Diario El Heraldo

El fuego del diablo

Verdad Hay pasiones que queman más que el fuego eterno

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(Segunda parte) Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Mery fue encontrada muerta una mañana. Estaba colgada de una viga. Dijeron que se había suicidado, sin embargo, los detectives de la Dirección Policial de Investigac­iones (DPI) no estaban del todo conformes con aquella conclusión. Mery tenía golpes en la cara, magulladur­as en las muñecas, como si alguien la hubiera tomado con fuerza para dominarla o someterla, y, además, no presentaba las señales típicas de la muerte por ahorcamien­to.

Una señora, dueña de la pulpería donde Mery compraba siempre, les dijo a los detectives que la vio la noche anterior y estaba alegre, conversado­ra y que no parecía una persona con problemas o que pensara en quitarse la vida. También les dijo que el esposo la trataba bien, por lo que ella le había contado, pero que el marido tenía un amigo que a ella no le caía muy bien, y que pensaba ella que era “amaneradit­o” o afeminado. De allí, no supo más, hasta que le dijeron que la muchacha se había ahorcado.

En la DPI

¿Por qué se había matado aquella muchacha?

Los que la conocieron decían que no tenía problemas, o que no parecía tenerlos, que era alegre y servicial y que pasaba en su casa, cuidando de su hogar y atendiendo a su marido, del que estaba muy enamorada. Entonces, ¿por qué se había ahorcado? ¿Qué motivos pudo tener para hacer semejante cosa?

Ahora bien, los agentes de Delitos contra la Vida de la Dirección Policial de Investigac­iones (DPI) no estaban conformes, y estaban seguros de que en aquella muerte había algo más, algo que tenían que investigar. La muchacha tenía golpes y magulladur­as.

“Es posible –dijo el agente asignado para investigar el caso–, que haya tenido una pelea con el marido, o con algún amante, y que este la haya golpeado, la haya agarrado con fuerza de las muñecas y se haya ido después. Es posible, que luego de este pleito, ella se deprimió tanto que entendió que no valía la pena seguir viviendo en aquellas condicione­s y decidió matarse ahorcándos­e… Es posible”.

“Sí –intervino un segundo agente–, todo eso es posible, y sería muy convenient­e que creyéramos eso y que dejáramos el caso de esta muchacha como suicidio, pero a mí me parece mejor que esperemos la autopsia para saber de verdad de qué fue que murió esta niña; si es por suicidio, el forense lo va a decir. Si es que la mataron y después la colgaron para hacerle creer a la Policía que ella se había matado, pues hay que estar preparados porque en casos como estos bien sabemos nosotros que el asesino es alguien cercano a la víctima; muchas veces, muy cercano…”

“Me parece un razonamien­to lógico”. “Esperemos, entonces, el informe de la autopsia”.

Entrevista­s

“Por mientras –dijo el agente jefe del equipo–, revisemos las entrevista­s que hicimos a los vecinos de la muchacha”.

“La señora de la pulpería me dio un dato muy interesant­e –dijo uno de los detectives–, y es que el marido tiene un amigo, Joche le dice ella, que parece que no era del agrado de la mujer… Sería bueno investigar algo sobre él”.

“Pero hay que hacerlo con cuidado porque tenemos informes de que es homosexual, y no quiero que tengamos problemas con estos grupos que defienden sus derechos”. “Entiendo”.

Hubo un momento de silencio. “Todo lo que hagan, háganlo con tacto…”

“Así será”.

“Bien. ¿Qué tenemos sobre él?” “¿Sobre Joche?”

“Se llama José Villanueva… y, al igual que aquel, le dicen Joche. Es instructor de gimnasia, es profesor de Educación

Física y tiene treinta y dos años. Es fisicocult­urista, vive solo en unos apartament­os del barrio La Leona, y quienes lo conocen dicen que es un hombre desagradab­le, que pone música a todo volumen, que hace reuniones con frecuencia en las que hay bebida y hasta marihuana, y que no respeta a nadie. Dicen que siempre está vestido de negro”. “¿Quién lo entrevistó?”

“Yo –dijo un agente–; dice que es amigo del marido de la muerta desde hace diez años, que no sabe por qué esa mujer, así lo dijo, “esa mujer”, se mató, y que no le importa que se haya muerto. Dijo que por culpa de ella se había separado de su amigo hacía un mes, y que ya casi ni lo veía porque ella se encelaba, como si es que él quisiera quitárselo. “No entendió la mujer esa que solo somos amigos, y que entre amigos no pueden existir esas cosas sucias que ella se imaginaba”.

“¿Eso dijo?”

“Eso dijo. Lo escribí todo, letra por letra. Aquí está”.

“Entonces, bien podríamos pensar que este hombre no tenía ningún aprecio por la mujer de su amigo”.

“Lo mismo que ella lo detestaba a él”. “Es posible, entonces, que este hombre tenga algo más que decir acerca del crimen… perdón, de la muerte de la muchacha”.

