La segunda advertencia
Es inevitable ser didáctico cuando se plática con jóvenes, suponiendo que uno tenga claro el mensaje y, en particular, el propósito del mensaje: despertar conciencias, provocar reflexión. Y es allí muy útil la metáfora: la tierra es un ser vivo ––es la primera y rotunda conclusión–– apta para reaccionar a estímulos positivos pero también a tóxicos. Y en este caso viene advirtiendo ella hace centurias (desde la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX) que está molesta: mucho humo que rompe la tela atmosférica que la circunvala y protege; muchos ácidos sobre ríos y mares, que hacen agonizar peces y plantas; mucho ruido que alteran al alma y el corazón, contaminación excesiva en cada paso de la sociedad: carbón, petróleo y gas, plásticos, latas, papel, químicos.
Pero como no entendemos acaba de lanzar su segunda advertencia: “bueno animalitos queridos, bichitos sin respeto, voy a realizar una mediana limpieza, a ver si comprenden” y envió el VIH, el SARS, otros y hoy el coronavirus. Maravilla: ayer los satélites mostraron un planeta donde se redujo la mancha de dióxido de carbono y de óxido nitroso que cubría los continentes y que causa el indeseado cambio climático; a algunas ciudades han retornado los pájaros y por los bosques se ven de nuevo alces, venados y jabalíes. Al Merendón tornan los tucanes y colibríes. ¡Y en sólo veinte días!…
Gaia de los griegos, Pachamama inca o madre tierra está empero insatisfecha y activa otros recursos. Entre sus instrumentos ya probados hay inundaciones como las del Nilo, que fertilizan la ribera, o del Ulúa, que arrastran cuanto se construye en su vía; terremotos que como el de Pompeya acabó con una urbe que consumía en exceso madera, o como la sequía desatada entre mayas por la destrucción que el hombre hacía del bosque, o el meteorito
El coronavirus es un buen cartel de advertencia. Si antes fueron las pulgas y ratas que a picadas y mordidas infectaban, hoy el signo es mucho más sutil”.
que, según recientes hallazgos, calcinó a Sodoma y Gomorra esfumándolas del mapa. Métodos y vehículos estos que Natura emplea para advertir que la sociedad rompe la norma de convivencia, de respeto mutuo, y viola las leyes cósmicas.
El coronavirus es un buen cartel de advertencia. Si antes fueron las pulgas y ratas que a picadas y mordidas infectaban, hoy el signo es mucho más sutil: una espora, ni siquiera inteligente, que viaja por el aire ambiental y se activa en el aliento que respiramos. Bomba perfecta, misil en miniatura (nanotecnológico) diseñado con nítida precisión: “dame un descanso; si sales a la calle a provocarme más daño” parece decir Akna, que es la Tierra entre los mayas, “te desaparezco, te borro de la faz solar por infringir nuestro acuerdo de buena relación”.
Charles Darwin descubrió la metafísica del equilibrio del universo al deducir que plantas y animales ejecutan entre ellos la selección del más fuerte para que su variedad o especie soy breviva. Igual, pues, entre el planeta y nosotros, excepto que no habrá tercera llamada, el orbe no la necesita y tampoco corre riesgos. Simplemente derretirá unos cinco millones de kilómetros cuadrados de hielo en el ártico o el antártico para sepultar bajo el mar unas mil ciudades costeras; despertará a ciertos perezosos volcanes o fumigará una nueva poción volátil que ya posee, el ébola, para que aprendamos no a respetarla a ella sino a nosotros mismos