualidad, la prensa privilegiada y “oportuna” que, por ese olfato de sabuesos que desarrollan los buenos reporteros, se encontraban, como lechero madrugador, justo frente a la vivienda del general en el segundo preciso de su detención. Sin embargo, en este caso especial, de un peligroso detenido, los filmados nos indican que el escaso número de custodios, ni por cerca, se asemeja al “batallón” que enchachó al general. Por eso perdieron la vida los jóvenes policías. Por ello, señores operadores de justicia, Policía civil y militar. No más riesgos, no más sacrificios de jóvenes valientes, no más viudas ni huérfanos, por no planificar con alta visión estratégica, el traslado de prisioneros de ese calibre. Nuestro reconocimiento, sin embargo, a los cuerpos de inteligencia que ya tienen muchas pistas y algunos sospechosos capturados. Pilas, que no vuelva a pasar
En este caso especial, de un peligroso detenido, los filmados nos indican que el escaso número de custodios ni por cerca, se asemeja al ‘batallón’ que enchachó al general”.