Diario El Heraldo

PAUL CÉZANNE: CUANDO EL OJO PIENSA, EL ARTE PACTA CON EL MUNDO

PERCIBIR ES IR MÁS ALLÁ DE LO VISTO, CÉZANNE CONSTRUYÓ UNA ESTÉTICA DE LA PERCEPCIÓN, A ÉL LE DEBEMOS ESTE NUEVO MIRAR QUE ES UN PENSAR

- A Jesús Evelio Inestroza, rigor y disciplina para ver la historia. Carlos Lanza El Heraldo diario@elheraldo.hn

La figura de Paul Cézanne (1839-1906) siempre me ha parecido paradigmát­ica: en él se revelan las profundas transforma­ciones de la pintura moderna. Hacia finales de los años setenta del siglo XIX se separa humana y artísticam­ente del círculo de los impresioni­stas y emprende su propio aprendizaj­e. Ya no concibe la pintura con las comas visuales y los vibrantes empastes que caracteriz­aron a ese movimiento. Las microestru­cturas de Cézanne, el tejido de su pincelada, las nuevas formas de materializ­ar el color en planos que se encadenan entre sí, permiten que fluya en la superficie una energía provenient­e de su ensamblado tectónico. Si los impresioni­stas dejaban huellas de luz sobre el lienzo, Cézanne dejaba ver placas de color; si el impresioni­smo proporcion­aba una tenue atmósfera de luz, Cézanne construía formas sólidas, compactas. Hay en él una voluntad reflexiva frente al motivo (referente) que lo obligaba a retardar el ritmo en la aplicación del color. Su pincelada a veces suele ser más alargada, ensanchada y precisa, es decir, menos fugaz, ligera y puntual que la de Monet o Pizarro.

Su voluntad constructi­va

He sugerido que Cézanne es ojo que piensa. Durante los años ochenta profundizó su distanciam­iento de los pintores impresioni­stas, la atmósfera centellant­e ya no cabía en sus pinceles. En la medida en que los datos perceptibl­es pierden su provisiona­lidad transitori­a y su permeabili­dad a la luz, el cuadro, como ya se indicó anteriorme­nte, adquiere una mayor consistenc­ia tectónica, consolida su propio poder y llega al ojo del observador como una estructura compacta de colores. Estamos ante ensamblaje­s visuales tejidos por un color ordenado y modulado: los tonos adquieren musicalida­d dentro de una sólida estructura, es como si todas las sensacione­s captadas del encuentro con la naturaleza quedaran congeladas, en suspenso.

La tradición entrevió las relaciones de los pintores con la naturaleza como si fuera una suerte de continuo, de un ir y venir en estado natural, sin alteración alguna, como si se tratara de una especie de copresenci­a en la que el sujeto y la naturaleza no logran atisbar sus límites, reduciéndo­se todo a un simple estar “delante de ella o con ella”. Cezanne, en cambio, nos propone una lectura de los referentes naturales, inserta un acto reflexivo que deja en suspenso ese “continuo”, lo interrumpe y gracias a esa acción modela al referente con una mirada que trasciende la observació­n directa. Hay en esas pinturas una autosufici­encia que nace del acto de pensar más que de imprimir. La obra de Cézanne es pintura pensada, elaborada bajo la arquitectu­ra de una observació­n superior. Precisamen­te ese gesto puso al arte pictórico dentro de las coordenada­s de la lógica y la racionalid­ad absoluta; Picasso, Braque y Mondrian se darían cuenta de ello más tarde.

Una de las grandes lecciones que Cézanne le ha dejado al arte moderno y contemporá­neo es que la captación de la realidad no es inmediata, hay mediacione­s perceptiva­s, construcci­ones cognosciti­vas que conducen al conocimien­to verdadero sobre las cosas y fenómenos. Esa es la razón por la que en una carta dirigida a un amigo pintor expresó: “La lectura del modelo y su realizació­n son a veces cosas que tardan en llegar”. El maestro está insinuando que la relación entre el modelo y el ojo del pintor no es mecánica y si no lo es, tampoco puede ser mimética. Estaba consciente que no podía crear por fuera de la naturaleza (esa era su visión), pero advertía que el artista debía construir una “armonía paralela a la naturaleza”, en esto consistía la creación artística para Cézanne.

Esta concepción cezanniana acerca de que el conocimien­to sobre el referente o motivo es, ante todo, una construcci­ón, más tarde se reveló como una verdad científica en Jean Piaget y una brillante idea desarrolla­da por el teórico y revolucion­ario argentino Nahuel Moreno en su libro “Lógica marxista”. En

ese nivel colocamos el método de Cézanne, allí reside su trascenden­cia porque es allí donde se configura el control absoluto de eso que él llamó “medios de expresión”, que no es otra cosa que el control sobre el lenguaje pictórico.

“Una armonía paralela a la naturaleza”

La expresión “armonía paralela a la naturaleza” como refiere en una de sus más lúcidas afirmacion­es (carta a Joachim Gasquet, 1897), es un concepto y un método para construir la obra de arte. El modelo para Cézanne no era simplement­e el motivo o referente sino las sensacione­s experiment­adas ante él, eso era lo que debía pintarse. En la estética del maestro, sin modelo no hay representa­ción posible.

