¡Cuidado con esas plantas!
Adiferencia de nuestras abuelas y la población que todavía vive en las áreas rurales, hemos ido perdiendo el conocimiento sobre las innumerables bondades (y también peligros) que hay en el reino vegetal. Nuestros cohabitantes del planeta -recuérdese que las plantas son seres vivos y compartimos vecindario- son variados, con distintas cualidades: los hay atractivos y deliciosos, otros que son sencillos y pasan desapercibidos; de diverso tamaño y hasta hay un significativo porcentaje de los que es mejor cuidarse y guardar distancia.
Días atrás escribimos sobre el cilantro (o culantro), concentrándonos en sus desvaríos semánticos e inequívocas cualidades gastronómicas, sin referirnos a su sitial entre los aromatizantes y la farmacopea. Sus propiedades estimulantes, antiespasmódicas, estomacales y bactericidas del coriandrum sativum (versión de Castilla), así como las digestivas, antiinflamatorias, ginecológicas y contra el asma de la eryngium foetidum (pata o tripa), eran conocidas por nuestros ancestros, quienes no se limitaban a emplear sus hojas como condimentos. La tradición persiste hasta hoy: ninguna taquería callejera en México se priva del cilantro, pero tampoco de la cebolla, el limón y el chile. Cada uno, además de buen sabor y vitaminas, tiene efectos medicinales en quien los digiere: desinfectante y desinflamatoria (la cebolla), digestivo y antibacteriano (el limón), analgésico y antimicrobiano (el chile picante). En el mismo bocado habitan pecado y perdón.
El “Manual popular de 50 plantas medicinales de Honduras” de Paul House, Sonia Lagoswitte y Corina Torres, publicado en 1989 por Editorial Guaymuras, contiene información botánica y dibujos, propiedades benéficas y guía para el uso de cada planta, acercando quien así lo desee a un saber común en el pasado y que hoy se reserva a curanderas y yerberos. En sus páginas coexisten distintos nombres y prolijas explicaciones, combinándose en no pocos casos una sabia utilización medicinal con la culinaria. Así ocurre con la erythrina berteroana.
Conocí un hermoso ejemplar de esa especie arbórea en una colina de Occidente. Su copa se alzaba a diez metros de altura y llamaba la atención por sus inflorescencias de cáliz tubular color rojo pálido. “Ese es un árbol de pitos” me dijeron, agregándose luego a la explicación un “los pitos saben rico con los frijoles”, que bastó para desear probarlos. Ya en la cena, los “frijoles con pitos”, combinaron a la perfección con pacaya enhuevada y tortillas. Satisfecho, decidí conversar y compartir sobremesa en la sala familiar, pero un profundo sopor se adueñó de mí. Había sido advertido que los pitos provocaban sueño y lo confirmé cuando los primeros rayos de sol me despertaron por la mañana
Nuestros cohabitantes del planeta -recuérdese que las plantas son seres vivos y compartimos vecindario- son variados, con distintas cualidades: los hay atractivos y deliciosos, otros que son sencillos y pasan desapercibidos; de diverso tamaño...”.