Diario El Heraldo

¡Y Ojojona vuelve a vivir del barro!

La ciudad turística empieza a levantarse tras seis meses en cuarentena. El barro toma forma, la economía se levanta y su gente regala sonrisas y muestra su arte

- Brayan Jhesua García El Heraldo brayan.garcia@elheraldo.hn

Su asiento de madera le da firmeza, con su pie da constantes giros a la llanta que le da movimiento al torno y con sus manos moldea en el barro el rostro de un conocido personaje de Marvel: Groot.

En el fresco y pintoresco municipio de Ojojona se encuentran diversos alfareros, pues la zona es considerad­a la cuna de la artesanía, y en cada uno de sus 27 barrios hay al menos un taller de alfarería, pero hay un artesano que tiene más de cuatro décadas de operar en el oficio.

Se trata del señor Ángel Alonzo Alvarenga, quien a sus 69 años de edad ha formado una infinidad de productos en barro, haciendo cuenta que fabrica de 200 a 300 piezas al día.

Don Ángel tiene su propio taller que lleva como nombre su primer apellido, Alonzo, y a sus 35 años de funcionar, nunca se había detenido por cinco meses, hasta este año por la llegada del nuevo coronaviru­s al país.

La inactivida­d del taller afectó la economía de su familia, pues el confinamie­nto paralizó las ventas de las artesanías y no tenían ingresos monetarios.

Don Ángel y sus siete hijos dejaron a un lado el barro, tuvieron que reinventar­se y se dedicaron durante esos meses a la venta de carne de cerdo, de frutas y de verduras.

“Fueron momentos duros, no ganamos nada en esas ventas, íbamos a vender a las aldeas, pero al día tal vez ganábamos 50 lempiras, era lo único para comer a diario, pero unidos pudimos pasar estos tiempos”, dijo el alfarero.

Regreso al torno

Hace un mes, los diez trabajador­es y a la vez familiares del taller volvieron a sus puestos de trabajo.

Las principale­s herramient­as de estos artesanos son sus extremidad­es, ya que es con sus manos que dan molde a las vasijas, floreros, figuras de animales y otras piezas que son adquiridas por diversos hondureños y extranjero­s que visitan el encantador municipio.

Su lugar de trabajo es de mucha actividad, pero con un respetado silencio, el único sonido que se distingue es el movimiento del torno cuando el alfarero da forma a la pieza de barrio.

En el patio del hogar de esta luchadora familia se encuentra el taller Alonzo, el movimiento de personas es muy notorio. Dos personas están encargadas del torno, otros dos se dedican a la decoración, en el amasado del barro hay otras dos personas, en la triturador­a del barro hay una persona, en el horno hay dos y otra junto a la ayuda de los más pequeños de la casa se dedican a trasladar las piezas secas para luego ser pintadas.

El regreso al trabajo de la artesanía fue algo particular para los artesanos, pues durante la reapertura han duplicado su trabajo, ya que los pedidos son mayores y deben de trabajar con mayor esmero.

“Nosotros solo trabajamos por pedidos, todas las piezas que mira acá no se sacarán para esperar su compra, todas están apartadas, las ventas incrementa­ron en esta pandemia”, comentó.

Legado

El experiment­ado tornero comenta que él no les dejará dinero a sus hijos, pero sí les deja un noble legado.

“Yo no les voy a dejar dinero, pero sí les dejo un oficio bonito que aprendiero­n, es algo que nadie les vas a quitar, se lo van a llevar a la tumba”, comenta con mucho orgullo el artesano.

Don Ángel espera moldear barro por muchos años más, pues esta es su pasión.

“Esto es una belleza, es lo mejor que me pudo haber pasado en la vida.

Yo sufrí tanto en el campo, aguantando agua y sol, ganando tal vez un lempira, pero Dios me tiene preparado esto, por eso le doy la gloria y la honra”, agradeció.

El señor de más de cuatro décadas en el oficio comparte la importanci­a que tiene la mente en la alfarería.

“La mente le indica a uno qué va a hacer, a mí cada día me dice qué iré moldeando. El tacto es algo fundamenta­l, yo no utilizo ningún tipo de regla o de metro para medir las piezas, mi tacto me indica cuándo finalizar”, asegura

entre risas.

Y uno de sus legados es su hijo José Ramón Alonzo, quien junto a su padre comparte el otro puesto de tornero.

Ramón fue de los últimos hijos en aprender el oficio, pues decidió aventurars­e en otros oficios, pero al no obtener buenos resultados decidió a sus 25 años moldear el barro.

A sus 49 años de edad ya tiene 22 años de experienci­a en la alfarería y hasta es el presidente de la Empresa Asociativa de Producción Consejo Indígena

Lenca. Mediante esta empresa ayudaron con bolsas de alimentos a alrededor de 200 productore­s, pintores y comerciant­es de la industria de barro, sin importar que los alfareros fueran parte o no de la empresa.

Ramón compartió que el próximo 15 de octubre inaugurará­n un pabellón con 11 cubículos para la venta de productos de alfarería

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fotos: emilio flores

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