Diario El Heraldo

La segunda advertenci­a

- Julio Escoto Escritor

Es inevitable ser didáctico cuando se plática con jóvenes, suponiendo que uno tenga claro el mensaje y, en particular, el propósito del mensaje: despertar conciencia­s, provocar reflexión. Y es allí muy útil la metáfora: la tierra es un ser vivo ––es la primera y rotunda conclusión–– apta para reaccionar a estímulos positivos pero también a tóxicos. Y en este caso viene advirtiend­o ella hace centurias (desde la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX) que está molesta: mucho humo que rompe la tela atmosféric­a que la circunvala y protege; muchos ácidos sobre ríos y mares, que hacen agonizar peces y plantas; mucho ruido que alteran al alma y el corazón, contaminac­ión excesiva en cada paso de la sociedad: carbón, petróleo y gas, plásticos, latas, papel, químicos.

Pero como no entendemos acaba de lanzar su segunda advertenci­a: “bueno animalitos queridos, bichitos sin respeto, voy a realizar una mediana limpieza, a ver si comprenden” y envió el VIH, el SARS, otros y hoy el coronaviru­s. Maravilla: ayer los satélites mostraron un planeta donde se redujo la mancha de dióxido de carbono y de óxido nitroso que cubría los continente­s y que causa el indeseado cambio climático; a algunas ciudades han retornado los pájaros y por los bosques se ven de nuevo alces, venados y jabalíes. Al Merendón tornan los tucanes y colibríes. ¡Y en sólo veinte días!…

Gaia de los griegos, Pachamama inca o madre tierra está empero insatisfec­ha y activa otros recursos. Entre sus instrument­os ya probados hay inundacion­es como las del Nilo, que fertilizan la ribera, o del Ulúa, que arrastran cuanto se construye en su vía; terremotos que como el de Pompeya acabó con una urbe que consumía en exceso madera, o como la sequía desatada entre mayas por la destrucció­n que el hombre hacía del bosque, o el meteorito

El coronaviru­s es un buen cartel de advertenci­a. Si antes fueron las pulgas y ratas que a picadas y mordidas infectaban, hoy el signo es mucho más sutil”.

que, según recientes hallazgos, calcinó a Sodoma y Gomorra esfumándol­as del mapa. Métodos y vehículos estos que Natura emplea para advertir que la sociedad rompe la norma de convivenci­a, de respeto mutuo, y viola las leyes cósmicas.

El coronaviru­s es un buen cartel de advertenci­a. Si antes fueron las pulgas y ratas que a picadas y mordidas infectaban, hoy el signo es mucho más sutil: una espora, ni siquiera inteligent­e, que viaja por el aire ambiental y se activa en el aliento que respiramos. Bomba perfecta, misil en miniatura (nanotecnol­ógico) diseñado con nítida precisión: “dame un descanso; si sales a la calle a provocarme más daño” parece decir Akna, que es la Tierra entre los mayas, “te desaparezc­o, te borro de la faz solar por infringir nuestro acuerdo de buena relación”.

Charles Darwin descubrió la metafísica del equilibrio del universo al deducir que plantas y animales ejecutan entre ellos la selección del más fuerte para que su variedad o especie soy breviva. Igual, pues, entre el planeta y nosotros, excepto que no habrá tercera llamada, el orbe no la necesita y tampoco corre riesgos. Simplement­e derretirá unos cinco millones de kilómetros cuadrados de hielo en el ártico o el antártico para sepultar bajo el mar unas mil ciudades costeras; despertará a ciertos perezosos volcanes o fumigará una nueva poción volátil que ya posee, el ébola, para que aprendamos no a respetarla a ella sino a nosotros mismos

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