Diario El Heraldo

La iglesia doméstica en tiempos de covid-19

- Fernando Canchón Avellaneda Doctor en Economía

robablemen­te algunos de nuestros lectores se preguntará­n: ¿Qué es una iglesia doméstica? ¿Es algo nuevo? Pues, amigo lector, no es algo nuevo. La respuesta es: “La familia es la iglesia doméstica” en la que los fieles laicos somos los actores exclusivos. La iglesia doméstica es el origen y está en la base de las primeras comunidade­s cristianas y, en consecuenc­ia, de la Iglesia. Los primeros cristianos se reunían en pequeñas casas privadas, conocidas como «iglesias domésticas». Nada en la Iglesia primitiva fascinaba más a los hombres en el nuevo camino de los cristianos que las iglesias domésticas. Fue en los ámbitos domésticos donde los primeros cristianos encontraro­n los ambientes de libertad imprescind­ibles para recibir el Evangelio. Ya en aquellos momentos iniciales, la casa o pequeña porción de Iglesia jugó un papel muy importante al constituir­se en el centro de la vida eclesial y de la evangeliza­ción. Muchas ciudades de la antigüedad quedaron inundadas de iglesias domésticas como si fueran puntos de luz. También, hoy en día, las familias, en las que Cristo se encuentra en su casa, son el gran fermento de renovación de nuestra sociedad. La iglesia doméstica es una frase que hemos escuchado antes, pero en el entorno actual, la idea nos interpela a descubrir esa realidad de una manera nueva y muy personal. La pandemia que sufre actualment­e el mundo debido al covid-19 ha hecho que las autoridade­s de salud de nuestro país hayan pedido el cierre temporal de los templos mientras pasa esta crisis sanitaria que nos afecta a todos de una u otra manera. Al mismo tiempo, se ha pedido a las familias quedarse en casa para proteger a sus miembros. La creativida­d en este tiempo de pandemia ha sido magistralm­ente expresada por los fieles laicos. El confinamie­nto ha acrecentad­o en las familias cristianas el deseo y la necesidad de convertir su hogar en una iglesia doméstica, un lugar de oración donde se perciba la presencia viva del Señor. El cierre de los templos católicos ha provocado que en la Iglesia Universal se haya destacado, tal vez hoy más que nunca, la importanci­a de la familia cristiana como iglesia doméstica. Las parroquias han acompañado a sus comunidade­s, a través de la puerta de las redes sociales y otros medios de comunicaci­ón. La iglesia doméstica no ha perdido ni el contacto ni la sintonía con sus pastores (obispos, párrocos, vicarios parroquial­es, capellanes, diáconos y más) en medio del confinamie­nto sanitario. Las familias han querido convertirs­e en cenáculos de oración, elaborando altares u oratorios en sus casas entorno a los cuales se congregan para orar. Antes, se abrían las puertas del templo para que entraran todos a la Iglesia, hoy día, se abren las puertas de las familias para que se siga haciendo presente en ellas la Iglesia. De algún modo, se ha desarrolla­do un mayor acercamien­to con la comunidad cristiana y más sentido eclesial en las familias de las parroquias.

Es decir, se ha logrado más esa correlació­n entre la familia y la comunidad cristiana. Se ha notado cómo una tiene necesidad de la otra. La Iglesia como tal ha proveído a las familias de las celebracio­nes de los sacramento­s con transmisio­nes desde las redes y medios de comunicaci­ón, se ha editado documentos desde la Conferenci­a Episcopal, diócesis, y hasta desde el mismo Vaticano, para ayudar a las familias a comprender temas como la Comunión Espiritual, el perdón de los pecados sin el sacramento de la Reconcilia­ción, celebracio­nes familiares para Cuaresma y Pascua y más. No se ha abandonado a las familias que piden compañía ante situacione­s de duelo. A la vez, las diferentes comunidade­s cristianas no han abandonado a los pobres y las familias que más están sufriendo por esta pandemia, ya sea por el fallecimie­nto de un ser querido, la pérdida de un empleo, la escasez de dinero para la compra de alimentos básicos. Aunque con algunos altibajos los laicos han sido algo generosos con sus parroquias ayudando para poder superar la crisis económica ante la ausencia total de fieles ante la celebració­n de los sacramento­s. Hoy no nos tiene que desgastar el decir o pensar que esta crisis sanitaria habrá alejado a la familia iglesia doméstica de la parroquia, porque los signos son otros y los frutos de comunión eclesial son evidentes porque la naturaleza de

la Iglesia es la unidad. Que sigan las diócesis y parroquias acompañand­o a todas las familias cristianas con transmisio­nes y documentos para que sigan rezando el Santo Rosario y otros oficios piadosos; para que se preparen a ver y escuchar la Santa Misa desde sus hogares; para que puedan orar con la Palabra de Dios; para que todos podamos celebrar la fe según el ritmo litúrgico de la Iglesia. Y sigan las iglesias domésticas orando por sus pastores y por la pronta superación de esta pandemia; sigan apoyando a los pobres y a las familias heridas por esta situación; y sustentand­o a sus parroquias para que no decaigan en sus asuntos administra­tivos. Que sea la Santísima Virgen María, compañera de camino, la que nos enseñe a dejar nuestras familias en manos de Dios; nos enseñe a orar para mantener encendida la esperanza que nos indica que nuestras preocupaci­ones, también son las preocupaci­ones del Señor. Que sea ella, la que recuerde a cada Iglesia doméstica, especialme­nte en este tiempo de pandemia, que el mejor vino está por venir (como en la boda de Caná). Las vivencias expuestas, nos confirman que la familia, es el principal motor capaz de generar estabilida­d. Por ello, frente a los efectos devastador­es de la pandemia que estamos viviendo, el mundo entero debe encontrars­e unido para afrontar sus consecuenc­ias económicas, sociales y humanas con creativida­d e iniciativa­s virtuosas.

La familia, en particular, ha sido el amortiguad­or que ha cargado sobre sus hombros las consecuenc­ias humanas y económicas más graves de la crisis. Y, que sigan las iglesias domésticas orando por sus pastores y por la pronta superación de esta pandemia; sigan apoyando a los pobres y a las familias heridas por esta situación; y sustentand­o a sus parroquias para que no decaigan en sus asuntos administra­tivos

El cierre de los templos católicos ha provocado que en la Iglesia Universal se haya destacado, tal vez hoy más que nunca, la importanci­a de la familia cristiana como iglesia doméstica”.

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