Cuando una mujer se ve en el espejo, se ve un país
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Honduras tiene nombre de mujer”. Juana Pavón. Aquel 25 de enero de 1954, los pasillos del Congreso Nacional eran tomados por el poder de cientos de mujeres que habían llegado hasta allí, para ser testigos del último debate sobre una nueva iniciativa presentada por un grupo de congresistas, para poder establecer el voto femenino. Esa vez, el CN creía en el consenso, un poco más civilizado que ahora y también con el cálculo de más votos, pero de cualquier manera, era el inicio de un larguísimo y espinoso camino que rompería la asquerosa marginalidad frente al urgente momento de aquella conquista de los derechos políticos a nuestras mujeres. Ese Congreso lo aprobó por unanimidad; obligados por la historia, más que por sus hambrientas maneras de irse comiendo el país a pedazos.
Las mujeres que estaban allí, levantaron el puño y entonaron el hermoso himno nacional: (…) “Por guardar ese emblema divino marcharemos ¡Oh patria! A la muerte; generosa será nuestra suerte si morimos pensando en tu amor” (…) Ese canto y esa estrofa marcaría después un destino cruzado de violencia con la que son asesinadas miles de mujeres niñas, mujeres jóvenes, adultas y mayores que sobreviven y sobremueren en el riesgo inminente de sufrir algún tipo de represión. Porque hay que ser fríos y reconocer que los feminicidios son la manifestación más bárbara de los episodios metódicos y sistemáticos de esta descarnada violencia contra las mujeres, solo por el hecho de pertenecer a dicho género.
Una marca sanguinaria y cobarde de estos asesinatos es la brutalidad y la impunidad con que se cometen estos crímenes, mismos que constituyen la negación absoluta del derecho a la vida y de la integridad de las mujeres ante los feminicidios que ocurren cada minuto en el país, donde también es agredida la justicia, esa que es ahogada con miles de estadísticas, datos duros y evidencias para que le permitan actuar, sustentar e impulsar el diseño de políticas públicas para la erradicación de la violencia y así evaluar las medidas y acciones. Sin embargo, la pobre justicia ni entiende, ni sabe, ni quiere saber quiénes son los que pisotean su nombre y su cuerpo mancillado, encostalado y descuartizado en nombre de la ley de esta selva, cuyos gorilas con corbata se alimentan de las miserias y dolor de cada mujer. El Estado, hasta hoy en día, no tiene ni en pañales una estrategia para erradicar la violencia contra las mujeres. Ni siquiera, una visión; mucho menos, avances ante los desafíos para articular y mejorar los sistemas de impartición de justicia tal barbarie.
Lamentablemente, lo que en realidad hacen los que medio gobiernan es naturalizar la violencia e invisibilizar el delito desde las instituciones encargadas de prevenirla y sancionarla. Para eso se inventaron el nuevo Código Penal de la Impunidad, donde las mujeres están estrujadas en las páginas de una ley cavernaria, hecha por corruptos y asesinos. Podríamos terminar esto con decir: “Felicidades mujeres en su día”, y cantar “Las mañanitas” en el encierro, donde se ha incrementado más la violencia doméstica, pero de eso se encargan los que adornan con flores las manos y tumbas de nuestras mujeres muertas para siempre en el panteón del oscuro objeto del deseo de un Estado criminal e impune, que solo entiende de silencios. Total, las únicas que hacemos ruido en esta lucha somos nosotras..
El Estado, hasta hoy en día, no tiene ni en pañales una estrategia para erradicar la violencia contra las mujeres”.