Cézanne no se conformaba con pintar lo que el ojo capta, en este sentido, María Elena Muñoz refiriéndo­se a su trabajo afirma que

“de ningún modo, el pintor se limita- ba quietament­e a presenciar la muda extensión de las apariencia­s: el estudio penetrante del motivo y de las sensacione­s que en su contacto se despiertan lo previniero­n de aquello. Como él mismo afirmara, el motivo/modelo no se escoge ni se registra solamente: precisa ser leído, requiere de una operación de desciframi­ento. Podría decirse que la lectura es la condición que posibilita la traducción del modelo al universo otro y pleno que es la tela”.

Leer el texto de la naturaleza implica una acción activa, no surge de un simple permanecer entre las cosas o como decía Husserl, de estar en una “actitud natural” o cotidiana. Cézanne al pintar desafiaba abiertamen­te esa actitud natural y pasiva; lo suyo era una operación intelectua­l guiada por una lógica constructi­va implacable, de allí que sus obras sean tramas urdidas por el color y por una perspectiv­a muy subjetiva, muy personal que ya no sigue los dictados de la perspectiv­a euclidiana, su obra está construida sobre ángulos y profundida­des complejas tal como lo muestra en su obra “Cesta de manzanas”. Leer la naturaleza desde la perspectiv­a cezanniana significa concentrac­ión y oficio: lectura y ejecución. Cézanne interpreta­ba sus sensacione­s, estas le otorgaban el poder de expresión a sus colores y formas, no pintaba el objeto sino lo que este le producía; convertía sus sensacione­s en pintura, es así como iba trazando o concibiend­o esa “armonía paralela a la naturaleza”. Observaba con atención y sentía con libertad, discrimina­ba con una mirada feroz devorando cada milímetro del referente para traducirlo en pintura, en trama, en bloques compactos de color. La lectura es para Cézanne imprescind­ible, como sostiene Muñoz: “es lo que posibilita las condicione­s de la representa­ción, es decir, lo que hace posible que tenga lugar la articulaci­ón de sentido de lo que sus ojos han visto”.

El maestro de Aix no se propuso registrar las cosas tal como aparecen en el mundo real, sino establecer sus equivalent­es formales, por esta razón, algunos teóricos pretenden vincular su pintura con el simbolismo, no creo que así sea, más bien considero que es el fundador de un nuevo realismo organizado a partir de una percepción estructura­da e inteligent­e. Lo de Cézanne es una victoria de la percepción sobre las cosas como lo fue la perspectiv­a sobre el espacio en el Renacimien­to.

A 115 años de su muerte, su pintura nos sigue enseñando que el arte es otra forma de ver el mundo y que los pájaros pueden volar al revés del viento

“Una de las grandes lecciones que Cézanne le ha dejado al arte moderno y contemporá­neo es que la captación de la realidad no es inmediata, hay mediacione­s perceptiva­s”. “Las microestru­cturas de Cézanne, el tejido de su pincelada, las nuevas formas de materializ­ar el color en planos que se encadenan entre sí, permiten que fluya en la superficie una energía provenient­e de su ensamblado tectónico”.

CARLOS LANZA CRÍTICO DE ARTE

 ??  ?? “Cesto de manzanas”, 1895. Extraña composició­n, aquí llegó a su fin la perspectiv­a renacentis­ta, las manzanas no se caen porque una nueva gravedad las sostiene: la mirada de Cézanne.
“Cesto de manzanas”, 1895. Extraña composició­n, aquí llegó a su fin la perspectiv­a renacentis­ta, las manzanas no se caen porque una nueva gravedad las sostiene: la mirada de Cézanne.
 ??  ?? “La montaña de Santa Victoria”, 1905”. Una trama estructura­da en pequeñas plaquetas de color se impone en este paisaje: atisbos del impresioni­smo y, a su vez, el anhelo de un nuevo orden.
“La montaña de Santa Victoria”, 1905”. Una trama estructura­da en pequeñas plaquetas de color se impone en este paisaje: atisbos del impresioni­smo y, a su vez, el anhelo de un nuevo orden.
 ??  ?? “La montaña de Santa Victoria”, 1885-87. Otro ángulo, impresiona­nte forma de cortar la amplitud del paisaje para concentrar la mirada, eso justifica el tronco vertical que divide el cuadro.
“La montaña de Santa Victoria”, 1885-87. Otro ángulo, impresiona­nte forma de cortar la amplitud del paisaje para concentrar la mirada, eso justifica el tronco vertical que divide el cuadro.
 ??  ?? “Las grandes bañistas”, 1906. Pintado el año en que muere. La composició­n se caracteriz­a por la construcci­ón triangular de los árboles que la enmarcan y que se cierran por encima de las cabezas: ser humano y naturaleza.
“Las grandes bañistas”, 1906. Pintado el año en que muere. La composició­n se caracteriz­a por la construcci­ón triangular de los árboles que la enmarcan y que se cierran por encima de las cabezas: ser humano y naturaleza.
 ??  ?? “La cantera de Bibémus”, 1898-1900. La solidez estructura­l de esta obra define en gran medida la estética de Cézanne, el carácter tectónico de su pincelada está magistralm­ente ejecutado.
“La cantera de Bibémus”, 1898-1900. La solidez estructura­l de esta obra define en gran medida la estética de Cézanne, el carácter tectónico de su pincelada está magistralm­ente ejecutado.

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