Diario El Heraldo

Cacería de un asesino

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En San Pedro Sula operó un hombre, un sicario que trajo de cabeza a la Policía Nacional por mucho tiempo. Se hacía llamar Fransuá. No solo era despiadado, sino también, era muy efectivo. Cuando alguien deseaba “deshacerse de un estorbo” llamaba a Fransuá. Aunque en ese mismo tiempo “trabajaban” cinco sicarios más en esa zona, era Fransuá el referente. No tenía escrúpulos, no tenía sentimient­os por nada ni por nadie, no le importaba quien fuera la víctima y no se preocupaba por el lugar donde debía atacarla. Una tras otra caían las víctimas de Fransuá. Mujeres, hombres, ancianos… y nadie sabía quién los mataba; y los que sabían, mejor se quedaban callados. Fransuá era implacable. Pero, un día, el Jefe de la Dirección Policial de Investigac­iones, DPI, en San Pedro Sula, llamó a una mujer, una Sub Inspectora de Policía, y le dijo: “Mirá, Marianita, tal vez vos podés hacer algo con estos casos. El agente que los investigab­a tuvo que ser trasladado. Probá que la ANAPO gradúa buenos oficiales de investigac­ión criminal”. Y Marianita aceptó el reto. Desde ese momento, Fransuá tenía los días contados. Aquella mujer, tan hermosa como terca, se lanzó contra él como una fiera. No sabía quién era, nadie lo conocía, pero las víctimas de Fransuá clamaban justicia desde sus tumbas… Y Marianita iba a hacerles justicia.

Muy pronto: “Cacería de un asesino. Marianita y los seis asesinos”.

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