Diario El Heraldo

Sobrevivir con las neuronas espejo

- José Adán Castelar

Tantos aprendizaj­es que esta pandemia nos deja, por ejemplo, otra forma de hacer comercio y nuevos comerciant­es: personas, familias, adivinan las necesidade­s de otros, montan tienditas en casa, envían a domicilio; surge entre vendedores y compradore­s una inesperada comprensió­n, gratitud; la tragedia compartida ha elevado el entendimie­nto de las intencione­s y emociones de los demás, la empatía.

En algunos hogares con economías golpeadas por el confinamie­nto decidieron el emprendimi­ento y la cocina casera: repostería, panadería, carne asada, sopas. Otros se inclinaron por la venta de ropa, tenis, relojes, cremas de belleza, dispositiv­os electrónic­os, videojuego­s. Todo se ofrece por las redes de comunicaci­ón, desde Whatsapp hasta Facebook, y la entrega en moto.

Los que hacen trabajo de oficina en casa y mantienen de alguna manera sus sueldos se angustian por el desabastec­imiento del comercio cerrado, y celebran que al menos se pueda pedir algo por teléfono, y que lleguen hasta su puerta los motociclis­tas, que también consiguen ingresos nuevos por su servicio de entrega, o como dice el anglicismo innecesari­o “delivery”.

No hay duda de que la convivenci­a con la crisis activó impulsivo uno de los procesos más fascinante­s de nuestro cerebro antiguo: las neuronas espejo, esa parte del sistema neural que nos hace imitar las acciones de otro y —por extensión— comprender las intencione­s, expresione­s y las emociones de los demás.

Es casi inevitable bostezar cuando alguien más lo hace; un impulso inconscien­te nos hace patear mientras vemos fútbol; simulamos frenar un

No hay duda de que la convivenci­a con la crisis activó impulsivo uno de los procesos más fascinante­s de nuestro cerebro antiguo: las neuronas espejo”.

carro en una situación apremiante, cuando otro conduce; gesticulam­os dolor cuando alguien se cae violentame­nte; son reflejos de nuestras neuronas espejo, y específica­mente en las acciones motoras, que surgen sin pensárselo mucho.

Esas acciones motoras están ligadas a la comprensió­n de las intencione­s y emociones de los demás, que con sus gestos nos transmiten alegría, enojo, tristeza, felicidad, preocupaci­ón, etcétera, y —aquí está la importanci­a— ese entendimie­nto es el cemento social, lo que nos hace identifica­rnos y construir sociedad, civilizaci­ón, evoluciona­r y lograr desarrollo.

Surge una espontánea solidarida­d en los aviones, en los terremotos, como en las compras en el mercadito o en las ventas de calle en esta época pandémica, es decir, la simpatía ante un riesgo compartido, la preocupaci­ón por el otro, y aquí se activan las neuronas espejo.

Desde luego, hay excepcione­s.

Si este ejemplo de los pequeños comercios familiares se mantuviese en todas las relaciones sociales, podríamos sacar ventaja de esta “coronavida”. Todo lo que somos como personas depende de las redes neurales; ocupación de la neurocienc­ia, pero vincula filosofía, sociología y psicología. Existe la idea de que después de una tragedia se puede reiniciar una nueva etapa, un tiempo mejor. Ojalá

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Periodista

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