“Eso pensé yo, aunque él dice que la noche en la que ella se mató estuvo con unos amigos en su casa, que estuvieron bebiendo y platicando hasta las dos de la mañana, cuando llegó una patrulla porque los vecinos se quejaron del escándalo, y que él, como dueño de la casa, salió para atender a los policías…”

Se llama José Villanueva… y, al igual que aquel, le dicen Joche. Es instructor de gimnasia, es profesor de Educación Física y tiene treinta y dos años. Es fisicocult­urista, vive solo en unos apartament­os del barrio La Leona...”.

“O sea, que este chavalo tiene una buena coartada”.

“Podría ser”.

“¿Tenemos los nombres de los amigos que estuvieron en la fiesta de esa noche?”

“Los tenemos y ya los estamos localizand­o…”

“Excelente”.

“Y sobre el marido tenemos muy poco. Esa noche estuvo en un bar en el bulevar Morazán; tenemos los videos de las cámaras de seguridad. Él salió por último, cayéndose de borracho, con una mujer y un hombre que no es el amigo Joche. Dice que se subió en su carro y que se fue para su casa, pero que iba tan borracho que decidió entrar al centro comercial Los Próceres, estacionó allí el carro, y se durmió. Al llegar a la casa, a las seis, o antes, se encontró con la muerte de su esposa. Tenemos los videos de las cámaras de seguridad del centro comercial, y el testimonio de un guardia que vio al hombre dormido, pero no lo quiso despertar”.

“O sea, que podemos decir que el marido está limpio”. “Podríamos decir eso”.

En aquel momento les llegó el informe de la autopsia.

“Este caso no es un ahorcamien­to suicida –dijo el forense–, lo cual es poco común. Ha sido un mecanismo para disimular la causa real de la muerte de la muchacha. No hay signos vitales en las marcas que dejó el lazo. Son lesiones post mortem. Ya estaba muerta cuando la colgaron”.

“¿Cuál es la causa de la muerte, doctor?” –preguntó el detective.

“A esta mujer le dieron un golpe horrible en la cabeza. Le desprendie­ron el cerebro, por decir las cosas de una manera más digerible. Murió en el acto”. “¿Es posible eso, doctor?” “¿Qué cosa?”

“Que de un solo golpe le hayan desprendid­o el cerebro”.

“Y se lo dejaron como gelatina, en esa parte donde recibió el golpe”. “Excelente, doctor. Gracias”. El detective esperó unos segundos, luego, dijo:

“Es hora de hablar con el fiscal”. “¿Tenemos un sospechoso?” “Creo que Joche sabe mucho más de la muerte de esta muchacha”.

Amigos

Un mes después, los agentes tenían acumulados muchos más casos, sin embargo, estaban comprometi­dos a resolver el caso de Mery.

“Uno de los amigos de Joche dijo que esa noche, la de la fiesta en la que

llegó la Policía, Joche salió a eso de las diez u once de la noche para comprar cervezas. Se fue solo en la moto de un amigo. Regresó como una hora después, ahora que lo recuerdo bien, pero no le llamó la atención a nadie. Pero yo lo vi bien porque estaba en la calle, fumando, cuando él llegó. Y me llamó la atención porque vi que se agarraba una mano. Le pregunté qué era lo que le había pasado, y me dijo que se cayó de la moto… Pero, no le hice más caso porque estábamos en lo mejor de la fiesta. Cuando llegó la Policía, a eso de las dos de la mañana, él fue el que salió para decirle a los policías que iba a terminar la fiesta. Y fue bien amable con ellos, a pesar de que siempre me ha dicho que los polis le caen mal, y etcétera, etcétera… Mejor me callo”.

Los agentes analizaron aquellas palabras, y se las dijeron al fiscal. Este les dijo que pediría la orden de captura al juez.

“¿Usted cree que Joche tenga algo que ver en la muerte de esa muchacha?” –le preguntó el hombre al detective. “¿Usted qué creería?”

“Mire –dijo el hombre–, Joche siempre ha estado enamorado del amigo… ustedes saben a quién me refiero. El marido de la muerta… Perdonen que hable así. Y parece que se había alejado de él porque la mujer se había puesto celosa… Y él la odiaba… De ahí, no sé qué más decirles…”

Nota final

Joche fue detenido y las pruebas que le presentó el fiscal al juez parece que son suficiente­s para condenarlo. Espera juicio en la Penitencia­ría de Varones de Támara. Dice que odia a esa “maje”, pero no dice nada más. No declaró nada ante los policías y está confiado en que saldrá libre.

“No tienen pruebas contra mí –dice–; son solo inventos de los policías. Los golpes de mi mano son porque me caí con la moto… Mire, Carmilla, aquí somos más los inocentes presos que los culpables… porque, como dicen, la Policía es más lo que inventa que lo que descubre. Pero Dios me hará justicia”

No tienen pruebas contra mí –dice–; son solo inventos de los policías. Los golpes de mi mano son porque me caí con la moto… Mire, Carmilla, aquí somos más los inocentes presos que los culpables… porque, como dicen, la Policía es más lo que inventa que lo que descubre”.

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