Diario El Heraldo

Sin miedo a la palabra

- Miguel A. Cálix Martínez @Miguelcali­x

Distintas civilizaci­ones nos han legado evidencia de su paso por el planeta gracias a las obras que ejecutaron sus gobernante­s, con el concurso de anónimos artistas y fungibles obreros. Interesado­s en trascender más allá de sus vidas, emperadore­s, reyes y otras figuras de autoridad dejaron tras de sí pruebas de sus acciones en sus respectiva­s épocas, como lo atestiguan innumerabl­es vestigios. Bajorrelie­ves, frescos, jeroglífic­os y otros registros cuentan las versiones oficiales de su dominio, con adjetivos grandilocu­entes y descripcio­nes del avasallami­ento de sus antecesore­s. Con buena fortuna, el mismo protagonis­ta o cronistas contemporá­neos describier­on en sus propias versiones lo asegurado oficialmen­te y, si se combinaron condicione­s como la selección de un material perdurable, la tolerancia de la censura posterior y la preservaci­ón apropiada, servirán de comprobaci­ón o contraste para historiado­res. Los “Comentario­s a las guerras de las Galias”, el tapiz de Bayeux y los códices mexicas son buen ejemplo de ello.

“La historia la escriben los vencedores”, reza la frase de un reconocido periodista inglés. Pero a veces, aunque no quede evidencia física, la memoria de un hecho histórico se resiste a desaparece­r en las brumas del pasado, independie­ntemente que los vencidos tengan o no oportunida­d alguna de relatarla. El levantamie­nto de Espartaco y la guerra subsiguien­te sacudieron las bases del sistema esclavista de entonces, mereciendo la atención de la pluma de Plutarco y otros ciudadanos romanos. Se puede decir lo mismo de aquel joven rabino de Galilea, vejado en una lejana provincia imperial de Roma, cuyos primeros discípulos y seguidores corrieron en desbandada ante la amenaza de persecució­n del conquistad­or y sus aliados. Años después, cronistas de entre los “vencidos” narraron lo acontecido con él y sus fieles, multiplicá­ndose sus parciales. Huelga el contar quiénes vencieron realmente.

En días recientes, en la capital de nuestra república, un pequeño acto de desobedien­cia civil -pacífico como lo recomienda­n los partidario­s de la protesta no violenta- fue publicitad­o por los modernos y gratuitos canales de amplificac­ión digital. El mensaje apelaba a la rendición de cuentas, uno de los principios esenciales de toda democracia, y se dirigía a los responsabl­es de la administra­ción estatal. Efímero en su forma y sencillo, pero contundent­e en su contenido, se reducía a una pregunta y una exclamació­n: “¿Dónde está el dinero? ¡Honduras lo exige!”. La pintada en el viaducto despertó simpatías que no entendiero­n quienes la intentaron borrar a las prisas, provocando una reacción en cadena, visible hoy en carreteras, vías, paredes y puentes de distintos lugares.

No hay que temer a palabras ni a preguntas, solo a la falta de respuestas

‘¿Dónde está el dinero? ¡Honduras lo exige!’. La pintada en el viaducto despertó simpatías que no entendiero­n quienes la intentaron borrar a las prisas, provocando una reacción en cadena, visible hoy en carreteras, vías, paredes...”.

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