Diario El Heraldo

El regreso de la sencillez por el virus

- José Adán Castelar Periodista

La reapertura programada y el último dígito de la cédula de identidad nos han regresado a los centros comerciale­s, a los “mall”, y es desolador encontrar muchos negocios cerrados, cancelados, no solo por los cientos de personas que perdieron el trabajo, también por el pequeño o mediano inversioni­sta que con ilusión abrió su negocio y la cuarentena obligada por el virus lo fastidió todo.

Este ambiente casi inactivo también hace notar el cambio de comportami­ento del ciudadano: las escasas tiendas de ropa que abrieron apenas reciben unos cuantos clientes; en las zapaterías tampoco hay mucho movimiento; en la librería los mismos de siempre, pocos con fascinació­n por el conocimien­to; y en las dos ocasiones que pasamos frente a la perfumería, no había nadie.

El privilegio se lo llevan los supermerca­dos, siempre hay alguien comprando lo esencial para la alimentaci­ón y los infaltable­s productos de higiene personal.

Y, cómo no, las farmacias, que aparte de las dolencias cotidianas y las enfermedad­es crónicas, también reciben a alguno preguntand­o por azitromici­na o zinc, por el coronaviru­s, por si acaso.

Lo mejor de todo es el atuendo de las personas; la emergencia sanitaria, el confinamie­nto obligado, las salidas restringid­as, han desbrozado toda aquella parafernal­ia que lucen para ir a la oficina, a presumir en los centros comerciale­s, a derrochar en las salidas nocturnas en bares y restaurant­es.

Las chicas han dejado en el clóset los tacones altos, y los salones de belleza cerrados las obligan a peinarse solas o a agarrarse el pelo en una coleta. Los hombres han dejado sus camisas de marca, los presumidos zapatos. Un jean, una camiseta, unos tenis, resuelven el tema. Y aquellas mezclas irreconoci­bles de perfumes en los pasillos cambiaron por el inconfundi­ble gel de manos, el aroma a alcohol,

Queda la tibia duda si la sencillez que ha devuelto el coronaviru­s, la prioridad de la salud sobre otras cosas, un poco de solidarida­d, se instalarán para siempre; o cuando pasen la peste y el tiempo; y el miedo pierda su fuerza, se apoderará de nuevo la vanidad, la banalidad, la impostura”.

el desinfecta­nte.

Cómo han cambiado las conversaci­ones, hace siete meses era impensable discutir sobre mascarilla­s: que la KN95 es mejor; que preferible la quirúrgica, porque no ahoga; que les gustan más con válvula lateral. Colores para todos los gustos. La escasez y los precios altísimos de los primeros meses pandémicos terminaron, las venden en todas partes y casi son baratas.

Tanto han impactado la crisis económica y la cuarentena, que los impuestos por importacio­nes de artículos suntuarios -ropa, joyería, perfumes- cayeron hasta un 15%; el combustibl­e en 40%; y los celulares hasta un 8%.

La importació­n de medicament­os subió 43%, según la

Administra­ción de Aduanas.

Queda la tibia duda si la sencillez que ha devuelto el coronaviru­s, la prioridad de la salud sobre otras cosas, un poco de solidarida­d, se instalarán para siempre; o cuando pasen la peste y el tiempo; y el miedo pierda su fuerza, se apoderará de nuevo la vanidad, la banalidad, la impostura, y el valor agresivo de lo material

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