¿Por qué se muere tanto personal de salud?
La pregunta es amarga, brutal, descarnada y triste. Lo más fácil y sin darle vueltas a la conciencia es responder: ¿Qué es el covid-19? Ante esta interrogante, diría que en Honduras no se trata solo de un virus, sino que además representa las carencias de los hospitales públicos: una situación más grave que también nos está matando. Muchos años de descuido han afectado a toda la red. Siempre hubo calamidad, pero esta pandemia vino a desnudar y a levantar la alfombra para sacudirnos la fatalidad sanitaria, restregándonos en la cara la cantidad excesiva de muertes que en algunos pacientes, médicos y enfermeros se pudo evitar. Más de 60 trabajadores han muerto por covid-19 en menos de seis meses. Los datos de la Secretaría de Salud no transparentan las cifras de cuántos son y en qué hospitales se contagian y muere el personal sanitario, quizás porque el sistema de información epidemiológica es muy ineficaz, o de hecho, no existe. El personal se ha enfrentado a dos problemas comunes: atender a los pacientes enfermos de covid-19 sin conocer el virus y con escasos recursos. La inoperante y “velocísima” respuesta del Gobierno que aún está leyendo el “manual de cómo armar un hospital sin morir en el intento”. La pregunta de este artículo sigue en el aire, ya que una parte de los contagios y muertes por el virus entre dicho personal se debe a la exposición, a una gran carga viral durante períodos largos, y la otra parte a la falta de insumos de protección, como son los cubrebocas N95 con mascarilla de filtrado. El Gobierno, en su infinita “generosidad”, ordenó a Copeco e Invest-h comprar más de 800 mil mascarillas “para dotar” al personal de salud, pero ninguna de estas han sido adecuadas para dar utilidad en centros hospitalarios, visto que bajo el criterio de los fabricantes, no son recomendadas para el uso médico, pues no están certificadas para proteger del covid-19.
Otra arista, de la altísima tasa de contagio, es la consecuencia directa de la contratación de personal médico casi al azar, así como de asignar trabajadores a funciones que no son de su competencia especial; aparte de eso, que ya es fatal, no tener ninguna estrategia de capacitación masiva para el personal, no tomar previsiones ni evaluar la efectividad de dicha estrategia y entrenamiento de médicos y enfermeras para evitar tantos contagios. Comprar hospitales de emergencia, camas, ventiladores, mascarillas —buenas o no—, tratamiento MAIZ, Catracho el presidente, no le salvan la vida a nadie si se descuida la prevención, y revisar una y otra la estrategia de atención a la emergencia. Esta descomunal cantidad de contagios y muertes debería ser suficiente para que el Gobierno modifique su estrategia —si es que hay alguna— y plantee nuevos enfoques y adiestramientos de protección. Ya quítense el traje de la “biosoberbia” y atiendan los informes de otras voces, recomendaciones y perspectivas de gente especialista en estos temas. De lo contrario, muchas muertes se deberán al virus, pero muchas más a la oscuridad y negligencia de las autoridades que han actuado sin transparencia, sin análisis y sin rectificación de la estrategia de capacitación y prevención. Esta pandemia va para largo. Se necesita aprender a vivir en emergencia permanente, piensen en las vidas, pero más aún, en su forma de gobernar, esa que también acaba con ellas
Hasta ahora, más de 60 trabajadores de la salud han muerto por covid-19 en menos de seis meses”.