¡Ciudad cero tres cero uno!
Es interesante descubrir que al rey Felipe II de España se le ocurrió instalar la Audiencia de los Confines en esta ciudad y a la vez renombrarla Nueva Valladolid 16 años antes que se le ocurriera establecer su corte en Madrid, metrópoli que en aquel momento no era más que una difusa aldea habitada por los árabes que la fundaron; y que ya para entonces, esta ciudad hondureña, era un importante centro religioso y político de la nación y de Centroamérica, además minero, de 24 años de vida desde su fundación en 1537. Aunque no hay duda que actualmente es inexistente el espacio de comparación ante la metrópoli española, tampoco lo es que existe cierta gracia en contrastar sus orígenes remotos.
Conviene, ante todo, decir que este artículo no tiene que ver con una guía sobre la ciudad, y que por tanto no pretende responder a una consulta, al significado de un monumento o explicar la historia de una de sus antiguas iglesias, y menos al avance urbanístico; pero aquí, en lo urbanístico, me sentaré a la sombra para expresarme sobre esa especie de realidad colectiva que se echa sobre la ciudad, que se construye con la suma de realidades únicas, el conocimiento de ellas y que entendidos se han dado a llamar lo invisibilizado en la ciudad. La socióloga neerlandesa Saskia Sassen, en su libro “La ciudad global”, expresa que la “global class”, en relación a la dinámica social, necesita de una clase baja, es decir, de gente invisible que les limpie la casa, les haga la compra, les cuide sus mascotas, y que son dos mundos que se necesitan y viven en un mismo espacio, pero que, en realidad, no se ven. Algo así sucede en esta ciudad con un minúsculo grupo de residentes que realizan su rol a la perfección mientras son gratos e invisibilizados; andan por ahí en sus calles, alegrando
Saskia Sassen, en su libro ‘La ciudad global’, expresa que la ‘global class’, en relación a la dinámica social, necesita de una clase baja, es decir, de gente invisible que les limpie la casa, les haga la compra...”.
el paisaje sin conciencia de ello: locos les llaman, y son una imagen cotidiana que siempre ha existido, quiero decir que en todas sus épocas ha estado presente alguno de ellos. Pero ¿son parte del avance urbanístico?, sí, son parte del haber histórico y cultural de la ciudad y ninguna ciudad avanza si no existe una reconciliación consigo misma; ¿son importantes como el que limpia la casa y hace la compra?, sí, ninguna ciudad puede mostrar amabilidad sin una imagen bondadosa.
Con lo anterior he querido decir que el rol del loco Rubén, en las calles del mercado —que vocifera palabras que repite y repite como eco, que viste pantalón bajo pantalón—, de la loca Rafelita, en la plaza central —que siempre está riendo a carcajadas, bailando, y dispuesta a ser parte importunada de los eventos públicos—, y de Socorro, en el atrio de la iglesia La Merced, —sentada sobre su gran peso— coqueteando a todo al que pasa, es parte importantísima de la belleza de esta localidad; y mención aparte, entre otras cosas, ellos, que embellecen esta ciudad de Comayagua, constantemente me recuerdan que de aquí he decidido ser, sin importar mi lugar de nacimiento