El Washington de Trump
La primera vez que estuvimos en Washington, hace algunos años, la sensación en sus calles nos evocó -sin querer- la imagen creada por algún texto de Gore Vidal, que abandonaba su país, Estados Unidos, porque era una nación “policializada”; y es que en cada esquina, en las plazas, frente a los edificios públicos, siempre hay un par de agentes, un carro policial, un retén militar.
Este oficio nos llevó a detenernos a grabar en una calle donde se alojan -como un signo de poder y control- de un lado el edificio del Banco Mundial, en la otra acera, el Fondo Monetario Internacional (FMI); colocamos la cámara e intempestivamente llegaron en su vehículo dos policías preguntándonos que qué hacíamos, y allí se quedaron hasta el final de la presentación.
En una avenida cualquiera pasó lo mismo, así que no era por los edificios del control financiero de medio planeta; es la ciudad entera que vive con una autoridad bajo la presión de la sospecha, la paranoia; así que mejor no quisimos hacer mucho frente a la Casa Blanca, porque a saber.
Algunas veces nos tocó ir al Capitolio, esa impresionante estructura con su cúpula del neoclasismo arquitectónico, que en un ala alberga la Cámara de Representantes y en la otra al Senado. Mucha gente se toma fotos en las cercanías, hay policías por todas partes y nos explicaron que también cientos de agentes encubiertos, por si acaso.
Entrar al edificio del Congreso estadounidense es todo un rollo: guardias uniformados y forzudos, con cara de pocos amigos, piden identificación, revisan en su computadora, revuelven el contenido de maletines y portafolios, exigen hacer funcionar un poco las cámaras, detector de metales, rayos X.
¿A qué viene todo esto? Que parecían imposibles las imágenes del 6 de enero, cuando una turba que escandalizaba pasó sin mayores obstáculos decenas de piquetes de guardias armados y distribuidos por todo el Capitolio; policías que cuando uno asoma por error en alguna puerta, lo primero que hacen automática e inconscientemente es llevarse la mano a la pistola.
Tal vez algún día se sepa exactamente qué movilizó y permitió el asalto de estos supremacistas blancos y ultraderechistas a uno de los emblemas de su sistema democrático, que Hollywood vende tan bien, pero que tiene sus vicios y trampas como tantos otros.
La violencia en el Capitolio hizo recordar a nuestra inquieta América Latina, donde se toman el Congreso de vez en cuando, lo asaltan, lo incendian y resuelven a puñetazos y tiros las diferencias, a veces ordenanerse das o patrocinadas irónicamente por Washington.
Puede quedar una enseñanza: salvar la institucionalidad, la Constitución. El encarcelamiento de los asaltantes del Capitolio y el juicio político contra el presidente, para que no vuelva nunca. Vidal vivió 30 años en Italia y regresó a morir a su país; hará falta su análisis cáustico de ensayista y escritor agudo, sobre el Washington de Trump y sin él
Puede quedar una enseñanza: salvar la institucionalidad, la Constitución. El encarcelamiento de los asaltantes del Capitolio y el juicio político contra el presidente”.