Una segunda oportunidad
Aquellas personas que han logrado sobrevivir y recuperarse tras infectarse con el coronavirus o con otra enfermedad viral o de otro tipo, tras semanas e incluso meses de tratamientos médicos y cuidados intensivos prodigados por personal de salud y familiares, han tenido suficiente tiempo para reflexionar y explorar su vida interior, su espiritualidad, su desempeño en el curso de su vida en sus relaciones con sus semejantes.
Repasan su ciclo vital haciendo un recuento de sus logros y yerros, aciertos y desaciertos, adoptando decisiones que pueden haber perjudicado a terceras personas, de manera voluntaria o involuntaria. Concluyen que si logran superar su quebrantada salud, reincorporándose a sus actividades rutinarias, pueden y deben adoptar nuevos patrones conductuales de interacción con aquellos más próximos a sus afectos y con la totalidad de las personas, conocidas o desconocidas, dando lo mejor de sí mismos.
Así, la crisis sanitaria y emocional que han experimentado posibilita un nuevo enfoque existencial: consolidar la relación afectiva y solidaria con la humanidad. El trauma ha quedado atrás para adoptar honrosas y oportunas rectificaciones.
De igual manera, tras crisis nacionales e institucionales como la que estamos padeciendo, políticos y autoridades por igual devienen obligados por un imperativo moral y por un masivo reclamo ciudadano a reorientar sus actuaciones y desempeños -públicos y privados-, luego de un examen autocrítico que permita honrosas modificaciones en las formas, maneras y procedimientos hasta ahora ejecutados en la gestión estatal y/o partidaria.
Cambios trascendentes y no cosméticos, verdaderos y no postizos. De persistir en continuar transitando por senderos reñidos con el bien común y la ética, con el honor y la dignidad, se desacreditan y aíslan, perdiendo credibilidad y legitimidad de manera irreversible al actuar en función de facción antes que de nación