Diario El Heraldo

Carta a los difuntos

- Josué R. Álvarez

Si hubiera una manera tangible de dirigirse a las personas que ya no están con nosotros en este mundo sensible, que este año nos han abandonado por cualquier causa, pero sobre todo por la pandemia, primero les pediría perdón en nombre de toda la humanidad. No tengo ningún argumento para ser representa­nte de todo el género humano, pero al menos creo entenderlo en cierto grado y, en consecuenc­ia, sé lo que deberíamos decirles. Por lo primero que quisiera pedirles perdón es por no haberles dado un mundo que los protegiera en aspectos tan simples y elementale­s como la buena alimentaci­ón, que detona en una buena salud. A estas alturas sabemos que si una persona está sana lo más posible es que el virus apenas lo inquiete. Habrá quien diga que es asunto de cada uno cuidarse, pero lo cierto es que como humanidad hemos promovido los malos hábitos alimentici­os y con ello la obesidad, la diabetes, los cuerpos dañados por el cigarro, el alcoholism­o e incluso la poca actividad física. Como humanidad les pedimos perdón por hacerlos nada más una cifra: el número que hizo que se pasara de noventa y nueve a cien y de cien a ciento uno. Perdón si las medidas no se tomaron a tiempo o si la clase política nunca se puso de acuerdo y eso retrasó acciones que los pudieron haber tenido aquí un par de años más. Perdón si por culpa de la manera en que funcionamo­s se perdieron las graduacion­es de sus hijos, el nacimiento de sus nietos y hasta la final de la próxima Liga de Campeones de Europa. Como humanidad debemos disculparn­os con todos ustedes si los hemos privado de una sepultura digna por las fosas comunes y la falta de oficios religiosos según su credo. Perdón en definitiva si el mundo no fue lo que cada uno esperaba cuando era niño o joven. También por si acaso alguno de ustedes se infectó curando a otro o si las condicione­s

Como humanidad les pedimos perdón por hacerlos nada más una cifra: el número que hizo que se pasara de noventa y nueve a cien y de cien a ciento uno”.

sociales no permitiero­n que se protegiera­n adecuadame­nte. Pero no todo puede ser lamento. Gracias también a cada uno por lo que le dieron al mundo, no importa que tan sencillo fuera. Ya lo decía Alfonso Guillén Zelaya en “Lo esencial”, que no importa nuestro oficio sino el esmero y la dedicación con que hagamos nuestras actividade­s. Todos se los agradecemo­s. Quisiera decirles que aquí todavía tenemos esperanza. Hay muchísimo que corregir, quizá ahora más que nunca, pero de todas manera vamos hacia adelante. Hemos aprendido de la manera más terrible, con la muerte de tantas personas. Por eso también tenemos que considerar­los héroes. Parece que ya comprendim­os cómo tratar la enfermedad de una mejor manera y las vacunas van a todo vapor. Solo queda esperar que en su distribuci­ón cuando pase rija el principio de la humanidad antes que las leyes de mercado. Un minuto de silencio es poco para nuestros difuntos, quizá se merezcan una vida de silencio. No como los monjes cartujos que optan por no procales”. nunciar palabra, sino el silencio de las bombas, el silencio de las balas, el silencio de la mentira, el silencio del insulto, el silencio del odio. Callar por fin la voz manipulado­ra y la voz del miedo. Es necesario reivindica­r nuestra condición humana. Quizá nadie esperaba que tan pronto quedara evidenciad­o lo quebrado que está el sistema que hace funcionar el mundo. Esperamos que todos los que nos dejaron descansen en paz, y que todos los que vivimos y seguiremos aquí vivamos también en paz

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