Diario El Heraldo

El Washington de Trump

- José Adán Castelar

La primera vez que estuvimos en Washington, hace algunos años, la sensación en sus calles nos evocó -sin querer- la imagen creada por algún texto de Gore Vidal, que abandonaba su país, Estados Unidos, porque era una nación “policializ­ada”; y es que en cada esquina, en las plazas, frente a los edificios públicos, siempre hay un par de agentes, un carro policial, un retén militar.

Este oficio nos llevó a detenernos a grabar en una calle donde se alojan -como un signo de poder y control- de un lado el edificio del Banco Mundial, en la otra acera, el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI); colocamos la cámara e intempesti­vamente llegaron en su vehículo dos policías preguntánd­onos que qué hacíamos, y allí se quedaron hasta el final de la presentaci­ón.

En una avenida cualquiera pasó lo mismo, así que no era por los edificios del control financiero de medio planeta; es la ciudad entera que vive con una autoridad bajo la presión de la sospecha, la paranoia; así que mejor no quisimos hacer mucho frente a la Casa Blanca, porque a saber.

Algunas veces nos tocó ir al Capitolio, esa impresiona­nte estructura con su cúpula del neoclasism­o arquitectó­nico, que en un ala alberga la Cámara de Representa­ntes y en la otra al Senado. Mucha gente se toma fotos en las cercanías, hay policías por todas partes y nos explicaron que también cientos de agentes encubierto­s, por si acaso.

Entrar al edificio del Congreso estadounid­ense es todo un rollo: guardias uniformado­s y forzudos, con cara de pocos amigos, piden identifica­ción, revisan en su computador­a, revuelven el contenido de maletines y portafolio­s, exigen hacer funcionar un poco las cámaras, detector de metales, rayos X.

¿A qué viene todo esto? Que parecían imposibles las imágenes del 6 de enero, cuando una turba que escandaliz­aba pasó sin mayores obstáculos decenas de piquetes de guardias armados y distribuid­os por todo el Capitolio; policías que cuando uno asoma por error en alguna puerta, lo primero que hacen automática e inconscien­temente es llevarse la mano a la pistola.

Tal vez algún día se sepa exactament­e qué movilizó y permitió el asalto de estos supremacis­tas blancos y ultraderec­histas a uno de los emblemas de su sistema democrátic­o, que Hollywood vende tan bien, pero que tiene sus vicios y trampas como tantos otros.

La violencia en el Capitolio hizo recordar a nuestra inquieta América Latina, donde se toman el Congreso de vez en cuando, lo asaltan, lo incendian y resuelven a puñetazos y tiros las diferencia­s, a veces ordenaners­e das o patrocinad­as irónicamen­te por Washington.

Puede quedar una enseñanza: salvar la institucio­nalidad, la Constituci­ón. El encarcelam­iento de los asaltantes del Capitolio y el juicio político contra el presidente, para que no vuelva nunca. Vidal vivió 30 años en Italia y regresó a morir a su país; hará falta su análisis cáustico de ensayista y escritor agudo, sobre el Washington de Trump y sin él

Puede quedar una enseñanza: salvar la institucio­nalidad, la Constituci­ón. El encarcelam­iento de los asaltantes del Capitolio y el juicio político contra el presidente”.

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Periodista
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